Submarino ARA San Juan: la tumba sin respuestas en el fondo del mar

La Argentina toda vive las horas más angustiantes de los últimos tiempos.Desde el miércoles 15 de noviembre, la pérdida del submarino ARA San Juan en aguas del Atlántico, tiene en vilo al país entero y, por supuesto, a los dolidos familiares y conocidos de los 44 tripulantes de la nave.
Muchos de ellos, mantienen vivas las esperanzas de hallar sanos y salvos a quiene van a bordo del San Juan, e incluso manifestaron todo claramente ante el periodismo.
Así lo hizo Jorge Bergallo, ex comandante del ARA San Juan, que tiene a su hijo Jorge Ignacio en el buque.
“Conociendo al comandante y a su segundo, mi hijo, sé que son dos personas serenas, racionales para tomar las decisiones, seguro que tuvieron siempre en mente la seguridad de sus tripulantes. A lo mejor decidieron no salir a superficie hasta que no se calmara el viento porque era lo mejor para la gente. O pueden estar asentados en el fondo esperando que los vayan a sacar”, afirmaba el militar con un enorme aplomo.
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“Los adiestramientos son duros, las emergencias son practicadas mil veces. Mi hijo es un gran tipo y así se lo voy a volver a decir”, se animaba a sí mismo y a los demás.
La convicción -con mayor o menor firmeza- está instalada entre los 200 familiares de la tripulación, que solían concentrase frente a la base naval de Mar del Plata para apoyarse unos a otros, y tranquilizarse.
Pero -sin embargo- a todos aún les faltaba una información fundamental, algo que les llegó como un duro golpe de agua fría el jueves 23, ocho días después del último contacto: diversos sensores colocados a miles de kilómetros habían
detectado una explosión en la zona donde se perdió el submarino a las 10:31 hs. del miércoles 15, solo tres horas después de esa última comunicación en la que se daba cuenta del fallo en las baterías. De repente, todo cerraba.
Para ellos, ya no había ninguna esperanza.
Fue una semana completa de ilusiones que, a la luz de los hechos, dan la sensación de ser completamente falsas.
Jessica Gopar, esposa de otro tripulante (Fernando Santilli), le había escrito cada día en Facebook contándole las novedades, confiando en que él estaría encerrado en el submarino, esperando un rescate. “Hola Fernando. No sé qué estará pasando en tu calma o en tu desesperación. Acá cada día se hace más duro. Hay momentos de esperanza y otros de mucha congoja. Hay mucha gente orando, rezando por ustedes, no se imaginan cuánto. Stefano aprendió a decir papá. “Dale llámalo hijo así viene”, escribió en uno de esos días de interminable y comprensible angustia.
Mientras las víctimas se hundían, dos personas agradecían su inmensa suerte. Son los dos tripulantes que se bajaron del ARA San Juan en Ushuaia, en el último
momento. Uno, Adrián Rothlisberger, lo tenía previsto, le tocaba un ejercicio en
Perú. Otro, René Humberto Vilte, lo pidió en el último momento para atender a su
madre enferma. Son los únicos que se libraron de acabar en el abismo.
Pero con el paso de las horas y las noticias poco alentadoras, la práctica certeza de la muerte cambió todo.
“¡Nos mintieron!”, gritaban desgarrados a las puertas de la base de Mar del Plata. “Mandaron una mierda a navegar. Ya tuvieron un inconveniente en 2014 y no pudieron emerger. Son unos desgraciados perversos que nos tuvieron acá una semana. ¿Por qué no lo dijeron antes?”, estalló Itatí Leguizamón, esposa de Germán Suárez, otro marino del ARA San Juan.
Es posible que nunca más se logre encontrar al submarino siniestrado y, en consecuencia, que tampoco se logren recuperar los cuerpos de los infortunados 44 tripulantes.
Los militares reconocen que la tecnología solo permite rescatarlo a un máximo de 600 metros, si es que lo localizan. Y podría estar incluso a 3.000, porque habría estallado al borde de un impresionante abismo marino.
Así las cosas, con este doloroso y casi irremediable panorama, el fondo del mar se transformaría de manera inesperada, en una tumba que -lejos de darle paz a víctimas y deudos, sólo aportaría una angustiante falta de respuestas.