Ruido: la contaminación invisible que afecta nuestra salud física y mental

Aunque no lo vemos, el ruido -sobre todo en las ciudades- nos rodea y nos enferma generando desde trastornos del sueño y ansiedad, hasta pérdidas auditivas, estrés e hipertensión. Un estudio muestra cuáles son los barrios más ruidosos de la ciudad de Buenos Aires y brinda recomendaciones para reducir su impacto.

Por Gabriela Ensinck

Miércoles 14 de Mayo de 2025 - 13:26

Paro de colectivos. Foto: NA. Paro de colectivos. Foto: NA.

Si bien la contaminación sonora no suele ocupar titulares en los medios como el cambio climático o la pérdida de calidad del aire, hoy es uno de los principales contaminantes ambientales que impactan en la salud de las personas, especialmente en las grandes ciudades.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 1.000 millones de personas entre los 12 y 35 años están en riesgo de perder la audición debido a la exposición prolongada a ruidos.

Contaminación sonora. Foto: CONICET NOA SUR Contaminación sonora. Foto: CONICET NOA SUR

Pero más allá de sus efectos en el aparato auditivo, los entornos ruidosos generan ansiedad, irritabilidad, trastornos del sueño, disminución del rendimiento cognitivo, dificultades en la concentración, incremento de la presión arterial y taquicardia.

Actualmente, el tránsito vehicular es una de las principales fuentes de ruido urbano. También las obras en construcción, las reparaciones en la vía pública, los centros comerciales y locales de esparcimiento nocturno.

“Vivimos rodeados de un ruido que no vemos, pero que nos enferma todos los días” -Pablo Azorin, licenciado en Accidentología y consultor en seguridad vial.

El tráfico, las bocinas, las obras, los frenos de aire de los colectivos, los caños de escape de las motos todo forma parte de una contaminación sonora que aturde nuestros oídos, acelera nuestro corazón y altera nuestro bienestar. “Hacer silencio también es cuidar el ambiente y proteger nuestra salud” asegura el especialista.

Sonido. Foto: Unsplash.

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El ruido y la furia

Para dimensionar este problema, consideremos que -de acuerdo a la OMS-, los ruidos mayores a 53 decibeles (dB) durante el día o 45 dB por la noche son considerados nocivos para la salud física y mental.

Tránsito porteño. Foto: archivo NA / Marcelo Capece Tránsito porteño. Foto: archivo NA / Marcelo Capece

En este contexto, el tránsito urbano moderado genera entre 60 y 70 dB; un embotellamiento puede alcanzar los 85 dB y el bocinazo de un vehículo o el escape libre de una motocicleta sin silenciador supera los 90 a 100 dB.

Beatriz Garzón, investigadora independiente del CONICET NOA Sur y directora del Grupo de Hábitat Sustentable y Saludable (GhabSS), ejemplifica: 65 dBA equivalen al barullo de un grupo de personas conversando en un restaurante abarrotado sin tratamiento acústico. Y señala que, si la exposición es superior a 70 dBA durante un período prolongado, puede producir –a escala individual- daños graves e irreversibles en el oído interno.

Tráfico, vehículos, autos. Fotos: Unsplash Tráfico, vehículos, autos. Fotos: Unsplash

Pero además, parafraseando a la novela de William Faulkner, el ruido y la furia a la que estamos sometidos cotidianamente, tiene implicancias sociales, económicas, educativas y sanitarias. El ruido puede incluso agravar enfermedades cardíacas y ciertos trastornos metabólicos.

“Hay estudios que muestran asociaciones entre el ruido del tránsito y un mayor riesgo de obesidad y de diabetes debido al estrés prolongado", asegura Garzón y agrega: “la contaminación acústica involucra a la sociedad en su conjunto; es imprescindible desarrollar acciones de concientización sobre los riesgos que implica el ruido.”

Crías de aves expuestas a contaminación acústica. EFE

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Sordos ruidos oír se dejan

En la Ciudad de Buenos Aires, los mapas sonoros muestran zonas críticas, como la esquina de. Rivadavia (3883) y Medrano en el barrio de Almagro, y Viamonte (808) y Esmeralda en San Nicolás, donde los niveles de ruido exceden los valores seguros de manera constante. Lo mismo ocurre sobre Avenida Caseros, en Parque Patricios, y varios otros puntos de la Ciudad.

Zonas y medición del ruido en la Ciudad de Buenos Aires. Fuente: GCBA Zonas y medición del ruido en la Ciudad de Buenos Aires. Fuente: GCBA

El relevamiento se realizó a partir de la medición del ruido diurno y nocturno en 162 puntos de la ciudad durante casi 10 meses. Si bien existen algunas diferencias entre barrios, e incluso según las calles (no es lo mismo una avenida que un pasaje o calle poco transitada), en el 85% de los casos, el ruido diurno supera los 70 dB y desciende muy escasamente por la noche (65 Db), con lo que compromete el descanso de las personas.

Generar y vivir en un hábitat con confort acústico es un derecho”, reflexiona Garzón, y asegura que la contaminación sonora se relaciona estrechamente con la sustentabilidad y la salubridad de las ciudades, pues constituye uno de los factores que deterioran la calidad de vida y la productividad de sus habitantes.

La realidad es que no hay en Argentina una ley nacional que regule los niveles de ruido, por lo que municipios y provincias tienen normativas distintas sobre el tema. “Es fundamental lograr una unificación de criterios en torno a mantener un nivel de intensidad acústica de 40 a 55 dBA, respetar los horarios de descanso y aplicar sanciones, en caso de infringir las normas”, propone la investigadora.

Dolor de estómago. Foto: Unsplash

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El silencio es salud

Una de las acciones más efectivas para controlar el ruido urbano es utilizar las llamadas “barreras de vegetación”, que además contribuyen a mitigar el calor extremo y las lluvias, y a proteger la biodiversidad.

Para que sean efectivas, “estas barreras deben estar formadas por árboles heterogéneos, tupidos, con hojas anchas y perennes; troncos gruesos y estar ubicados cerca de la fuente de emisión del ruido”, detalla Garzón.

Asímismo, se debería implementar un control de ruidos en obras de construcción y en el transporte, fomentando el uso de la bicicleta y fomentando la movilidad eléctrica, que además de reducir emisiones de gases de efecto invernadero, es silenciosa.

También hay medidas que se pueden tomar en los hogares y en lugares de trabajo, como usar paneles acústicos en restaurantes, oficinas y fábricas, implementar un doble vidriado en las aberturas, (que además funciona como aislante térmico); y asegurarse, a la hora de habilitar una nueva construcción o refacción, que los muros que dividen ambientes internos y externos tengan un espesor adecuado.

“La clave está en integrar estrategias de urbanismo sustentable, normativas estrictas, y sobre todo, generar conciencia ciudadana sobre la necesidad de proteger nuestros oídos y nuestro entorno”, afirma Azorín.

La contaminación sonora no se ve, pero deja marcas profundas en nuestra salud y calidad de vida. Es urgente incluirla en la agenda pública como uno de los grandes desafíos ambientales de nuestras ciudades.

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