Atención a consumidores. Foto: Nfog Blog.
Ver la página de inicio de las redes sociales puede ser semejante a revisar el correo o a mirar el noticiero de TV en alguna pantalla sin volumen, a lo lejos, como nos sucede a veces en algún bar o restaurante al mediodía, en alguna sala de espera o en el transporte público, cuando vemos un led a lo lejos sin llegar a escuchar qué dice, pero de todos modos, gracias a las imágenes y a los zócalos gráficos, podemos entender de qué se trata. También puede ser similar a hojear una revista en la peluquería, despreocupadamente, mientras esperamos a que nos atiendan. O quizás, como presenciar más o menos interesados, según qué se nos dé a ver, las “colas” en el cine, previas a que aparezca la película principal. Por otra parte, mirar la página de inicio de Facebook es ponernos al día respecto de en qué y por dónde andan nuestros amigos, los de internet y los otros, los más cercanos, esos que además de estar en la red virtual participan de las redes off line con nosotros. Lo cierto es que ver o mirar, en cualquiera de las acepciones que acabo de comentar, y en otras que probablemente se le ocurran al lector, es diferente de espiar. Aun cuando cierta dimensión de voyeurismo sea inherente a la participación en las redes –también de exhibicionismo, por supuesto–, espiar, en principio, es ir más allá de la página de inicio. Espiar implica la transgresión de cierto límite que, aunque invisible, forma parte del decoro inherente a todo comportamiento socialmente aceptable (léase “confesable”). Quiero referirme aquí a la diferencia entre ver, mirar y espiar; luego, esto nos conducirá hasta el problema del consumidor consumido.
Las redes virtuales están diseñadas de manera tal que son, entre otras cosas, una invitación a ejercer el voyeurismo bajo la apariencia del exhibicionismo. Aquí se aplica muy bien la máxima que dice “la mejor manera de espiar es mostrarse ante la vista de todos”, tributaria de cierta lógica digna de Edgar Alan Poe, como si dijéramos: “estar a la vista es el mejor modo de ocultarse” y, por lo tanto, un buen lugar para, desde allí, ejercer el espionaje impunemente. Como sea, en las redes, el solapamiento entre exhibicionismo y voyeurismo no solo está facilitado, sino que es parte constitutiva del asunto.
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Por otra parte, quienes participamos de las redes virtuales sabemos que los fenómenos pseudopublicitarios y francamente propagandísticos propiciados por ellas llevan al usuario al lugar de objeto, modelo y –finalmente– producto. Esto queda claro en el caso de las denominadas fan pages de Facebook; si bien las “páginas de fans” están pensadas para promocionar y vender productos y servicios, algunas personas se proponen ellas mismas como potencial objeto de consumo, sin velos ni restricciones. Entonces, podemos encontrar la fan page de la librería A, del restaurante B, también la de Juan Pérez y otra de Marcela García. Es cierto que, en muchos casos, Juan y Marcela promocionan sus servicios profesionales: son periodistas, fotógrafos, profesoras de yoga, etc; pero también, muchas otras veces, Juan, Marcela, Roberto y Carolina simplemente promocionan una página con su foto y su nombre.
Entiendo que las fan pages muestran un fenómeno inherente al funcionamiento de Facebook –y de Instagram, por supuesto–, que es la transformación de las producciones de los individuos en productos aptos para ser publicitados y vendidos a través de la plataforma. Me refiero a producciones que algunas veces tienen el estatuto de las que hacen nuestros hijos en el jardín de infantes: un dibujito, un poema; los adultos, además –ahora también los niños–, sacamos fotos, escribimos nuestras opiniones, etc. Esas producciones –cuasi infantiles, astillas del roce con lo inevitable mezcladas con alguna picardía, una mixtura entre los restos que quedan luego de sacarle punta a un lápiz y las miguitas de pan de Pulgarcito– pueden ser montadas en posts que la misma plataforma, por medio de filtros y ediciones estandarizadas, se encarga de mostrar en una biografía presentable de un sujeto que, ahora, a través de sus mendrugos devenidos producciones, pasa a venderse él mismo como producto de las redes.
