Los niños que perdieron el abrazo de sus padres en el terremoto de Siria

Hanna al Saleh

Latakia (Siria), 6 feb (EFE).- "¿Dónde está mi madre?", alcanzó a preguntar el pequeño Ghassan Kassar antes de volver a caer en coma el 6 de febrero de 2023, sin saber que tanto ella como su padre y dos de sus hermanos habían perdido la vida en el terremoto ocurrido poco antes en la ciudad siria de Latakia.

Doce meses después, el niño de cinco años todavía recibe tratamiento para las heridas sufridas en aquel seísmo con epicentro en la vecina Turquía que le dejó huérfano, tuerto, con la cara parcialmente quemada, un brazo cortado y fuertes dolores aún prevalecientes.

"Ha sido atendido durante un año entero en el hospital", explica a EFE su hermano Hamza, de 17 años y el único otro superviviente del núcleo familiar.

Pese a su corta edad, Ghassan ya fue sometido a más de diez operaciones y recibido anestesia general en una veintena de ocasiones, relata el tutor del niño, al agregar que todavía tendrá que seguir recibiendo tratamiento durante varios años más.

La familia de seis miembros se había asentado en un campo de refugiados palestinos de Latakia tras huir de la también noroccidental Alepo durante los peores años de la guerra civil siria iniciada en 2011, pensando que la nueva ubicación sería más segura para todos.

Vidas rotas

Junto a sus padres y hermanos, el terremoto también se llevó por delante la casa familiar, por que lo que hoy Ghassan y Hamza viven en una modesta habitación arrendada en la que se apiñan una litera, una cocina y un baño.

El hermano mayor tuvo que dejar el colegio y ponerse a trabajar en un taller de costura para costear el alquiler de la nueva vivienda, así como los cuidados médicos de Ghassan, algo que promete seguir haciendo sea cual sea el precio a pagar.

Cada mañana, Hamza se tiene que llevar al pequeño al taller, pero a sus cinco años Ghassan ya sueña con un futuro mejor, aferrado al coche de juguete amarillo que le acompaña a cada visita hospitalaria.

"Quiero ir a la escuela el próximo año, ¿qué debería ser? Médico, porque eso traerá mucho dinero", comenta el niño a EFE.

Estos dos hermanos no son los únicos a los que el seísmo arrebató el abrazo de sus progenitores en Latakia, donde se concentraron 805 de las 1.414 muertes registradas en los territorios sirios en manos del Gobierno de Damasco y 1.070 del total de 2.349 heridos contabilizados oficialmente en esas áreas.

No muy lejos, en el cuarto piso de un edificio dilapidado, la única superviviente de un núcleo familiar de cuatro personas aprieta una cara cubierta de lágrimas contra el pecho de su abuela, incapaz de mediar palabra.

Se llama Ikram Abdullah, tiene 16 años y permaneció durante varias horas atrapada bajo los escombros junto a los cuerpos de sus familiares, cuyas fotografías cuelgan ahora de las paredes en la casa que comparte con sus abuelos paternos.

Ha pasado un año desde aquel trágico día de febrero, pero la adolescente todavía llora casi toda la noche, apenas duerme y pasa largos ratos en silencio, explica a EFE su abuela Umm Wael.

Los tres dependen de la pensión del abuelo, equivalente a apenas 17 dólares, mientras que Umm Wael trabaja los jueves y viernes para ayudar a que su nieta pueda continuar sus estudios.

"Hasta ahora no acepto lo ocurrido, digo hoy vendrá o mañana vendrá. O no le he visto y no sé nada de él", reconoce la mujer entre sollozos, incapaz de procesar la muerte de sus seres queridos en aquella tragedia que borró del registro civil a familias enteras.

Las heridas invisibles

Abdul Rahman Shakoush, también de 16 años, perdió el habla durante tres meses y hasta ahora no ha sido capaz de derramar una sola lágrima, pero se niega a recibir apoyo psicológico en el centro local de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA).

Son las heridas invisibles infligidas por el seísmo en miles de sirios y refugiados palestinos afincados en el país, donde también fueron gravemente golpeadas zonas en manos de la oposición.

Abdul Rahman perdió a todos y cada uno de los cinco miembros de su núcleo familiar en la catástrofe, y ha sido acogido por sus tíos.

Para ellos, la situación tampoco es fácil con una boca más que alimentar, lamenta a EFE su tío Muhammad Al-Sayer, que carece de los medios necesarios para costear el viaje que Abdul Rahman tanto desea hacer para dejar atrás los recordatorios permanentes de la tragedia que se esparcen por Latakia.

El adolescente dice que lo que más echa de menos son las peleas con su hermano, mientras describe su angustia constante y la "gran conmoción" sufrida tras el seísmo. EFE

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