Laberinto.
La conocida frase del título, acuñada por Leopoldo Marechal hace tiempo, se complementa con la definición de la RAE “laberinto es cosa confusa y enredada”, como lo es la situación actual de la Argentina. Si tuviera que elegir los dos enredos económicos más problemáticos de este laberinto diría el bimonetarismo de facto y la gran dificultad para crecer. Nos falta identificar cuál puede ser el “arriba” de la salida de la Argentina e intentaré algunas pistas.
Nuestro producto por habitante cayó de estar muy cerca de los veinte primeros países del mundo hasta 1960, al puesto 62 en 2019. Limitando el análisis al siglo XXI, nuestro PBI por habitante es menor que hace diez años. Para volver a crecer es imprescindible tener un rumbo claro y creíble que conduzca a “aumentar significativamente la calidad y la cantidad de la inversión en capital humano y en capital físico, para así crear millones de puestos de trabajo para lograr la erradicación de la pobreza y la reducción de la desigualdad”. Tal es el lema del proyecto en ejecución Productividad Inclusiva.
Lograr estos cambios es difícil, pero no imposible. Se entremezclan desafíos políticos, sociales y económicos a resolver. Como lo muestra la historia de otros países que doblegaron crisis semejantes, es imprescindible lograr acuerdos básicos, y creemos que ese es nuestro “arriba”. Así fue en España en los 70, en Israel en los 80 y en Chile en los 90. Ya en el siglo XXI, se logró el acuerdo en Sudáfrica, sin dudas el más difícil dada la segregación racial vigente desde 1948 a 1992, una grieta más ostensible y profunda que la nuestra.
Si no hay acuerdos, las políticas serán efímeras, como se ha visto desde hace mucho tiempo en la Argentina. Pero no es cierto que nos sea imposible lograrlos. Así lo muestran la Constitución de 1994, vigente e intacta, y el Diálogo Argentino de 2002, cuyos muy buenos acuerdos no se realizaron por cuestiones circunstanciales. Con ellos, nuestro país sería hoy mucho mejor.
Veamos tres de los acuerdos más necesarios. El primero es un rumbo claro y creíble, con una economía mixta de base capitalista, crecientemente vinculada al mundo desarrollado y profundizando sus relaciones con el mundo emergente, ya muy pujante en Asia y despuntando en África, y una apertura de la economía gradual, en hasta una década, apoyada en un Mercosur sólido, que logre el acuerdo con la Unión Europea y profundice las relaciones con el Foro de Cooperación Económica de Asia Pacífico (APEC).
Si se logra acordar ese rumbo, la inversión en la Argentina puede crecer sustancialmente en pocos años, digamos del 15% al 22% del PBI, un aumento de 28 mil millones de dólares anuales. Para ello es necesario reducir los impuestos distorsivos que frenan la inversión, tales como ingresos brutos, retenciones a las exportaciones, créditos y débitos bancarios y muchas y variadas tasas municipales, como lo ha hecho, por ejemplo, Capitán Sarmiento. Si no hubiera “caja” suficiente pueden licitarse las rebajas que sean posibles, otorgándolas a quienes más inviertan por peso de rebajas.
El segundo desafío central a la productividad inclusiva es aumentar la calidad y la cantidad de inversión en capital humano, con más y mejor educación en todos los niveles y en la formación profesional. Junto al crecimiento de la inversión en capital físico, se podrán reemplazar, en poco tiempo, los mal llamados “planes” –que no son tales, por no dar futuro– por empleos productivos mejor remunerados y más inclusivos.
¿Qué se puede decir del tercer gran desafío de la Argentina, el bimonetarismo? Este se manifiesta en los usos del dinero, con el dólar a cargo de lo importante –unidad de cuenta patrimonial y reserva de valor para el ahorro y las grandes transacciones– y nuestro humilde peso relegado a operaciones cotidianas, para pagar la mayoría de salarios y los impuestos y gastos públicos. El bimonetarismo conlleva la pequeñez de los mercados financieros en pesos, obstaculizando las funciones de unidad de cuenta y medio de pago diferido, limitando el crecimiento e induciendo el endeudamiento en dólares, tanto público como privado. En fin, el bimonetarismo también conlleva a la velocidad del traslado a precios de las variaciones del tipo de cambio (pass through).
Puede decirse que, en la cuestión monetaria, la Argentina ha probado casi todos los sistemas posibles, menos la dolarización y la vinculación a otra/s moneda/s, salvo al dólar en la convertibilidad. A mi juicio, la dolarización sería un error por las consecuencias negativas que acarrea al dar a la economía una rigidez excesiva, como las que pueden acarrear, por ejemplo, una fuerte valorización del dólar y una caída de los precios de las commodities. Más seguro, aunque menos claro al inicio, es fijar el peso a una canasta de monedas de los países más vinculados comercialmente a la Argentina, por ejemplo EE.UU., la Unión Europea, Brasil, Chile y China, con valor fijado diariamente por el BCRA. Es muy poco probable que monedas como las nombradas se muevan al unísono. De más está decir que esto no es magia, como algunos creyeron que era la convertibilidad. Sí es uno de los últimos intentos que le quedan a la Argentina para ayudar a estabilizar el peso. Por cierto, esto no exime de la solvencia fiscal, al contrario, hace aún más necesario bajar el déficit a un nivel del orden de 0,5% del PBI.
Aun quienes simpaticen con las tres ideas centrales propuestas aquí pueden preguntarse ¿por qué hacen falta acuerdos que complican todo?, ¿por qué si gana una de las dos coaliciones principales y tiene apoyo legislativo no vota las leyes y listo? Mi respuesta es que, dado que la Argentina carece de un sistema de partidos –que están en crisis, dicho sea de paso, en muchos otros países–, si queremos lograr reformas sólidas debemos tener acuerdos específicos para salir de la decadencia en la que estamos. Esta es la “salida por arriba” a la Marechal. Mejor si no son demasiadas leyes, pero los puntos a acordar deben ser claros.
Por último, hay otra cuestión que pide acuerdos. Hay quienes creen encontrar soluciones extremas, que en nuestros términos serían, o solo productividad (con énfasis en el mercado) o solo inclusión (con énfasis en el Estado). Creemos que estos caminos extremos no son conducentes. La productividad debe integrarse con la inclusión. Ese es el gran desafío y el “arriba” que puede llevarnos a la salida del laberinto.
Nota de Juan J. Llach exclusiva para el diario Perfil.
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