El trágico final del cura irlandés más famoso de Buenos Aires: una asombrosa vida que terminó por no escuchar una advertencia

El saldo que dejó la epidemia de fiebre amarilla que azotó a Buenos Aires en 1871 fue demoledor, aproximadamente el 8% de la población de la ciudad murió y hasta las autoridades vieron obligadas a levantar un nuevo cementerio que hoy conocemos como Chacarita. En aquellos meses de terror las historias abundan y la aparición de personajes extraordinarios también. Este es el caso del cura irlandés Antonio Fahy.
Amigo del Almirante Brown y responsable de que en las Islas Malvinas contaran con un párroco católico, fue de público conocimiento su labor pastoral y de ayuda para los inmigrantes que llegaba sin conocer el idioma. Una vida dedicada al prójimo que terminó pagando con la suya.

Un irlandés en Buenos Aires
Antonio Domingo Fahy nació Loughrea, en el condado de Galway, Irlanda, en 1805. Se ordenó sacerdote en 1831 y llegó a la “Reina del Plata” el 11 de enero de 1844 a bordo del bergantín inglés Plata. El motivo de su llegada era atender las necesidades de 3500 connacionales que ya estaban instalados aquí, aunque eso rápidamente cambiaría.
Don Tony vivía en una casa de la actual la esquina de Reconquista y Mitre y al principio su rutina era ir a la iglesia La Merced para dar misa, confesar, bautizar y casar. Pero él no se conformó y con el paso del tiempo se transformó en un referente de los irlandeses en la ciudad que buscaban la contención que las autoridades no estaban dispuestas a darle. Así que además de cura, se convirtió en un secretario de los suyos: ayudaba a los trámites de sus compatriotas, escribía las cartas de los analfabetos, enseñaba español y hasta les daba trabajo.
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Tampoco faltaba a faceta de asesor financiero: convencía a los irlandeses de guardar el dinero en el Banco de la Provincia e insistía para que se radiquen en el interior porque había mucha tierra para trabajar. Cada seis meses el cura a todo terreno visitaba lugares como Luján y San Antonio de Areco para ver cómo se encontraban los irlandeses convertidos en gauchos.
Amigo de batallas
Fue amigo y confesor del también irlandés Guillermo Brown. De hecho eran casi vecinos de nacimiento, el pueblo de donde era oriundo el marino, Foxford, estaba a 100 kilómetros al norte de Loughrea donde nació el cura. El marino confiaba tanto en él que le cedió toda la documentación de años para que en un futuro escribiera su biografía. El 27 de enero de 1857 le suministró los últimos sacramentos a Guillermo Brown, quien moriría el 3 de marzo.

En cuanto su lado político fue defensor de Juan Manuel de Rosas. Cuando se desató el escándalo con Camila O’Gorman le pidió al Restaurador un castigo ejemplar. Pero cuando este fue derrocado, los vencedores valoraron su trabajo y le permitieron seguir con sus labores.
Fundó el Irish Inmigrants Infirmary donde ayudaba a los inmigrantes irlandeses que llegaban en pésimas condiciones al país, un centro que cerró en 1874. Además, se encargó de abrir un orfanato para niñas irlandesas, que sería el origen del colegio Santa Brígida, que lleva el nombre de la santa patrona de Irlanda. Y gracias a él las Islas Malvinas contaron con un cura católico, costumbre que se había cortado con la usurpación británica de 1833.

Una vida dedicada al otro
Primero llegó la epidemia del cólera en 1867 y en 1871 la de la fiebre amarilla. “Nuestros gastos son grandes y nuestro trabajo es horrible”, escribió.
El 16 de febrero de 1871 el cura fue a darle los últimos sacramentos a una inmigrante italiana que agonizaba. Le advirtieron de no hacerlo. Despertó enfermo al día siguiente y murió en la madrugada del 20 de febrero, a los 67 años.
Las crónicas aseguran que murió víctima de la fiebre amarilla, aunque médicos aseguran que hace años estaba mal del corazón. Fue enterrado en una bóveda del Cementerio de la Recoleta y por un mes, los irlandeses en Buenos Aires lucieron una cinta negra en su brazo.

A comienzos del Siglo XX se rescataron sus restos, cuando ya se los creía perdidos. Se construyó una sepultura, en la que se usaron mármol y granito traídos de Irlanda, coronada por una cruz celta.
Por precaución, cuando falleció se procedió como se acostumbraba en esos meses devastadores de la fiebre amarilla. Juntaron sus ropas y sus pocas pertenencias, y las quemaron. Y en esa fogata también desaparecieron los papeles que su viejo amigo irlandés Brown le había confiado para escribir su vida. De todas maneras, el marino tiene toda la eternidad para reprochárselo. Su tumba está justo frente a la de su amigo cura.