Equilibrio estratégico: por qué ni China ni EE.UU. quieren a Rusia fuera de juego

Rusia es fundamental por su ubicación entre Europa y Asia, y hoy es un factor de estabilización mundial: si Rusia colapsa, el vacío no equilibra, desborda.
Vladimir Putin en su discurso por el Día de la Victoria. Foto: REUTERS/Vyacheslav Prokofyev
Vladimir Putin en su discurso por el Día de la Victoria. Foto: REUTERS/Vyacheslav Prokofyev

Las noticias internacionales de esta semana parecen seguir caminos distintos: mientras Estados Unidos decide flexibilizar ciertas restricciones tecnológicas hacia China, buscando recalibrar su relación con Pekín, el gobierno chino lanza una advertencia contundente a Europa, instándola a no permitir que Rusia sufra una derrota en la guerra de Ucrania. A simple vista, estos movimientos parecen desconectados, pero al escarbar en la lógica estratégica que los sostiene, surge una interrogante fundamental: ¿se ha convertido Rusia en el centro de gravedad geopolítico en la disputa entre estas dos superpotencias?

Guerra comercial - Estados Unidos y China
Guerra comercial - Estados Unidos y China

Un pivote euroasiático decisivo

Zbigniew Brzezinski advertía en El gran tablero mundial que la estabilidad del orden global dependía del control político sobre Eurasia, y dentro de ese espacio, Rusia ocupaba un rol central. El de un valor geoestratégico desproporcionado respecto a su poder real. No es tanto su fuerza militar lo que importa, sino su ubicación: un puente —o un muro— entre Europa y Asia, cuya alineación puede inclinar el equilibrio hacia uno u otro.

Desde que se instauró la política triangular entre Estados Unidos, China y la Unión Soviética durante la administración Nixon, el sistema internacional se reorganizó bajo la premisa de que ninguno de estos tres actores podía desaparecer sin generar un desbalance peligroso. La lógica del equilibrio exigía que cada uno limitara al otro, sin anularlo. Por eso, tras la caída de la URSS en 1991, Washington actuó para evitar una desintegración total de Rusia

La importancia de Rusia para Estados Unidos y China

Rusia ha pasado de ser un actor expansivo a convertirse en una ficha de contención cuyo simple mantenimiento, y especialmente su permanencia en la guerra de Ucrania, reordena las prioridades de las grandes potencias.

Trump y Putin - Estados Unidos y Rusia (Reuters)
Trump y Putin - Estados Unidos y Rusia (Reuters)

Estados Unidos no puede permitirse una Rusia victoriosa que desafíe abiertamente el orden internacional liderado por Occidente, pero tampoco le conviene un colapso abrupto del régimen de Putin, que podría abrir una caja de Pandora en Eurasia: fragmentación territorial, proliferación de armas y, sobre todo, una oportunidad para que China extienda su influencia sobre los restos del espacio postsoviético. Washington necesita una Rusia lo suficientemente fuerte como para contener a China en Eurasia, pero lo bastante limitada como para no representar una amenaza directa para la estabilidad europea. Es decir, Rusia se convierte en una pieza funcional del orden global: contribuye indirectamente a frenar la expansión china, mantiene presionadas a las repúblicas de Asia Central y obliga a Pekín a dispersar su atención entre varios frentes estratégicos.

Por su parte, China necesita a Rusia como amortiguador territorial y estratégico. No puede simultáneamente proteger el frente marítimo del Indo-Pacífico y controlar una extensa frontera terrestre con países inestables sin arriesgarse a una sobre extensión. Rusia mantiene a Occidente contenido al oeste y preserva un espacio de seguridad en Asia Central que Pekín considera vital para su iniciativa de la Franja y la Ruta. En este sentido, Rusia funciona como un tapón terrestre que impide la expansión de la OTAN hacia Asia Central; si Moscú colapsara, las repúblicas exsoviéticas —Kazajistán, Uzbekistán, Kirguistán— podrían girar hacia Occidente, dejando a China expuesta en su retaguardia continental justo cuando enfrenta crecientes presiones en el Indo-Pacífico.

Xi  Jinping y Vladimir Putin. Foto: REUTERS/Evgenia Novozhenina
Xi Jinping y Vladimir Putin. Foto: REUTERS/Evgenia Novozhenina

Un equilibrio inestable pero funcional

Desde la lógica del equilibrio de poder, Rusia funciona hoy como un factor de estabilización mundial. Es decir, su permanencia en el sistema internacional impide que una de las dos grandes potencias —Estados Unidos o China— incline decisivamente la balanza. Washington y Pekín lo saben: si Rusia colapsa, el vacío no equilibra, desborda. El sistema perdería su punto de apoyo y daría lugar a un reordenamiento incierto, posiblemente más favorable a China.

Por eso, más allá del conflicto, ambas potencias actúan para evitar una victoria total o una caída absoluta. En geopolítica no siempre se trata de ganar, sino de impedir que el otro gane demasiado. Para Estados Unidos, Rusia sigue siendo una amenaza útil; para China, una retaguardia indispensable. Ninguna de las dos quiere que gane, pero aún menos que desaparezca del tablero. Si Rusia cae, el equilibrio se rompe. Si sobrevive, pero se desborda, también. Por eso, su rol ya no es liderar, sino sostener. El oso ruso aún sigue equilibrando al mundo.

Esta es, en definitiva, la herencia persistente de la política triangular inaugurada en los años setenta: desde entonces, ninguno de los tres actores —Estados Unidos, China y Rusia— puede desaparecer sin desestabilizar el sistema internacional en su conjunto.