Grelas, percantas y algo más
El tango les vino de perilla para sacar a relucir sus esperanzas, sus aspiraciones, sus sensaciones y, algunas veces, el insondable cúmulo de sus inquietantes pretensiones.
No las altera la indiferencia del mundo -que sigue siendo tan sordo como mudo- ni las intimida la lucha -que sigue siendo cruel y mucha- y se dejan solamente guiar por la brújula loca de sus respectivos corazones. No obstante, el tango les es sorprendentemente adicto; parece feliz de hallarse afiliado a sus irreverentes reverencias y se deja mimar, revertir, construir y destruir, sintiéndose el más preciado objetivo de este tiempo y de esta vida.
Algunas son ingeniosas y otras geniales pero todas -inexorablemente- llevan en su interior ese fuego entre sagrado y profano, indiscutible generador de divisas que la humanidad conoce como “tango”.
Las minas del tango reo
Enclaustradas en el “Centro Cultural Borges” -un reducto con prosapia propia- este duetto de percantas fulgurantes se divierte y hasta divierte interceptando todo el arrabal que yace y subyace en la taciturna geometría del tango canción.
Tienen fuerza, estilo, dinamismo, vocación de divas y un deambulante histrionismo que aparece de pronto como una inesperada yapa que, ya que es gratis, vale la pena de tener en cuenta.
Lucrecia Merico y Valeria Shapira -musas de la tanguería rea- se presentan a sí mismas como “dos naifas tangueras que le cantan al (des) amor en un feca de Buenos Aires”.
Nadie podría negarles -y es posible que tampoco se atreviesen- ni talento, ni osadía, ni el pujante heroísmo de arrebatarle al tango toda su hegemonía compadrita y exhibirla de golpe y porrazo con todo su canyengue vigor.
Con un teclado brillantemente manoseado por Marcela Pedretti, estas minas émulas de Mimí, Malena o Manón, reeditan tanto el malevaje, como el sentimentalismo romanticón y acaso perdurable de nuestro mitológico dos por cuatro.
El amor: ese loco berretín
Dispuesta a demostrar que el amor es siempre loco, siempre berretín y siempre impostergable, Rita Cortese invadió el emblemático petit escenario de “Clásica y Moderna” con su funambulesco y desopilante despliegue de argucia histriónica, con su acuciante temperamento y sus perennes y auténticas ínfulas de actriz tan convicta como confesa.
Canta y dice con la arrogancia y el desenfado de quien sabe que puede hacer lo que hace y despliega en cada tango sus propias vivencias íntimas como un holocausto cautamente metamorfoseado de show.
Su exuberante personalidad avala todos sus riesgos y todas sus posibles pretensiones… tal vez porque tiene el buen sentido de pretender solo lo que reconoce como posible.
El tango la alistó en sus filas para enriquecer su corte de pipistrelas ambulantes y se deja exhibir impunemente como una oferta siempre de ocasión. En el mismo musiquero reducto de “Clásica y Moderna” ese mismo tango deja atrás su esencia arrabalera y rescata su prestancia ciudadana en la melodiosa voz y el relevante estilo de Lidia Borda.
También peregrinando por el reísmo y absorviendo el ritualismo legado por la mítica Tita Merello, anda Juana Patiño también convertida -a pura obstinación- en una pipistrela más.