¿Quiénes son los "exóticos" que conquistan la lucha libre en México?

Los luchadores exóticos tuvieron su origen en la década de 1940, cuando el luchador Sterling Davis, bajo el nombre de "Gardenia Davis", interpretaba a un púgil afeminado que hacía su entrada arrojando flores al público. Su popularidad ayudó a que surgieran muchos más de este tipo, como Adorable Rubí, Sergio el Hermoso y el Bello Greco. De esta manera, la lucha libre se convirtió en una plataforma más para luchar por los derechos del LGBT en México, hecho notable en la difícil situación mexicana con respecto a esta cuestión.
El ensayista mexicano Carlos Monsiváis definió la lucha libre como "una mezcla exacta de tragedia clásica, circo, deporte olímpico, comedia, teatro de la variedad y catarsis laboral". Aunque olvidó, quizá, lo que significa para alguien como Wendy: la fama.
"Yo soy la auténtica reina del glamur", dice Wendy mientras expande la sonrisa oculta en unos labios delineados en fucsia y acomoda un espejo boca abajo sobre un armazón de tubos para improvisar algo parecido a una mesa. "Es que ahí va una tabla pero la dejé", se excusa.

"Mira, mami, a mí me faltan por hacer muchas cosas, muchísimas. Yo quiero ser una luchadora transgénero que traspase la frontera, quiero estar en la cima y lo estoy consiguiendo", afirma ella con seseo hiperbólico y ademanes de María Félix mientras busca en su teléfono el póster de su próximo combate: Houston, Texas, 20 de octubre. "Ahí me van a coronar como la reina del ring".
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Lo de ella siempre fueron los concursos, las coronas, las enaguas coloridas, los tacones. De pequeña, lo usual: se ponía la ropa y el maquillaje de su madre a hurtadillas. "Yo empecé a cambiar mi forma de ser, empecé a cambiar mi forma de vestir y de actitud porque me empecé a hormonizar, a cambiarme de niño a niña.
Es un tratamiento hormonal que me ha tomado 26 años para tener pechos naturales y tengo una operación en mi parte íntima; es que tuve una lesión y me tuve que operar hace doce años, pero aquí estamos". Wendy cruza la pierna portentosa que embute en un pantalón pescador, y deja ver el detalle de la estrella dorada en sus zapatos marrones; también las uñas, amén de un perfecto acrílico escarlata con apliques brillantes.

Sabe que la miran y presume. Se suelta el moño ajustado a la coronilla y sobre su espalda cae una melena negra, abundante, que apenas conserva la humedad de un baño reciente: "Es que uno trata de cuidarse, de arreglarse, cuando tú te quieres, tratas de verte bien. Para mí los años no pasan, para mí los años son siempre mis mejores años. Como diría Susana Zabaleta, 'a mis cuarenta qué peros me pones".
A esa hora de la mañana, el rostro de Wendy acoge una capa profusa de base que no oculta sus líneas de expresión, el trazo contundente de un lápiz de cejas y la pompa de unas pestañas postizas inmensas, que amparan la mirada oculta en un par de lentes de contacto grises. Todo en ella es un superávit femenino o, como diría Roland Barthes en su ensayo sobre la lucha libre, "el espectáculo del exceso".