La batalla por América Latina: cómo Estados Unidos y China ejercen su influencia en la región

Ambas potencias buscan expandirse en la región, aunque con dos métodos que los diferencian.
Estados Unidos y China.
Estados Unidos y China. Foto: REUTERS

América Latina está lejos de ser insignificante en el tablero internacional. Aunque algunos gobiernos proclaman su autonomía o “no alineamiento”, en los hechos se ven crecientemente condicionados por las estrategias de influencia de las grandes potencias. Estados Unidos y China despliegan herramientas distintas, pero con un mismo objetivo: asegurarse aliados, recursos y acceso privilegiado a una región clave para la competencia global del siglo XXI.

Desde una perspectiva geopolítica, la región no escapa a las lógicas del poder. Ya no se trata solo de acuerdos comerciales o financiamiento de obras: lo que está en juego es la soberanía de decisión de los Estados latinoamericanos y su margen real de maniobra.

Mapa de América del Sur. Foto: Unsplash
Mapa de América del Sur. Foto: Unsplash

Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿puede América Latina mantener su autonomía cuando dos gigantes compiten por cada puerto, radar y base naval?

China: inversión, conectividad y diplomacia de beneficios

China ha comprendido que el poder ya no se ejerce solamente con buques de guerra o bases militares. En el siglo XXI, las rutas comerciales, los puertos logísticos y la dependencia tecnológica pueden ser tan eficaces como una flota de combate. América Latina, rica en recursos naturales y con baja densidad institucional en materia estratégica, representa para Beijing una oportunidad para consolidar influencia sin confrontación directa, pero con efectos estructurales de largo plazo. Uno de los ejemplos más emblemáticos es el proyecto del Corredor Bioceánico impulsado junto a Brasil, que apunta a conectar el Atlántico con el Pacífico a través de territorio sudamericano. Esta obra no solo facilitaría el comercio de materias primas, sino que funcionaría como una arteria estratégica para integrar a la región a la infraestructura transcontinental china.

El presidente de China, Xi Jinping, en la Cumbre de la APEC en Lima, Perú. Foto: Reuters.
El presidente de China, Xi Jinping, en la Cumbre de la APEC en Lima, Perú. Foto: Reuters.

Lejos de los métodos explícitos de presión, la estrategia china en la región opera bajo una lógica de seducción, integrando economías locales a su órbita comercial, asegurando insumos críticos y posicionándose como un socio “no intervencionista”.

Estados Unidos: ¿presión estratégica?

A diferencia del modelo gradual y asimilativo de China, la estrategia de Washington en América Latina debería de responder a la lógica clásica del realismo ofensivo: preservar su esfera de influencia mediante disuasión, presión directa y mecanismos de control.

América Latina, históricamente considerada el “patio trasero” de Washington, sigue siendo observada a través del prisma de la seguridad hemisférica. Cualquier avance chino en sectores sensibles —como defensa, tecnología o telecomunicaciones— es interpretado como una amenaza a la supremacía regional estadounidense. Para EE.UU., la influencia china en áreas de defensa y seguridad constituye una “línea roja geopolítica” no negociable. Quien la cruce, tendría que pagar costos diplomáticos y financieros.

Donald Trump visitando "Alligator Alcatraz" en Florida. Foto: REUTERS

Sin embargo, en los últimos años, no se ha observado un castigo claro o sostenido por parte de Estados Unidos hacia aquellos países que han cruzado esa “línea roja”. Hay presiones diplomáticas, advertencias y condicionamientos, pero pocas represalias concretas. Esto sugiere, al menos en algunos casos, una tendencia hacia el repliegue o una pérdida de capacidad de respuesta efectiva por parte de Washington en la región.

América Latina entre dos fuegos

Frente a la intensificación de la competencia entre China y Estados Unidos, la narrativa del “no alineamiento” comienza a mostrar sus límites. Por más que algunos gobiernos intenten sostener una posición neutral, la región no puede sustraerse al juego geopolítico global. La influencia se ejerce, aunque no se la nombre.

Sin mecanismos sólidos de integración ni una política exterior conjunta, cada país —y a veces incluso cada provincia, como es el caso de la Argentina— actúa según su interés particular, negociando en solitario frente a actores globales. América Latina no es un bloque, sino un escenario donde se compite: entre potencias externas y entre gobiernos locales que priorizan agendas propias. Esta fragmentación refuerza la vulnerabilidad regional y diluye cualquier posibilidad de autonomía real.

Estados Unidos y China. Foto: Reuters.
Estados Unidos y China. Foto: Reuters.

¿Autonomía o nueva dependencia?

China expande su influencia mediante infraestructura, visados y financiamiento, Estados Unidos responde marcando límites con presión diplomática, condicionamientos militares y vigilancia estructural. Ambas potencias buscan moldear el entorno estratégico regional a su favor. La diferencia está en los instrumentos, no en los fines.

Para América Latina, el dilema ya no es elegir entre Washington o Beijing, sino cómo preservar márgenes reales de soberanía en un escenario donde la competencia global ya no se libra solo en el Indo-Pacífico o Europa del Este, sino también en cada puerto, radar, base naval o tratado comercial de este lado del mundo. La región está llamada a formular una gran estrategia propia: no para enfrentarse a las potencias, sino para evitar ser arrastrada por ellas.

¿Podrá América Latina aprovechar esta infraestructura para potenciar su autonomía estratégica o terminará replicando dinámicas de dependencia ya conocidas?