Foto: Reuters.
Por Manuel Castro
Desde que llegó al poder el nuevo presidente de los Estados Unidos no hecho otra cosa que firmar órdenes ejecutivas. La idea es deshacer en todo lo que se pueda el legado de Donald Trump, como si todo lo que se hizo hubiera estado mal.
Muchos me dirán que aún hay que esperar a los primeros 100 días para poder empezar a hacer algún tipo de análisis. Es verdad, pero parece que no. En muchos estados ya se le han parado de manos debido a todas estas medidas.
Pero: ¿qué es una orden ejecutiva?
Es una disposición que dicta el presidente y tiene fuerza de ley solo cuando se sustenta en las facultades otorgadas al primer mandatario por la constitución. Estos decretos presidenciales están sujetos a una revisión judicial y pueden llegar a ser dejadas sin efecto si los tribunales consideran que no están conformes a la ley o a la constitución.
Y justamente por esto es que han empezado primero en Tejas y después siguieron otros cinco estados. No se sabe si le seguirán otros más. Seis fiscales generales estatales han advertido a Biden que si algún decreto es anticonstitucional, será demandado.
Y más, le dijeron que toda aquella acción que ponga en riesgo las libertades civiles hará que los estados tomen acciones legales. Los fiscales están dispuestos a reunirse para llegar a algún tipo de acuerdo antes de ir a los tribunales. Los estados que han empezado a patalear son: Virginia, Arkansas, Indiana, Misisipi, Montana y Tejas.
El fiscal general de Tejas ha pedido a otros fiscales que revisen las ordenes que firmó Biden, a quien le recordó que nadie está por encima de la ley y que lograr la unidad como pidió en el primer discurso que dio después de asumir la presidencia no significa que haya que hacer lo que a Biden se le ocurra.
Si bien Biden puede ser posicionado en el centro ideológico del pensamiento del partido demócrata, la realidad es que las órdenes ejecutivas tienen un sesgo izquierdista notorio pero ya no de la típica izquierda yanqui (o lo que para los yanquis es la izquierda) sino que ya está yendo contra el llamado “estilo de vida estadounidense”.
Bernie Sanders, hace solo unos días atrás, dijo que iban a tratar de llevar a Biden más a la izquierda. Todo lo que se pueda.
Es por eso que ya empezaron las advertencias. Le han señalado a Biden que no puede saltarse ciertas regulaciones y que la democracia es el gobierno de la mayoría con respeto de las minorías, y no al revés.
Y hay otro problema no menor del que se viene hablando desde que Joe era el vicepresidente de Obama. Y es su estado de salud… mental.
No tomaré los comentarios de los adversarios políticos que hablaban de los notorios signos de demencia del actual presidente sino que usaré los del propio partido.
Bernie Sanders, que tiene más edad que él y mucha más energía (está en los 79 años), ha hablado de su salud mental. Glenn Greenwald dijo que “tiene un serio problema cognitivo”. Matt Stoller dijo que todo el partido demócrata sabe de los problemas mentales de Biden. Will Menaker afirmó que “está senil, su cerebro no está ahí”.
Hay más pero, paro aquí. Estas son apreciaciones de los propios. Así que no hay ninguna teoría de conspiración. Además estas afirmaciones y más las pueden encontrar en cualquier diario serio internacional .
Pero lo terrible del caso es que en un video se lo escuchara decir: “no sé lo que estoy firmando” y que por respuesta un funcionario le dijera al que se supone es el hombre que gobierna la, hasta ahora, nación más poderosa del mundo, de manera imperativa: “usted solo fírmelo”.
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