Secretos de la histórica Línea A de subte: pasillos al Congreso, un código de color y la estación que nadie conoce
Hace 112 años quedó inaugurado en Buenos Aires un nuevo sistema de transporte que, además, fue el primero en toda la región. Las impactantes imágenes de cómo cambió la geografía porteña y los secretos que aún tiene por contar.

Para principios del siglo XX Argentina era el país a emular y admirar en la región, aquella “París de Sudamérica” se encontraba en un próspero crecimiento que atraía a inmigrantes europeos que se maravillaban con construcciones imponentes. En 1913 tuvo lugar un hito del que habló el mundo: la inauguración de la Línea A de subte, la primera de toda Hispanoamérica y número doce a nivel mundial.
Uniendo la Plaza de Mayo, en el barrio de Monserrat, con la estación San Pedrito, emplazada en Flores, celebra así 112 años de historia. Un repaso por cómo este proyecto, que había nacido en 1909 cuando el Congreso sancionó el 29 de septiembre la ley 6.700, se convirtió en una realidad que le simplificó la vida a los porteños y encandiló a las grandes potencias por el impulso que significó para la ciudad.

La obra inició el 15 de septiembre de 1911 con más de 1.500 trabajadores. Durante tres años y algunos meses se trabajó incansablemente día y noche en esta obra, cuyo presupuesto inicial fue de 17 millones de pesos moneda nacional. Hubo también que lamentar accidentes fatales, como fue la muerte de media docena de operarios que fueron aplastados por un desmoronamiento de tierra. Finalmente, el primer trazado del Subte de Buenos Aires se inauguró el 1 de diciembre de 1913, con el nombre de “Línea Anglo Argentina”, nombre que se conservó hasta el 17 de febrero de 1939.
El primero de muchos
El primer tren llevó al vicepresidente de la República, Victorino de la Plaza, en representación del presidente Roque Sáenz Peña, ya enfermo. Estuvo acompañado por el intendente municipal Joaquín de Anchorena, el presidente de la Compañía de Tranvías Anglo Argentina, Samuel Hale Pearson, ministros nacionales, concejales, y miembros de la iglesia. Se estima que el 2 de diciembre, en el primero del servicio de pasajeros, viajaron 147.457 personas.

Para 1913, había otras once ciudades en el mundo que ya tenían subtes: Londres (1863), Atenas (1869), Estambul (1874), Glasgow (1897), Viena (1898), París (1900), Boston (1901), Berlín (1902), Nueva York (1904), Filadelfia (1907) y Hamburgo (1912).
El pasillo al Congreso y el código de color
La estación Congreso guarda un secreto difícil de acceder: una puerta, ubicada del andén con dirección hacia San Pedrito, que va a un túnel que conecta la estación con la casa del Poder Legislativo. Debido a quién le corresponde la jurisdicción es casi imposible acceder.

Otro tema interesante es la pintura que cobra protagonismo en la estación Loria, desde ahí empieza a repetirse un código para identificar las estaciones. Loria coincide con Perú en naranja; Castro Barros con Piedras en un tono verde; Lima con Río de Janeiro con colores grises, Acoyte con Saenz Peña, y así de manera sucesiva.
Hoy, más de un siglo después, la línea mantiene parte de esa esencia. Si bien los coches de madera ya no circulan, su legado continúa en cada estación, en las capas de historia que conviven entre los mosaicos y en las historias que todavía se cuentan.

La estación oculta del subte A que nadie conoce
En una de las imponentes calles de la avenida se encuentra el Pasaje Roverano, inaugurado en 1918, que parece detenida en el tiempo con detalles que desnudan lo que era la época de esplendor de Buenos Aires. El edificio, construido con estructura metálica, consta de subsuelo con locales comerciales, una galería comercial y 7 pisos de oficinas.
El pasaje es famoso porque lo frecuentaban figuras como Antoine de Saint-Exupéry, empleado de la Compañía Aérea Nacional con sede en el segundo piso, e incluso el papa Francisco se cortaba el pelo allí en la época en la que era Arzobispo. Pero además es el lugar del “atajo” para tomar el subte de la línea A, el más antiguo de Sudamérica.

La estación secreta era usada diariamente por quienes trabajaban en el Pasaje, pudiendo tomar el vagón de la estación Perú. Hoy está cerrada, pero los curiosos puede asomarse para ver pasar el transporte y deleitarse con su imponente arquitectura. Casi como detenido en el tiempo.
El subsuelo tiene más locales y el pasillo que conecta al Pasaje con la estación Perú de la línea A. Esta conexión fue construida junto con el nuevo edificio del pasaje, y autorizada por una resolución municipal del 30 de julio de 1915.
Hoy la Línea A tiene un recorrido de 9,7 kilómetros, frecuentado por 250.000 pasajeros cada día, que también pueden utilizar el servicio para combinar con las líneas C, D, E y H.


















