De lapachos, ceibos a jacarandás: cómo Buenos Aires se llenó de color y el hombre que le dio sombra
Al pensar en la primavera y los días de calor en Buenos Aires, es imposible no asociarlo con postales hermosas de la capital: los jacarandás, ceibos y lapachos que visten algunas de las avenidas más importantes. Pero la capital argentina no siempre fue así, se trató de un cambio progresivo a lo largo de las décadas y a la par de cómo se transformaba la ciudad.
Por ejemplo, para 1580, año que se toma como la verdadera fundación, en la zona del bajo había especies como juncales, montes de sauces y ceibos. En cambio, por las barrancas predominaban bosques de talas, algarrobos y algunos ombúes. De esto nada quedó, así fue el proceso para ver la postal que hoy conocemos.

Buenos Aires y su nativa naturaleza
Sin grandes espacios públicos arbolados, podemos citar a 1775 como un año bisagra al llevarse a cabo el paseo costero La Alameda cuando Vértiz era virrey. Los sauces y ombúes eran protagonistas, llegando años después hasta la quinta de Juan Manuel de Rosas en Palermo, donde agregó naranjos, entre otras cosas.
A un tal Martín de Altolaguirre, quien cultivaba plantas exóticas en Recoleta, le debemos los olivares y en 1828, no muy lejos de allí, se inauguró el primer jardín público conocido como Parque Argentino, ubicado en las hoy Viamonte y Córdoba, no faltaban las flores exóticas importadas.
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Volviendo a Rosas, vale la pena referirnos al dos veces gobernador de Buenos Aires porque su gusto para a botánico y jardinería aún se ve. Llegó a Palermo en 1838 donde se construyó un impactante caserón donde en el Sector Este se encontraba el caserón hispano criollo rodeado con jardines con bancos de mármol y especies como el floripondio, resedá, heliotropo, camelia, jazmín del Paraguay, cedrón, aroma, laurel y rosa, según cuenta Manuel Bilbao en Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires que replicó La Nación. Logró imponer una avenida de ombúes que guiaba al río, donde la vegetación nativa se expandía a sus anchas. Lamentablemente, la propiedad fue demolida.
Un cambio de época y de aire
Rosas fue derrotado en Caseros, pero no solo implicó cambios políticos, también naturales. Al tiempo Prilidiano Pueyrredón plantó 300 paraísos perimetrales, la cercó con cadenas y le sumó jardines en canteros. Debieron pasar varios años para que un presidente se interese en embellecer la ciudad: Domingo Sarmiento, quien introdujo el eucalipto australiano y el infame plátano estadounidense (el de las alergias).

Además, transformó la antigua quinta de Rosas en un pulmón verde: el Parque 3 de Febrero. En 1875 se inauguró la Primera Sección del parque que era un paseo de circunvalación y antiguas arboledas. La Magnolia grandiflora, plantada por el presidente Nicolás Avellaneda, aún está en Berro y Casares.
Décadas después, en 1894, se inauguró la Avenida de Mayo, donde no faltan los álamos que embellecieron un trayecto clave para los porteños.
El hombre que le dio sombra a Buenos Aires
Acá hay que hacer una importante salvedad y dedicar esta parte de la nota a un tal Jules Charles “Carlos” Thays, Director de Parques y Paseos de la Ciudad de Buenos Aires entre 1891 y 1913 y fundamental en la historia verde de CABA.
Thays llegó a la Argentina a los 40 años, contratado para diseñar el Parque Sarmiento, en Córdoba. Por su gran trabajo se instaló en Buenos Aires, siendo responsable de los grandes espacios verdes de la ciudad porteña: los parques Lezama, Centenario, Barrancas de Belgrano, Patricios, Chacabuco, y la Plaza de Mayo, así como las plazas del Congreso, entre otras. También trabajó en Mar del Plata, Paraná, Rosario, Salta y otras ciudades.

En un viaje al Norte argentino, podríamos decir que se enamoró a primera vista al descubrir el jacarandá, el lapacho, las tipas y el palo borracho. El Jardín Botánico, en Palermo, fue en parte fundado para reproducir allí las plantas que quería instalar en las calles porteñas. Empezándose así a delinear el paisaje, a veces lila, a veces rosado y a veces con un aroma inconfundible que todavía existe. El clima porteño era especialmente prometedor para llenarlo de árboles con flor, lo que suponía una novedad.

Para el experto “las flores en un jardín pueden compararse a las joyas en la toilette de una señora; el uso bien o mal ponderado de las flores, así como de las alhajas, prueba la distinción o la vulgaridad”. Gracias su ojo y buen gusto, en septiembre los lapachos florecen de rosa y en octubre, estalla el rojo carmín de los ceibos. Para noviembre, llegan los jacarandás y en diciembre se despide el año con el amarillo anaranjado de las tipas. Desde enero los palos borrachos despliegan sus rosados y los ibirá pitá colorean con su amarillo intenso.
Sin dudas Thays no fue solo un paisajista que embelleció Buenos Aires, le dio sombra e identidad a un sitio admirado por todo el mundo por un rincón verde que todos quieren disfrutar.