Manuel Belgrano, el prócer de los tres funerales: de la miseria absoluta a un reconocimiento tardío

La historia argentina tiene, lamentablemente, varios episodios oscuros que nos llenan de vergüenza y deberían ser punto de partido para aprender a no repetir un patrón: el olvido de próceres que fueron claves para la construcción de un país que -con sus luces y sombras- lleva más de 200 años de pie. Uno de aquellos capítulos tiene de protagonista a Manuel Belgrano y un triste récord: el de haber tenido tres funerales.
El creador de la bandera tuvo un ingrato final, sumido en la miseria, fue olvidado por Buenos Aires cuando es a él a quien tanto le debieron. El intento por revalorizar su nombre y el repudiable accionar de dos ministros, casi 100 años después, sobre sus restos.

Los funerales de Manuel Belgrano
Era 1820 y Belgrano, cerca de cumplir 50 años (o tal vez más), emprendía su regreso a Buenos Aires. Debió delegar el mando del Ejército del Norte por culpa de la hidropesía que sufría y sumado a los problemas cardíacos y de riñones. No tenía dinero, el Estado le debía 18 sueldos y los 40 mil pesos que obtuvo por sus triunfos de Salta y Tucumán, los donó para la construcción de escuelas. Fue gracias a los 2 mil pesos que su amigo José Celedonio Balbín le dio que regresó, casi en su agonía, a la provincia que lo vio nacer.
Por sus constantes dolores, el viaje fue una pesadilla. Llegó en marzo y se instaló en la casa paterna sobre la calle Pirán. Fue atendido por los médicos John Redhead y John Sullivan que fueron testigos de cómo fue olvidado por la sociedad porteña. Sullivan escribió:
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Murió el 20 de junio a las 7 de la mañana. Su muerte fue anunciada solamente por un diario cinco días después: el Despertador Teofilantrópico Místico Político del Padre Francisco de Paula Castañeda.
Al cuerpo lo vistieron con el hábito de los dominicos y metido en un ataúd de pino cubierto con un paño negro. Fue tapado con cal y enterrado en el atrio del convento de Santo Domingo el 27 de junio. Como detalle de la austeridad económica que se manejaba, para el mármol de su tumba se usó la de un mueble de uno de sus hermanos.
Más de un año después, el domingo 29 de julio de 1821, el gobierno de Martín Rodríguez decidió darle a Belgrano el honor de funeral que merecía. En lo que podría ser llamado "segundo funeral", un cortejo de brigadieres, coroneles y autoridades civiles y eclesiásticas se detenían en cada esquina para un rezo. Las tropas llevaban los atributos de luto en sus uniformes, en sus armas y en sus banderas. Desde la madrugada de ese día, cada media hora en el Fuerte, con su bandera a media asta, se disparaba un cañón.
El 4 de septiembre de 1902, 80 años después, comenzó lo que sería "el último funeral". Ese día se exhumaron sus restos con el objetivo de construir un monumento en su honor. Lo que debía ser una jornada de respeto y de admiración ante uno de los héroes de la patria, terminó en un escándalo porque los ministros Joaquín González, del Interior, y Pablo Riccheri, de Guerra se llevaron de "souvenir" sus dientes.

Lo insólito fueron las excusas con que intentaron disfrazar la inaceptable acción: González dijo que lo hizo para "mostrárselo a unos amigos". Riccheri, por su parte, para llevárselo a Bartolomé Mitre porque "él había escrito la biografía de Belgrano" y para ver si era conveniente engarzarlo en oro antes de devolverlo. Un disparate.

Finalmente, el mausoleo fue inaugurado un 20 de junio de 1903, actualmente se puede visitar en el Convento Santo Domingo ubicado en la Avenida Belgrano.