Su estatua
...limpiar su estatua y hacer lo que más le gusta: tocar Jazz con su clarinete.
Woody Allen volvió a Oviedo, España, y aunque esta vez no llegaba el director de cine sino el clarinetista, sí repitió sus oficiosas funciones de embajador turístico de la ciudad.
Como en anteriores ocasiones, todo fueron elogios hacia Oviedo. El avión privado de Allen y familia había aterrizado en el aeropuerto de Asturias pasados unos veinte minutos del mediodía. Después de media hora larga llegaba al hotel de La Reconquista, con maletín y un grueso libro, lectura de viaje, sobre las grandes familias mafiosas («Five Families», de Selwyn Raab). El volumen pronto se transformó en juguete en manos de su hija Manzie, y, tras los saludos protocolarios, al momento estaba improvisando una rueda de prensa mínima:
«Estoy muy, muy feliz de estar aquí, cualquier excusa para venir a este lugar es maravillosa. Una de las posibilidades más excitantes de esta gira de jazz es poder estar aquí». Y, preguntado por sus planes, «pasear, comer y, probablemente, limpiar mi estatua».
Parecía una broma y en el fondo lo era, pero el director la llevó hasta las últimas consecuencias cuando, media hora más tarde, llegó a su estatua, sacó un kleenex del bolsillo y se puso a sacar lustre.
Todo el mundo celebró la gracia y la comitiva, que completaban su esposa Soon-Yi, su otra hija Bechet, una amiga, tres asistentes, personal de la Fundación y prensa, siguió hasta la plaza de la Catedral. Allí, tras un rápido vistazo al belén, volvió a meterse en el coche y se fue a comer a una conocida marisquería próxima al hotel.
Después de firmar autógrafos volvió a pie al hotel y allí se quedó descansando toda la tarde, hasta las siete y media. Mientras, sus hijas, un par de canguros francesas, su esposa y una amiga tuvieron tiempo a dar un paseo y salir de compras por la ciudad. A él todavía le quedaba el concierto. Eso fue lo que dijo al despedirse, con dos fundas de clarinete en las manos.