Si me acompañan hasta aquí, las cosas vistas de este modo explican muy bien la transformación del sujeto en objeto. Cuando se trata del sujeto del capitalismo –como somos todos nosotros, entre otras cosas, por la era en la que nos toca vivir–, nos encontramos ante un sujeto cuyo estatuto es el de consumidor. Este constituye uno de los lugares disponibles para el habitante del capitalismo, transformado ahora en producto consumido.
Ahora bien, este consumidor consumido, sujeto devenido objeto, comensal comido, cuando se trata de las redes virtuales, entra por los ojos. Este es un modo brutal de decir que la gama de matices ver, mirar, espiar, constituye un continuum que se completa del siguiente modo: ver, mirar, espiar, DEC, ser consumidos. DEC es una sigla que designa lo que considero el complejo nodal de los habitantes de las redes: Desear, Envidiar, Comprar. Entiendo que, al cabo de haber sido afectado por la dinámica de dicho complejo, el sujeto sale de allí siendo objeto consumido; para ser más preciso, producto.
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Me decía hace un tiempo una persona que suele estar muy presente en las redes virtuales: “Veo la página de inicio, ahí cuando abrís Facebook, ¿viste?, minita, minita, amigos, minita… ¡mi excuñada! Entro [a la página de Facebook de ella]. Me vuelvo loco. Sabrina [su ex] está con un viejo que le lleva como veinte años… un viejo pelado… Seguro debe estar lleno de guita, si no, no me explico… El tipo tiene X auto, parece que es gerente de Y [o sea, entró al Facebook del pelado] y ella [su ex] sacó del Facebook todas las fotos que tenía conmigo, así que debe ir en serio con ese viejo de mierda [o sea que entró también al Facebook de ella, que hacía tiempo lo había eliminado a él como contacto]”. Así, en un relato de un minuto, esta persona me contó que vio la página de inicio de Facebook, miró a las “minitas” y a sus amigos, espió a su excuñada, a su exnovia y a la nueva pareja de su ex. Luego, ya inmerso en la tarea de espionaje y disparado a descubrir todo lo posible, deseó a su exnovia, envidió el dinero –que él suponía decisivo en lo que miraba– y compró la idea que le cerraba como con un moño envuelto para regalo: “Billetera mata galán”, así lo dijo, considerándose un galán, citando a algún personaje de la farándula vernácula. Al cabo de este raid cibernético, él no era sino un objeto, una mera cosa, producto de las redes. Sus mendrugos, en su cuenta, disponibles para quien quisiera verlos; su subjetividad, alienada a los influjos de una idea denigratoria, ruinosa y miserable, que por un momento lo cristalizó en ese lugar de desecho. Esquirlas, restos fragmentarios, basura, eso es el producto que queda visible, mostrable, comercializable, de un sujeto deshecho y desecho.
El producto que resulta del camino señalado no necesariamente es interesante ni preciado en el mercado. Más bien diría que no tiene ningún brillo y padece solo, allí donde nadie lo ve, ni lo mira, ni lo rescata. Ausente de las redes sociales, las de verdad, el sujeto-resto padece la ignominia de ser la escoria de las transacciones radiales propiciadas por el capitalismo global digitalizado. En este contexto, las redes virtuales funcionan como un dispositivo del capitalismo que extiende su área de influencia a regiones reservadas exclusivamente a la intimidad en otros tiempos. La lógica capitalista, que convierte en mercancía todo lo que toca, invade ahora lo más sagrado, el espacio interior reservado para la subjetividad de cada quien. En Facebook, por ejemplo, el fenómeno de los excluidos se reproduce, arrojando situaciones extrañas, en las que la exclusión no pasa necesariamente por las necesidades básicas insatisfechas, sino por la insatisfacción de nuevas necesidades que antes no existían. O mejor dicho, por la carencia creada e impuesta por las nuevas formas de enredarse virtualmente con los otros. Este dispositivo de redes, subsumido en la lógica capitalista de toma y daca, de use y tire y de obsolescencia programada, arroja como producto un sujeto aislado, solo, que goza y padece ante la pantalla, sin otro partenaire que sus fantasías y sus recuerdos.
Ver, mirar, espiar, DEC, ser consumidos. Como se puede observar, las redes “sociales” algunas veces enredan para sostener y alojar; otras, para asfixiar por ahorcamiento al sujeto, caído como mero resto.
Martín Alomo
Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación. Profesor de y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021);La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).
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