La Conferencia de Potsdam: cuando EEUU y la URSS se dividieron el mundo y crearon un nuevo orden

Entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945, los líderes de las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial —Joseph Stalin por la Unión Soviética y Harry S. Truman por Estados Unidos—, se reunieron en Potsdam, en las afueras de una Berlín en ruinas. En los antiguos palacios de verano de los reyes prusianos, se delinearon los ejes fundamentales del nuevo orden internacional.
La Conferencia de Potsdam fue el escenario en el que comenzaron a definirse las zonas de influencia que darían forma al mundo bipolar. Participó también el entonces Primer Ministro británico Winston Churchill, reemplazado a mitad de conferencia por Clement Attlee, observador atento de cómo estadounidenses y soviéticos se repartían el tablero que hasta hacía solo unos meses había sido suyo…

El fin de Europa
La Conferencia de Potsdam marcó un punto de inflexión en la transición del poder global desde Europa hacia Estados Unidos. Para ese entonces, Washington ya había comenzado a desplazar a Gran Bretaña como potencia dominante, un proceso que se había acelerado con el acuerdo de “bases por destructores” de 1940, mediante el cual Estados Unidos obtuvo derechos para operar en diversas bases navales británicas en el Atlántico. Este paso fue relevante para afianzar su proyección marítima y consolidar una supremacía naval que persiste hasta la actualidad.
Uno de los gestos más significativos que reflejan esta nueva dinámica fue la actitud del presidente Truman al asumir el cargo tras la muerte de Roosevelt: optó por no asistir a las celebraciones conjuntas de la victoria junto a Winston Churchill y, en su lugar, priorizó una reunión con Joseph Stalin para comenzar a delinear las pautas de la conferencia de Potsdam. Como bien señaló Charles de Gaulle, en la Segunda Guerra Mundial “hubo dos países vencidos, pero todos perdimos”.
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Truman no estaba dispuesto a que la configuración del nuevo orden internacional fuese definida por las potencias europeas, como había ocurrido en 1919 con el Tratado de Versalles. A partir de entonces, sería Estados Unidos quien fijaría las reglas para Occidente.
La reunión que dividió el mundo
Al comenzar la conferencia, las tropas soviéticas ocupaban gran parte de Europa oriental, aunque ese dominio aún carecía de reconocimiento formal. En Yalta se habían insinuado concesiones en ese sentido, pero ahora Stalin buscaba consolidarlas en acuerdos concretos. Truman, aún confiado en poder contener al líder soviético —a quien describió como “honesto, pero más listo que el demonio”—, no estaba dispuesto a ceder sin condiciones.

Lo que se resolvió fue decisivo: se establecieron las zonas de ocupación en Alemania, se acordó su desmilitarización y desnazificación, y se dispuso que cada potencia aliada obtuviera reparaciones a partir de su propia zona de control. Además, se avaló la ocupación polaca de territorios alemanes al este del río Óder-Neisse, al tiempo que la URSS aceptó postergar sus demandas de compensaciones económicas inmediatas. A cambio, Stalin se comprometía a intervenir en la guerra contra Japón. Sin embargo, el equilibrio negociador se alteró cuando Truman reveló su “as bajo la manga”: el desarrollo exitoso de la bomba atómica.
La carta atómica
Estados Unidos había probado con éxito su primera bomba atómica. Truman informó a Stalin sobre la existencia de un arma de gran poder destructivo, aunque sin entrar en detalles. El líder soviético fingió indiferencia al responder: “Espero que sepan usarla”, pero ordenó de inmediato acelerar el programa nuclear de su país. Aquella conversación informal abrió el telón de la carrera armamentística que definiría la Guerra Fría.

Ahora que Truman contaba con un arma de poder devastador, disponía de la ventaja necesaria para forzar la rendición japonesa sin necesidad de recurrir al apoyo soviético. Esta situación alteró por completo la dinámica de posguerra en Asia: a diferencia de Alemania, Japón evitó ser dividido en zonas de ocupación entre las potencias vencedoras, lo que permitió a Estados Unidos establecer allí una administración exclusiva bajo su control. Aun así, Moscú recibió ciertas concesiones territoriales menores: las islas Kuriles, el sur de Sajalín y algunos derechos en Manchuria.
Un nuevo mundo bipolar
La geopolítica de Potsdam marcó el inicio del mundo bipolar. Cada potencia codificó su victoria no solo en términos militares, sino también como una oportunidad para reordenar el mapa global según sus intereses estratégicos. La Unión Soviética consolidó su hegemonía sobre Europa del Este mediante la instalación de regímenes satélites, justificando su expansión con la necesidad de una “franja de seguridad”. Por su parte, Estados Unidos reforzó su presencia en Europa Occidental a través de alianzas políticas, asistencia económica —como más tarde lo haría con el Plan Marshall— y la permanencia de tropas y bases militares, que aún hoy se mantienen.
Las decisiones tomadas —y los silencios estratégicos— revelaron un nuevo equilibrio de poder sustentado en la competencia entre Washington y Moscú.
Emergía así un mundo dividido, armado y escéptico. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki no solo precipitaron el fin de la Segunda Guerra Mundial, sino que también marcaron el inicio de la era nuclear, estableciendo un nuevo tipo de disuasión que condiciona la relación entre potencias hasta el día de hoy.