Por Canal26
Lunes 18 de Marzo de 2024 - 03:30
Javier Castro Bugarín
Taipéi, 18 mar (EFE).- La segunda década del siglo XXI estuvo marcada por el auge de las protestas sociales: manifestaciones de ciudadanos indignados, ocupaciones de los espacios públicos y revueltas populares fueron algunos ejemplos de este clima de época, que tuvo su propio eco en Taiwán con el Movimiento Girasol.
Este fenómeno se hizo mundialmente conocido el 18 de marzo de 2014, cuando cientos de jóvenes tomaron la sede del Yuan Legislativo (Parlamento) para protestar por la aprobación de un acuerdo comercial de servicios entre Taiwán y China, negociado de forma opaca por el entonces partido gobernante, el Kuomintang (KMT).
En opinión de Lin Fei-fan, uno de los rostros más visibles de aquellas protestas, el Movimiento Girasol “fue el punto de inflexión del cambio político en Taiwán”, puesto que puso sobre la mesa uno de los postulados más defendidos por la mayoría de la sociedad taiwanesa: que el futuro de la isla “debe ser decidido” por sus habitantes.
“Antes, las relaciones a través del estrecho se decidían por un pequeño grupo de la élite política, controlado por el KMT y el PCCh (Partido Comunista chino). Con el Movimiento Girasol, la gente se dio cuenta de que debía tener derecho a participar en ese proceso político”, afirma Lin en una entrevista a EFE.
Hace diez años, el panorama político de Taiwán era muy distinto al actual: bajo la Administración del expresidente Ma Ying-jeou (2008-2016), la isla gozaba de unas relaciones mucho más estrechas con China; una sintonía que derivó en la firma de varios acuerdos bilaterales, entre ellos el Acuerdo de Intercambio de Servicios a través del Estrecho (CSSTA).
Aprobado en junio de 2013, el CSSTA pretendía liberalizar el acceso a varios sectores de la economía, entre ellos el bancario, el sanitario o el de telecomunicaciones; pero la preocupación por sus potenciales efectos adversos llevó al KMT a aceptar una revisión cláusula a cláusula del pacto, lo que dilató su puesta en marcha.
“La gente interpretó que el acuerdo era parte de una estrategia más amplia de integración política entre Taiwán y China”, asegura Lin, entonces estudiante de la Universidad Nacional de Taiwán.
Tras meses de parálisis legislativa, el 17 de marzo de 2014 el KMT trató de emplear su mayoría absoluta para acelerar la aprobación del acuerdo, “rompiendo todos los procedimientos democráticos” de la Cámara, según Lin.
“Muchos creíamos que si el Parlamento no podía actuar conforme al deseo de la mayoría de los taiwaneses, nosotros teníamos que tomar cartas en el asunto”, manifiesta el exlíder estudiantil sobre la jornada del 18 de marzo, en la que cientos de personas ocuparon el Yuan Legislativo, algo inédito en la historia de la isla.
En las semanas siguientes pasó de todo: varios intentos de negociación con el Gobierno, una ocupación infructuosa del Yuan Ejecutivo e incluso una manifestación masiva ante el palacio presidencial. Finalmente, y dado que los manifestantes gozaban de gran apoyo popular, el Gobierno frenó la implementación del acuerdo, y los estudiantes desalojaron el Parlamento el 10 de abril.
“Al principio (de la ocupación) pensábamos que íbamos a ser expulsados por la Policía, pero fue entonces cuando escuchamos que afuera de la Legislatura había una multitud de más de 20.000 personas y sentimos que sí, que podíamos tener éxito”, señala Lin, emocionado al recordar un movimiento que “cambió” su vida.
El Movimiento Girasol acabó convirtiéndose en un punto de inflexión de la política taiwanesa: el KMT sufrió un golpe de imagen del que todavía no se ha recuperado, el Partido Democrático Progresista ha ganado las tres elecciones presidenciales que se han celebrado desde entonces y las relaciones de la isla con China se han enfriado.
“El problema es que hace diez años estabas preocupado por que tu Gobierno te vendiera (a China), y ahora lo estás por si te puede proteger de las amenazas del PCCh”, subraya Lin, que reconoce que la coerción económica y las acciones militares alrededor de Taiwán “se han incrementado” en la última década.
Para el exlíder estudiantil, quizás el mayor impacto del movimiento sea, precisamente, de índole emocional: la certeza de que en Taiwán los ciudadanos pueden elegir a sus representantes públicos, y que esa conciencia democrática se haya consagrado como un “pivote esencial” de la “identidad taiwanesa”.
“Creo que mi generación ha pensado de esta forma: que nacimos en democracia y tenemos derecho a decidir nuestro gobierno, nuestro futuro, nuestras políticas (...). En el Taiwán democrático, eres un ciudadano, y ser ciudadano significa que puedes decidirlo todo dentro de esta frontera”, sentencia. EFE
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