Conspiraciones, la traición de un esclavo y “el día prohibido”: los fusilamientos de Liniers y Álzaga, héroes de las Invasiones Inglesas

Si bien Buenos Aires es la capital de la Argentina, lugar donde sucedieron la mayor parte de los hechos destacados, pocas veces fue escenario de una batalla o evento militar. El más famoso ocurrió con las Invasiones Inglesas entre 1806 y 1807, dejando varias anécdotas y contribuyendo al nacimiento de nombres que fueron sinónimos de heroísmo.
El evento dejó dos claros héroes que pasarían a la posteridad: Santiago de Liniers y Martín de Álzaga, pero en menos de 5 años todo se desmoronó para estos personajes. Auge, caída y tragedia de los hombres que escribieron historia, pero no pudieron evitar que se derrame su propia sangre.

Liniers, de virrey a enemigo de la Revolución
El héroe de la Reconquista se convirtió en ídolo popular, siendo el único virrey elegido localmente. Pero el tiempo todo lo cambia. Cuando estalló la Revolución a fines de mayo, uno de los primeros objetivos de la Junta fue conseguir la adhesión del resto de las provincias. Pero en Córdoba, se encontraron con la primera resistencia encabezada por el francés, quien fue instigado por su amigo, y gobernador de Córdoba del Tucumán, Juan Gutiérrez de la Concha, de unirse al movimiento opositor.
El 6 de agosto, cerca de la villa del Chañar, Liniers fue sorprendido por una partida al mando de José María Urien. Era el principio del fin. El héroe de las Invasiones Inglesas fue violentamente maniatado, despojado de sus bienes y sufrió el robo de su equipaje. Para el 25 de agosto Juan José Castelli y Domingo French tomaron el mando, estando cerca de Cabeza de Tigre, hoy ubicado a las afueras de Los Surgentes en Córdoba. El 26 llegaron hasta un monte conocido como Chañarcillo donde descendieron, se les ató las manos y se les leyó la sentencia de muerte. Castelli les comunicó que en tres horas iban a morir.
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El obispo Rodrigo de Orellana, uno de los detenidos, intentó evitar lo inevitable al quejarse de que al ser domingo no debían realizarse ejecuciones. Castelli hizo oídos sordos y le pidió que se retire del lugar. Eran las 14:30 y Liniers se encontraba de rodillas frente al pelotón, negándose que le venden los ojos. Ningún proyectil le dio en el pecho o cabeza y debió ser rematado por French. Los cuerpos fueron llevados a Cruz Alta y enterrados en una zanja abierta al costado de la iglesia.

Álzaga, el español que murió por sus ideales
Nacido en Álava, llegó a los 11 años. Astuto con los negocios, logró convertirse en uno de los más ricos de estas tierras al centrarse en el comercio de esclavos, dato que terminaría condenando su vida. Con los años se involucró también en la vida política, en 1795 fue alcalde de primer voto en el Cabildo, aunque sus primeros laureles los ganaría con su actuación en las Invasiones Inglesas, donde organizó vecinos, dándole armas y coordinando. De ahí nació la famosa frase: “Liniers fue el héroe de la Reconquista, Álzaga fue el héroe de la Defensa”.
La guerra entre España y Francia no fue ajena en estos lugares. El vasco se encargó de generar todo tipo de teorías conspirativas y Liniers la “víctima” perfecta a tal punto que pidió a la Junta de Sevilla su remoción. Cuando llegó la Revolución de Mayo decidió no adherirse y continuó conspirando. Instalado el Primer Triunvirato estaba decidido a tomar el Fuerte para restaurar el dominio español y para ello pidió la ayuda de jefes españoles como José Manuel de Goyneche y Gaspar de Vigodet. Pero todo se precipitó en su contra con la detención del comerciante Francisco Paula Cudina, quien vivía en la Cañada de la Cruz y quedó apuntado como el correo de los conspiradores.

Para julio de 1812 todo explotó, el 5 de julio era el día elegido para derrocar al Triunvirato, pero un detalle lo cambió. Dos días antes, un esclavo de Valentina Feijó, el “Negro” Ventura, le contó todo a su ama tras escuchar una conversación entre los complotados. Doña Valentina lo denunció ante el alcalde de Barracas, Pedro Pallavicini, quien elevó el escándalo a los integrantes del gobierno.
El 4 de julio el gobierno emitió una proclama en la que denunciaba el plan “de dar un golpe mortal a la vida de la patria, sorprendiendo nuestros cuarteles, destruyendo al gobierno, asesinando a vuestros magistrados, proscribiendo a los ciudadanos beneméritos y disuelto el estado, entregar estos países cubiertos de la sangre americana al yugo ominoso de los déspotas”.
Álzaga era detenido y condenado a muerte. Fue fusilado el 6 de julio de 1812, cuentan relatos de la época que se lo notaba tranquilo y no quiso que sus ojos sean vendados. Luego de los disparos su cuerpo fue colgado y gente festejando al grito de “muera el tirano”.

Ventura, quien lo delató, fue premiado otorgándole la libertad, 50 pesos, un sueldo de soldado, un sable y el uniforme del regimiento n° 2 de infantería. Su “heroico acto” también le valdría una medalla de plata que hoy puede verse en el museo del Cabildo.