El nuevo pontífice, nacido en Chicago, EEUU, y con fuerte arraigo en Chiclayo, Perú, es un hombre que encarna la doble identidad cultural del hemisferio, uniendo el norte angloparlante con el sur hispanoamericano.
Robert Prevost, Leon XIV. Foto: REUTERS.
En pleno mayo de 2025, la elección de un nuevo Papa —León XIV, estadounidense con nacionalidad peruana—, parece recordarnos que la centralidad geopolítica del continente americano está lejos de ser cosa del pasado. La figura del nuevo pontífice es, sin dudas, simbólica: un hombre que encarna la doble identidad cultural del hemisferio, uniendo el norte angloparlante con el sur hispanoamericano.
Pero, más allá del Vaticano, el tablero de poder en las Américas está en movimiento. Y no es casual.
La única potencia real del continente sigue siendo Estados Unidos. No solo por su capacidad militar y económica, sino por el modo en que proyecta su poder: con una mezcla de realismo brutal y narrativa idealista. Históricamente, promovió el “panamericanismo”, una idea de unidad hemisférica que fue sistemáticamente resistida por países como Argentina, más ligados a Gran Bretaña desde fines del siglo XIX hasta comienzos del siglo XX, que a sus propios vecinos.
Donald Trump y Javier Milei. Foto: Reuters.
Hoy, sin embargo, la historia parece ofrecer una segunda oportunidad. El litio, la pesca ilegal, la Antártida y el control del Atlántico Sur son temas que obligan a una relectura estratégica. ¿No será tiempo de que América del Sur —y Argentina en particular— reconsidere su rol en una posible arquitectura continental?
Uno de los errores más repetidos en la narrativa política latinoamericana es creer que Gran Bretaña y Estados Unidos son parte de una misma "angloesfera". Es cierto que comparten idioma, vínculos históricos y alianzas militares. Pero también es cierto que han tenido, y siguen teniendo, intereses enfrentados. Desde la independencia norteamericana hasta el conflicto por el Canal de Suez, pasando por Malvinas y la Guerra Fría, los ejemplos abundan.
El problema no es solo académico. Es político. Esta confusión ha servido a los intereses británicos, que se posicionan como intermediarios del poder norteamericano, cuando en realidad muchas veces han jugado en contra de él. Y nosotros, desde el sur, seguimos atrapados en ese mito.
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Mientras nos debatimos entre discursos, China avanza con pasos firmes. En Perú, el puerto de Chancay ya está operativo y empieza a modificar las rutas comerciales del Pacífico. Lima, después de siglos, podría volver a convertirse en un centro neurálgico de América del Sur. Al igual que Brasil, profundiza su alianza estratégica con Beijing. Y aunque Estados Unidos parece mirar con atención, no se percibe aún una respuesta clara. Y si la respuesta nunca llega, es posible que, al igual que Colombia en los últimos días, todos los países latinoamericanos profundicen sus lazos con China.
Construcción del megapuerto de Chancay, en Perú. Foto: Reuters.
Esto, más allá de lo que haga EEUU, también tiene sus riesgos. Si Europa, una región industrial y tecnológicamente avanzada, tiene inconvenientes para coordinar con China un intercambio comercial que suponga un win-win, ¿qué queda para los países de nuestra región, productores de materias primas? ¿Cómo superar esa condición ante una potencia que produce todo tipo de manufacturas, con costos bajísimos, que posee un gran desarrollo tecnológico, y que lo que necesita es justamente alimentos, energía y minerales? Por mucha voluntad e inteligencia política que se pueda tener, hay un alto riesgo de terminar en un esquema clásico de intercambio de materias primas por manufacturas industriales, y todos los problemas que ello conlleva.
La discusión no es ideológica. Es estratégica. Argentina, históricamente aliada del poder británico, hoy se encuentra con la posibilidad de redefinir su posición. ¿Qué pasaría si, en lugar de mendigar fondos al FMI, se propusiera un acuerdo geoestratégico con Estados Unidos para recuperar las Malvinas, controlar el Atlántico Sur y proyectar poder sobre la Antártida? ¿Sería posible lograr una alianza inteligente entre desiguales? En definitiva, entre el servilismo que encarnan algunos, y la postura antiestadounidense de otros, debería explorarse la posibilidad de un sano camino en el medio.
La propuesta no es nueva. Juan Domingo Perón ya hablaba de una “alianza del Ártico al Antártico”, una idea que hoy, ante el nuevo escenario global, cobra renovado sentido. Y si Sudamérica quiere tener voz en el siglo XXI, debe dejar atrás los discursos vacíos y abrazar el realismo geopolítico. Las alianzas automáticas, los romanticismos ideológicos y las nostalgias coloniales solo conducen a la irrelevancia.
La pregunta, en definitiva, no es solo con quién nos alineamos, sino cómo negociamos desde nuestras capacidades y recursos. El futuro de América —nuestra América— dependerá de eso.
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