La maldición de Tutankamón que estremeció al mundo: del insólito rol de Sherlock Holmes a la explicación científica
El descubrimiento, a cargo de Howard Carter, desencadenó en una serie de muertes inexplicables entre sus amigos y colaboradores que lo atormentó durante el resto de su vida.

Howard Carter era un célebre arqueólogo y egiptólogo inglés, llevaba dos años de trabajo en el Valle de los Reyes, a fines de noviembre de 1922 descubrió el primer indicio de la existencia de una tumba que luego se sabría era la de Tutankamón. Fue de casualidad porque uno de los aguateros del equipo tropezó con una piedra que resultó ser el comienzo de una escalinata descendente. Un hallazgo histórico que cambiaría al mundo.
Carter y sus colaboradores excavaron hasta que se toparon con la puerta de barro que tenía sellos de escritura jeroglífica. El financista de la expedición, George Edward Stanhope Molyneux Herbert, quería estar presente cuando se abriera la tumba, por lo que el inglés ordenó rellenar nuevamente la escalera y le mandó un telegrama a su mecenas.
Lord Carnarvon llegó desde Londres, acompañado por su hija Evelyn, el 23 de noviembre. Durante esos días de espera, Carter no se movió del campamento por temor a que la tumba sufriera un saqueo en su ausencia. La tumba guardaba los restos Tutankamón, muerto a los 18 años e hijo de Akenathon, el hombre que había intentado instaurar el monoteísmo en el Egipto del Siglo XIV antes de Cristo.

El 26 de noviembre, Carter, Carnarvon, Evelyn y el ayudante del arqueólogo, Arthur Callender, miraron el interior a través de una pequeña abertura y la abrieron al día siguiente, porque no podían hacerlo sin la presencia de un inspector del gobierno egipcio. Había cofres, tronos, altares y divanes, hasta sumar cerca de cinco mil objetos.
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Todo estaba intacto, salvo por las consecuencias del paso del tiempo. En miles de años nadie había entrado a esa tumba. Carter pidió ayuda a otro arqueólogo Albert Lythgoe, del Metropolitan Museum de Nueva York, que trabajaba en una excavación de las cercanías, y éste prestó a parte de su equipo, incluyendo a Arthur Mace y el fotógrafo Harry Burton. El gobierno egipcio envió al químico analítico Alfred Lucas para que se sumara.
En el medio Lord Carnarvon vendió la exclusiva, con fotografías incluidas, a The Times porque quería recuperar parte de su inversión.

Una “maldición” inexplicables
Al empresario le quedaban apenas cuatro meses de vida, su muerte sería la primera de una cadena que daría lugar a los rumores sobre “la maldición de la tumba de Tutankamón”. En marzo de 1923 lo picó un mosquito y Carnarvon se cortó la picadura mientras se afeitaba con su navaja que le causó una infección que derivó en una septicemia. Murió a causa de la infección, agravada por una neumonía, el 5 de abril.
Su medio hermano, Aubrey Herbert, que había presenciado la apertura de la cámara y tenía una salud extremadamente frágil murió poco después que Lord. Arthur Mace murió en El Cairo sin que los médicos pudieran explicar la causa y Sir Douglas Reid, encargado de radiografiar la momia, se enfermó en Egipto muriendo dos meses después en Suiza.

En el caso Alby Lythgoe, el arqueólogo del Metropolitan Museum de Nueva York que cedió a su equipo a Carter, perdió la vida a causa de un infarto en 1934. George Jay Gould, invitado a visitar la tumba, empezó a sufrir accesos de fiebre muy elevada pocos días de su regreso de Egipto y falleció. El secretario de Carter, Richard Bethell, murió de un ataque cardíaco en Egipto pocos meses después del descubrimiento de la tumba y su padre se suicidó al recibir la noticia.
Hubo otra víctima que nunca había estado cerca de la momia: Sir Bruce Ingram a quien Carter le regaló varios objetos procedentes de la tumba y pocos días después, su casa se incendió.
Sherlock Holmes, ¿el culpable?
Para entonces, la leyenda de su maldición había atravesado las fronteras de Egipto y se había instalado, con títulos sensacionalistas, en los medios de comunicación británicos y de muchos otros países.
Howard Carter aseguró que el culpable de inventar la leyenda de la maldición de la tumba de Tutankamón fue Sir Arthur Conan Doyle, creador del detective Sherlock Holmes.
La muerte de uno de sus hijos, Kingsley, por una neumonía que contrajo en la guerra, le hizo estrechar su vínculo con el espiritismo fundado por Allan Kardec, doctrina a la que dedicó mucho tiempo y energías, publicando además en 1926 History of spiritualism y defendiéndolo en sus numerosas polémicas, por ejemplo, contra su propio amigo Harry Houdini. Publicó un artículo en el que explicaba la serie de muertes como una maldición que perseguía a quienes habían molestado en su descanso eterno al espíritu del faraón y así se instaló “la maldición de Tutankamón”.

También creyó y defendió la veracidad del famoso caso de las hadas de Cottingley, aunque las niñas implicadas admitieron muchas décadas después, ya ancianas, que las fotos mostraban en realidad recortes que habían sacado de sus libros de cuentos.
La explicación científica
Casi cien años después de los hechos, Ross Fellowes inició una investigación que más tarde publicó en el Journal of Scientific Exploration donde descartó un hecho sobrenatural.
Para Ross las muertes sucedieron debido al envenenamiento por radiación procedente de compuestos naturales como el uranio, al igual que otros desechos tóxicos. Durante 3000 años la tumba permaneció sellada completamente, por lo que se generó un ambiente propicio para la descomposición de estos elementos y se concentró en la recámara sin tener salida.

Según explicó, el contacto con este tipo de sustancias peligrosas pudo causar distintos tipos de cáncer, como el de linfoma de Hodgkin, como el que sufrió Carter 11 años después de ubicar a Tutankamón. Este se relacionó con el contacto continuo con radiación.
En el artículo que se mencionó más arriba, se detalló que los niveles de radiación de las tumbas egipcias era 10 veces mayor de lo que se considera saludable en la actualidad para el ser humano.

















