El peligroso camino de consolidar la mediocridad

Por Sebastián Dumont

Miércoles 19 de Mayo de 2021 - 16:14

Corte en avenida 9 de julio, movimientos sociales, NAMovimientos sociales

La pandemia atraviesa el peor momento en la Argentina. Más de un año después la situación es peor en todos los sentidos. Pero pasará. Y cuando eso suceda el inventario de cómo quedará parado el país marcará el ritmo de los próximos años. La situación de base en la que se ingresó permite avizorar un panorama complejo del cual, de todas maneras, hay actores de la sociedad civil y política que se niegan a convalidar con los brazos caídos. Lo más peligroso es el avance en el camino de la consolidación de la mediocridad que achica el techo de aspiraciones, convalidado por quienes conducen el proceso político del momento. Por eso, siempre el Gran Buenos Aires es un sitio para observar cómo se diagrama el país. Allí se permiten establecer sobre lo que ya sucede los “recuerdos del futuro”.

 

En las comparaciones, siempre antojadizas y subjetivas, suele ser el año 2001 elegido para tomar como referente de lo peor que vivió el país. Con una situación económica y social desvanecida, el estallido llegó desde la ciudad de Buenos Aires. Fue la clase media a quienes le habían incautado sus ahorros en los bancos los que oficiaron de chispa para lo que vino después. Es falso ubicar en solo en el Conurbano el foco del incendio que devino en la caída del gobierno de Fernando De La Rúa. Allí sí se gestó la movida política para que esto pase. Estaban los ingredientes para que se cocine. Faltaba quien accione el botón. ¿Los indicadores de aquel momento son muy diferentes a los de ahora? No. Incluso son peores. El trazo grueso de las diferencias permite inferir que la resolución de aquello es uno de los motivos por los cuales hoy se sostiene sin explosión la conflictividad social. Por ahora, se mantiene con ibuprofeno (asistencia estatal) para controlar la fiebre y el dolor. Pero no se ataca el problema de fondo.

 

Como consecuencia de la caída, surgieron nuevos actores. Uno de ellos, notorio, fueron los movimientos sociales. El tiempo los convirtió en parte de la sociedad política. Su irrupción comenzó a marcar también, una segmentación en el control de los territorios que antes monopolizaban los “barones del conurbano”. La lectura de campo la potenció Néstor Kirchner con la desembocadura de la concertación plural. E incentivó la construcción de pequeños Estados paralelos que hoy, a casi 20 años se consolidaron y son difíciles de erradicar. Y ello sin tener en cuenta el avance de actividades periféricas como el narcotráfico que dictan las reglas de pequeños fragmentos de la sociedad que se organizan a su alrededor. Su presencia puede garantizar acceso a “beneficios” que el Estado olvidó. Siempre, para salir de ese esquema se hace necesario poder mostrar un horizonte mejor. ¿Quién está en condiciones de hacerlo hoy? Preguntas que no encuentran respuestas. No es cuestión sólo de una elección. No se resuelve allí.

 

“En 2002, la Argentina salió de esa situación como consecuencia de un gran trabajo del entonces presidente Eduardo Duhalde que convocó a los partidos políticos, movimientos sociales, la iglesia, las organizaciones civiles, en el intento de construir un diagnóstico común y luego consenso sobre algunas herramientas. Esa solución que debe ser reivindicada, porque muchas veces se habla del pacto de la Moncloa, pero esa experiencia argentina debe ser el camino a seguir ahora”. La reflexión pertenece al legislador porteño y muy cercano a Alberto Fernández, Leandro Santoro. Permite rescatar antecedentes en la historia para prevenir males mayores. Por ahora, la mayoría de la política transita caminos de extremos que no permiten ilusionar con otras posturas, más allá de intentos aún sin tomar volumen.

 

El fuego amigo permite, en algunos casos, concluir en aspectos más profundos que la simple tensión permanente de la lucha del poder en un mismo espacio político. Cuando Alberto Fernández determinó el aumento del monto de dinero para las tarjetas alimentar, surgieron voces del propio oficialismo, vinculados a los movimientos sociales, criticando la decisión. La primera lectura, válida por cierto, fue estar en presencia de una puja por quienes manejan el botín. La institucionalización de los movimientos sociales llegó por dos caminos: la ocupación de cargos en el Estado y el manejo de planes sociales. Hoy, el más importante se llama “Potenciar Trabajo”. Por dicha asignación, una persona recibe la mitad del salario mínimo. A cambio, debe realizar tareas siempre en carácter de capacitación. No vaya a ser cosa que se enojen los sindicatos. Y que ese ciudadano pueda aspirar a un trabajo formal que lo saque del famoso plan. A la postre, la razón de ser política de las organizaciones sociales.

 

Por tal razón, desde movimientos que promueven la actividad de las pequeñas y medianas empresas, proponen acciones para poder torcer el destino de quien recibe un plan. “Nuestra propuesta es que cada nuevo empleado que provenga de ser asistido por el Estado se pague el 10 % de las cargas sociales. La otra idea es un plan empalme con progresiva reducción de la asistencia pública”, sostiene Alejandro Bestani, quien preside el Movimiento Nacional Pyme.

 

Desde esta mirada se dispara una pregunta: ¿Hasta qué punto el Estado quiere que los receptores de planes sociales dejen de percibirlos para conseguir un trabajo formal? La respuesta podría ser simple. Pero no se traduce en la mirada que desnudan quienes tienen el control político de eso. Es más, suelen aspirar, genuinamente, a que los beneficiarios puedan duplicar el monto del plan con trabajos de baja calidad. Pero no soltarlos para que tengan la posibilidad de obtener mejores ingresos. Muchos cobrando poco. Por dejado de la linea de pobreza.  No lo dicen públicamente, se infiere en diversas charlas. El resultado no es otro que convalidar el camino de la mediocridad. Es uno de los tantos aspectos donde esta realidad se debate en la Argentina. Y como siempre, el primer mostrador territorial es el Gran Buenos Aires. Lo saben todos. Lo piensan en modificar, por ahora, muy pocos.

*Por Sebastián Dumont

Periodista de Canal 26

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