Aniversario de la Crisis de los Misiles: cómo funciona el principio de la mutua destrucción asegurada que equilibra el poder de las potencias

En las rivalidades entre grandes potencias, algunas han sabido maniobrar de tal modo que, incluso ante el riesgo real de una guerra, procuraron siempre mantener un equilibrio estratégico. Ello se debía a la conciencia de que derrotar por completo a un adversario de poder equivalente era una tarea imposible, por lo que optaron por la contención, los conflictos limitados y el cálculo racional antes que la destrucción mutua.
Un ejemplo histórico de esta dinámica puede observarse en la relación entre Roma y los partos: dos grandes imperios que, pese a los enfrentamientos y tensiones, nunca buscaron realmente aniquilarse entre sí. Algo similar ocurrió con Gran Bretaña y Francia durante su prolongada rivalidad entre los siglos XVIII y XIX.
Por último, aunque en una escala incomparablemente más peligrosa, esa dinámica también se manifestaría siglos después en la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética. La Crisis de los Misiles de 1962 ejemplificó cómo, aun bajo la amenaza de aniquilación nuclear, las potencias optaron por preservar el equilibrio antes que arriesgarse a la destrucción mutua.
Buscando una paridad estratégica
¿Qué llevó a la URSS a intentar montar misiles con carga nuclear en la isla de Cuba? Hay que tener en cuenta que la Unión Soviética se encontraba rodeada por la estrategia de la contención estadounidense: bases y misiles de la OTAN se desplegaban en las proximidades de sus fronteras, lo que representaba una amenaza directa para Moscú.
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En caso de un conflicto, la capacidad de respuesta soviética frente a un ataque nuclear estadounidense sería considerablemente más lenta debido a la distancia geográfica entre ambos países, situación que reforzaba la percepción de desventaja estratégica en el Kremlin.
Lo que buscaba el líder soviético era alcanzar una paridad estratégica: instalar misiles en Cuba constituía una jugada geopolítica destinada a equilibrar el tablero, haciendo que los Estados Unidos experimentaran la misma sensación de vulnerabilidad que Moscú percibía frente al cerco occidental.
Kennedy: liderazgo y prudencia
John F. Kennedy asumió la presidencia de los Estados Unidos el 20 de enero de 1961. A poco de asumir debió enfrentar la presión por el creciente conflicto en Vietnam, el fallido episodio en Bahía de Cochinos en Cuba, una cumbre tensa con Kruschev en Viena, e incluso la construcción del Muro de Berlín.
La percepción hacia dentro de EE.UU. era que quizás Kennedy no era lo suficientemente apto para liderar a su país en plena Guerra Fría. Esta percepción también tenía Nikita Krushev, y lo llevó a suponer que Kennedy retrocedería ante la amenaza de los misiles; sin embargo, el presidente estadounidense respondió con firmeza y habilidad estratégica.
Tanto Kennedy como Krushev estaban presionados para utilizar la fuerza. Sin embargo, ninguno de los dos líderes quería ir a la guerra, por lo tanto, debían encontrar una salida que no fuera humillante para ambos.
Empatizando con el enemigo
Como comentamos al principio de la nota, los grandes poderes no desean aniquilarse mutuamente. En rigor, nadie lo desea. Solo es prudente atacar cuando las posibilidades de victoria son altas o, en todo caso, cuando se está ante una situación extrema.
La intención de Krushev nunca fue desatar la guerra, sino lograr un acuerdo quid pro quo que aliviara la presión en las fronteras soviéticas en donde estaban siendo apuntados con misiles de la OTAN. Finalmente se llegó a un arreglo.
Estados Unidos se comprometió a retirar discretamente los misiles balísticos Júpiter que tenía instalados en Turquía (que, de hecho, ya estaban obsoletos). Este intercambio se mantuvo en secreto porque hacerlo público habría parecido una cesión a la amenaza soviética, lo que habría debilitado la posición estadounidense ante la OTAN.
Por ello, el trato fue negociado en secreto por Robert F. Kennedy, hermano del presidente, con el embajador soviético Anatoli Dobrynin. Los misiles de Turquía fueron retirados varios meses después, sin conexión pública con la Crisis de Cuba. A cambio, los soviéticos retirarían sus misiles de Cuba y se abstendrían de hacer pública la información sobre la retirada de Turquía durante al menos seis meses. Este último hecho fue lo que favoreció la percepción, dentro de la URSS, de que el liderazgo de Kruschev era débil y descuidado. Como es de público conocimiento, ninguno de los dos líderes involucrados se mantuvo mucho tiempo más en el cargo.
De más está decir que ni EE.UU. consultó con Turquía el retiro de los misiles, ni la URSS preguntó a Cuba si estaba de acuerdo con la decisión. La Crisis de los Misiles dejó así al descubierto una constante en política internacional: cuando el equilibrio de las potencias está en juego, los Estados menores son tratados como medios prescindibles para los fines de los más poderosos.
Tal como advirtió Tucídides hace más de dos milenios, “los poderosos hacen lo que su poder les permite, y los débiles sufren lo que deben”.














