Colin Farrell es el Don Johnson de la nueva "División Miami"
Colin Farrell ("Alejandro Magno") y Jamie Foxx ("Ray") son los encargados de dar vida a los agentes Sonny Crockett y Ricardo Tubbs en la adaptación a la gran pantalla de "División Miami". La versión cinematográfica de la mítica serie de los ochenta está dirigida por Michael Mann, un cineasta que, con trabajos a sus espaldas como "Heat" o "Collateral", cuenta con las tablas suficientes para llevar al cine toda la acción e intriga que en su día protagonizaran Don Johnson y Philip Michael Tomas, pero esta vez sin las limitaciones de la pequeña pantalla.
Olvídense de la mítica serie de los 80, que puso de moda los trajes con camiseta y la gomina rizada, porque Michael Mann ha empezado desde cero. Esto es, ha situado su «Miami Vice» en un espacio abstracto donde Sonny Crockett (Colin Farrell) y Richard Tubbs (Jamie Foxx) viven para trabajar y cumplir una misión. La misión es lo de menos, porque argumentalmente la película se distingue poco de cualquier subproducto de sobremesa con policías guapos y narcotraficantes con bigote (un sobrio Luis Tosar).
A Mann le gusta entretenerse en el proceso, que funde las vidas privadas con las profesionales y se desarrolla en ciudades que parecen diluirse en su propio color, fantasmagóricas y brillantes. La trama policial es, por tanto, una excusa para que disfrutemos, entre otras cosas, de su innata habilidad para el retrato urbano desde una puesta en escena hipnótica, que parece invocarse desde otro mundo donde todo es textura, tono y forma. Y en ese mundo hay espacio para un arranque eléctrico, magnífico (¡por fin alguien rueda una escena de discoteca sin quedar en evidencia!); para una preciosa secuencia de acción (el asedio a la caravana); y para desgracia, las digresiones románticas.
Al contrario que «Colateral», también rodada según los espectrales parámetros del video de alta definición, ésta apenas se toma la molestia de desarrollar a sus personajes, tipos duros que cometen la equivocación de enamorarse de mujeres con las que trabajan. Así las cosas, la relación erótico-festiva entre Colin Farrell y una Gong Li que parece estar pensando en sus glorias pasadas con Zhang Yimou resulta más que improbable. Y aunque se agradece la falta de pudor con que Mann despliega su tendencia a la épica sentimental, trufada de diálogos y situaciones imposibles (ese viaje a Cuba en lancha... ¡para tomar un mojito!), la cinta gana en interés cuando sus protagonistas callan. Es entonces cuando podemos exprimir la belleza del contexto en el que se mueven, el parecido de sus cuerpos con los edificios que habitan, mientras, a lo lejos, un rayo ilumina y divide la noche de un Miami seductoramente siniestro.