La vuelta a clase, la burbuja pinchada y la teoría de conjuntos

Por Martín Alomo

Miércoles 2 de Marzo de 2022 - 08:24

Clases, escuela, alumnos, docentes, coronavirus, protocolo, NAVuelta a clases. Foto: NA.

Durante el intento de mitigación de daños producidos por la pandemia en el ámbito educativo, lo cual se hizo, entre otras cosas, a través del fallido concepto de “burbujas”, se produjo -involuntariamente- una lección importantísima sobre la teoría de conjuntos. Me parece fundamental aprovechar esta oportunidad para aprender juntos, como sociedad, lo que el regreso a clases y las burbujas -siempre pinchadas- nos vienen a enseñar.

 

Básicamente, a partir de la teoría de conjuntos podemos pensar a las denominadas “burbujas” de las escuelas como subconjuntos comprendidos dentro de un conjunto mayor, denominado clase. Sin embargo, esas burbujas como subconjuntos son bastante raras, dado que sus elementos además pertenecen a otros subconjuntos y a otras clases, hecho que bajo las formas de reunión e intersección hace del aula un recipiente tan agujereado como un colador.

 

Recuerdo ahora una campaña publicitaria para la prevención del SIDA de la década de los ’90, en la que se mostraba a una pareja teniendo relaciones en una cama y a medida que la cámara se alejaba, aparecían más y más camas con sendas parejas. Esas otras parejas representaban a los ex y a los otros partenaires ocasionales de la primera pareja. El mensaje era claro: cuando se trata de profilaxis, una pareja en una cama no es una burbuja cerrada. Y volviendo al pasado reciente -me refiero al ciclo lectivo 2021- quedó clarísimo que un aula todavía mucho menos.

 

Vygotsky, Rogers, Freire y Foucault: la importancia de los pares y la institución disciplinaria.

 

Lo que me interesa no es criticar la porosidad de la idea de burbujas como medida de prevención de contagios del coronavirus. Además, por fallido que haya resultado el método y ácida que parezca mi crítica, les aseguro que no se me ocurre uno mejor. Evidentemente la situación nos ha desbordado a todas/os y el desafío que nos plantea esta pandemia en lo que atañe a la educación es una brasa caliente.

 

El punto que me interesa destacar aquí, como para aprender algo de esta situación infortunada, es el siguiente. Este virus nos confronta con una situación insoslayable: para bien o para mal, querámoslo o no, estamos irremediablemente interconectados. Cualquier burbuja -incluso una de plástico, como la de aquella película de los ’70 protagonizada por John Travolta- es ineficaz ante la omnipresencia de los otros.

 

Tratándose de educación, lo que acabo de señalar no es un tema menor. Muchos pedagogos y teóricos del fenómeno educativo subrayan la importancia, la relevancia fundamental de la incidencia del colectivo -principalmente de los pares- en la experiencia de enseñanza-aprendizaje. Tal vez Lev Vygotsky, con su concepto de “zona de desarrollo próximo”; Carl Rogers, con sus propuestas no directivas en el aula; y nuestro querido y admirado Paulo Freire, con sus pedagogías de la liberación, desde distintas latitudes geográficas y orientaciones teóricas sean los principales referentes de lo que señalo.

 

Todavía una cosa más. Según la conceptualización de Foucault, la escuela es uno de los principales dispositivos de la sociedad disciplinaria. En este sentido, la educación participa de la lógica de domesticación de los cuerpos y las voluntades por medio de la sofocación de las pulsiones y la represión de los deseos. Como sabemos, el hecho de que las clases recuperen la presencialidad alivia a padres y madres en lo que atañe a su organización familiar. Delegar en la escuela la tarea de amansamiento adaptativo de sus hijos les permite someterse a ellos mismos más profundamente a un sistema que los oprime y los explota; fácilmente, dado que ya adultos, ellos han sido largamente domados y subyugados por el orden social establecido. A esta altura del partido, ya convencidos, no pueden más que reproducir esas mismas coordenadas y perpetuarlas en las generaciones venideras. Creo que esta lectura crítica nos permite aproximarnos a las motivaciones de la alegría balsámica que padres y madres sienten ante la abolición de las burbujas escolares. Paso a explicarme.

 

¡El blues de las 6 y 30 me desespera!

 

Padres y madres, para pertenecer a la clase parental -léase familia de conjuntos- que tiene sus vínculos de intersección y conjunción con las clases de los adultos, hombres, mujeres, amantes y muchas otras categorías, necesitan que la clase denominada “hijos” sea contenida eficazmente por los dispositivos de control, en este caso la escuela. Dicho de otro modo: para que el mundo funcione, cada cual a lo suyo. Como dice muy bien “El blues de las 6 y 30” de Memphis la blusera: “Nene levantate que tenés que ir a la escuela / Hombre levantate que tenés que ir al trabajo”. Así son las cosas: funcionan si la cuota necesaria de automatismo puede garantizar que no debamos reinventar el orden del mundo a cada rato, todos los días, teniendo que pensarlo.

 

Creo que lo que nos hizo esta pandemia es ponernos a prueba, desafiarnos justo en ese punto: interrumpió la marcha normal de la vida. Eso significa que los automatismos socialmente asumidos, esos que ya ni cuestionamos porque nos resultan inobservables -salvo que se sea un genio, como es el caso de Foucault- quedan revelados ante nosotros como una fotografía ominosa que muestra lo que no queremos ver. El riesgo de contagio nos obligó a suspender el automatismo escolar -entre muchos otros- y eso hizo emerger varias preguntas desesperadas: ¿y ahora cómo organizo mi vida?; ¿cómo vamos a poder vivir así?

 

Por lo dicho, la vuelta a las clases es mucho más que simplemente el retorno a la presencialidad en las escuelas. Antes que eso, y mucho más importante, es la vuelta de cada uno a su conjunto, encasillamiento tan fijo como necesario para que el mundo siga girando. También podríamos decirlo de este otro modo: el mundo adulto-céntrico necesita que cada conjunto contenga sus elementos adentro y no se salga de la clase que le corresponde. Luego, como siempre, en las fisuras de este sistema ya anquilosado por su funcionamiento automático y anciano, el deseo de cada quien se las tendrá que ingeniar para inventar sus caminos. Me parece que este último es el modo que tenemos de reinventar el mundo subrepticiamente, introduciendo a veces leves matices y diferencias con lo establecido, sin anoticiarnos de ello.

 

 

Martín Alomo

Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación. Profesor de y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021);La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).

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