La trágica vida del presidente argentino más joven: una sangrienta pérdida, el gesto con San Martín y una muerte temprana

Apodado “Taquitos”, por las botas que usaba para aparentar ser más alto, Nicolás Avellaneda había nacido el 3 de octubre de 1837 en Tucumán. Su presidencia es catalogada como una de las mejores de la historia argentina, a la altura de la de Domingo Sarmiento y Bartolomé Mitre, pero también se destacó por un detalle no menor: ser el más joven, con 37 años, en ser electo.
La vida de Avellaneda estuvo marcada por la tragedia que forjó su carácter y a pesar de haber crecido entre sangre muerte, jamás prometió vengarse. Curiosidades y episodios de quien Sarmiento definió como “el primer presidente argentino que desconocía el uso de las armas”.

Un cumpleaños sangriento
La vida lo golpeó desde muy chico a Avellaneda, específicamente el día que cumplía 4 años. La despiadada guerra civil entre unitarios y federales en el territorio argentino, que ocupó gran parte del siglo XIX, dejó innumerables episodios de violencia y derramamiento de sangre de la que aún hoy se recuerdan. Uno de los hombres más destacados de aquella época fue Juan Manuel de Rosas, líder federal y gobernador de Buenos Aires, que persiguió a quienes pensaban distinto y en muchas oportunidades hasta castigó con la muerte.
Una de sus víctimas fue Marco Manuel Avellaneda, su padre, quien padeció una muerte dolorosa y trágica. Nombrado gobernador de Tucumán unos meses, le declaró la guerra a Rosas, quien no dudó en tomar represalia.
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El asesino fue el militar y miembro de La Mazorca, Mariano Maza, quien además era sobrino y primo de Manuel y Ramón Maza. El mazorquero sometió a Avellaneda a un violento interrogatorio, lo condenó por traición a la patria y hasta haber sido parte del asesinato del exgobernador tucumano, Alejandro Heredia. El padre de Nicolás fue degollado y decapitado junto con el coronel José María Vilela, el comandante Lucio Casas, el mayor Gabriel Suárez, el capitán José Espejo y el teniente Leonardo Souza que pasarían a ser conocidos como “los mártires de Metán”.
Exilio y presidencia
Por el horrible crimen de su padre, su madre se vio forzada a emigrar a Tupiza en Bolivia, donde pasaron 5 años hasta volver a Tucumán, donde la familia vivió en casa de su abuelo Silva. En 1850 se fue a Córdoba por estudios, donde se recibió de abogado, obtuvo el doctorado en Buenos Aires, y llegó a ocupar el cargo de ministro del presidente Sarmiento, senador y presidente de la República. Tampoco hay que olvidar que fue rector de la Universidad de Buenos Aires, por el cual siempre quiso que lo recuerden.
Fue el mismo padre del aula quien lo bautizó como el primer presidente argentino que desconocía el uso de las armas. ¿Por qué? Sucede que hasta entonces todos sus predecesores habían sido formados como militares. La presidencia de Avellaneda comenzó en 1874 con la rebeldía del general Mitre, quien acusó de fraudulentas a las elecciones que lo consagraron y finalizó su mandato con la revolución del 80, obligándole a fijar la residencia del Poder Ejecutivo en la ciudad de Belgrano.

Fue durante su gestión que tuvo lugar uno de los eventos más famosos de la historia argentina. Su ministro de guerra, Adolfo Alsina, cavó la franja que llevó su nombre para contener el avance de la indiada que destruyó pueblos vecinos a la ciudad de Buenos Aires. Pero al morir repentinamente, designó al general Julio Argentino Roca, quien cambió la política defensiva, la famosa conquista al desierto.
La promesa a José de San Martín
El Libertador de América manifestó en vida su deseo de que su cuerpo descanse en Buenos Aires, lo dijo en 1844 en su testamento: “Prohíbo el que se me haga ningún género de Funeral, y desde el lugar en que falleciere se me conducirá, directamente, al Cementerio sin ningún acompañamiento, pero sí desearía, el que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires”.
Los trámites no fueron sencillos y se tardó algunos años en recolectar el dinero necesario para cubrir todos los gastos. Fue el mismísimo presidente Avellaneda, quien instó a los ciudadanos con un efervescente discurso para que aporten su donación. La fecha elegida fue nada más y nada menos que el aniversario de la batalla de Maipú, el 5 de abril de 1877. El combate en cuestión fue librado en 1818 y fue determinante en la independencia de Chile. Avellaneda manifestó ese día: “Las cenizas del primero de los argentinos, según el juicio universal, no deben permanecer por más tiempo fuera de la patria [...]. Los pueblos que olvidan sus tradiciones, pierden la conciencia de sus destinos, y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son los que mejor preparan el porvenir.”
El discurso fue un éxito, se reunió el dinero necesario y con ello se llevó a cabo la construcción del mausoleo y se usó para los gastos del viaje. El 25 de febrero de 1878, centenario del natalicio del General San Martín, se colocó la piedra fundamental en la Catedral.

A principios de 1880, Avellaneda resolvió que el transporte de guerra Villarino, que terminaba de construirse en astilleros ingleses, sería el medio encargado de transportar los restos del prócer. Los restos arribaron a Sudamérica en mayo, primero el 22 pasó por Uruguay donde fueron venerados por el pueblo charrúa y el 28 finalmente llegaron a Buenos Aires. Un cortejo acompañó a una carroza fúnebre que tuvo una primera parada en Plaza San Martín, donde el primer mandatario Avellaneda, el expresidente Domingo Faustino Sarmiento y el embajador de la República del Perú en Argentina, Evaristo Gómez Sánchez, pronunciaron diferentes discursos. Tras la finalización de los mismos se dirigieron al último destino: la Catedral. Se estima que entre 30 y 100 mil personas estuvieron presentes.
Una repentina muerte
Terminó su presidencia en octubre de 1880 y contrajo la enfermedad Bright, hoy conocida como una insuficiencia renal. Viajó a Francia con el objetivo de encontrar un tratamiento para su mal, pero no había nada que hacer.

Después de permanecer tres meses en París, volvió a Buenos Aires con el último deseo de morir en su país. Pero no pudo ser, falleció en alta mar el 25 de noviembre de 1885 y se transformó en el presidente más joven en fallecer a poco de cumplir 48 años.