A casi dos años del conflicto, Israel se empantana en Gaza y abre un nuevo frente en Siria

Después del ataque de Hamás en octubre de 2023, Israel sigue inmerso en una guerra que no logra resolver.
Familiares de los rehenes en Gaza, en protesta en Israel.
Familiares de los rehenes en Gaza, en protesta en Israel. Foto: REUTERS

Tras casi dos años de guerra, Israel se empantana en Gaza, enfrenta presiones internas y abre un nuevo frente en Siria.

Después del ataque de Hamás en octubre de 2023, Israel sigue inmerso en una guerra que no logra resolver. Aunque obtuvo avances concretos—como el debilitamiento de Hezbollah y la reducción de la influencia de Irán—, su ofensiva sobre Gaza continúa sin alcanzar su objetivo central: derrotar a Hamás y lograr la liberación de los rehenes.

Un desgaste político y estratégico

Las cifras en Gaza son contundentes: más de 60.000 palestinos muertos y una población con serios problemas de acceso a alimentos e insumos básicos. Sin embargo, lejos de fortalecer su posición, la situación genera nuevos desafíos estratégicos para Israel:

  • Aumenta la presión internacional, con críticas cada vez más explícitas sobre las consecuencias catastróficas de la ofensiva.
  • Se erosiona su imagen diplomática y se complica cualquier intento de recomponer alianzas regionales.
  • No hay avances decisivos contra Hamás, lo que proyecta un conflicto prolongado.

En este contexto, el último informe de Cáritas, difundido desde el Vaticano, fue contundente: exige de manera explícita a Israel un cese inmediato del fuego y denuncia la destrucción sistemática de infraestructura civil, el bloqueo de ayuda humanitaria y el impacto devastador sobre la población de Gaza.

Personas en Gaza a la espera de recibir alimentos.
Personas en Gaza a la espera de recibir alimentos. Foto: REUTERS

El pronunciamiento aumenta la presión internacional sobre Benjamín Netanyahu, y coloca a Israel en el centro de las críticas globales, incluso desde ámbitos tradicionalmente más cautos. Desde Europa también presionan fuerte para que cesen los ataques, afirmando incluso algunos países que reconocerán ante la ONU a Palestina como Estado.

Además, la ofensiva sobre Gaza aleja cada vez más a Israel de cualquier posible acuerdo con el mundo árabe. Incluso los países más predispuestos a negociar, como Arabia Saudita, adoptan por ahora una posición expectante, evaluando el desarrollo del conflicto antes de dar pasos hacia un acercamiento diplomático.

En el plano interno, Netanyahu enfrenta una presión creciente. En Tel Aviv y otras ciudades, las manifestaciones masivas se multiplican, exigiendo el fin de la guerra y la liberación de los rehenes. La oposición lo acusa de utilizar la prolongación del conflicto como estrategia política para ganar tiempo y sostenerse en el poder, aunque esa hipótesis dependerá de cuánto respaldo interno pueda conservar en los próximos meses.

El tablero regional: Siria como nuevo punto de fricción

Mientras Gaza concentra la atención, Siria se ha convertido en otro escenario crítico. En los últimos meses, Israel cruzó la línea de delimitación del Golán y se posicionó como defensor de la minoría drusa, supuestamente amenazada por el gobierno sirio de Abu Mohammad al-Yulani. Este movimiento reconfiguró rápidamente las alianzas regionales: al-Yulani firmó un pacto de cooperación militar con Turquía, cuyo alcance real aún es incierto, pero que consolida la influencia turca en Siria.

Para Recep Tayyip Erdogan, el acuerdo representa una oportunidad para proyectar poder regional y reposicionar a Turquía como líder del mundo islámico, evocando el legado del Imperio Otomano. Además, una Siria bajo la órbita turca permitiría a Ankara contener a Irán y disputar con Israel espacios de influencia.

En este contexto, hace exactamente un mes, Israel bombardeó el palacio presidencial sirio y zonas céntricas de Damasco, en un ataque que marcó un punto de inflexión en la tensión regional. Sin embargo, dado que el gobierno de al-Yulani no es pro-iraní, la ofensiva refuerza la lectura de que el objetivo israelí podría estar más vinculado a contener la proyección turca que a frenar a Irán.

La paz que no llegó

Medio Oriente era uno de los escenarios conflictivos que Trump pacificaría al llegar a la presidencia. Y lo haría rápido. Quizás realmente quiera lograr un acuerdo de paz a la región; quizás efectivamente lo logre. Pero por el momento, lejos de ello, la situación en Gaza ha empeorado, y la conflictividad en la región no parece haber disminuido.

Podríamos pensar que terminar conflictos que llevan tantos años lleva su tiempo. Las negociaciones son difíciles, y seguramente sea casi imposible alcanzar la paz de la noche a la mañana. Pero también, deberíamos preguntarnos si acaso los intereses estadounidenses han cambiado desde la (nueva) llegada de Trump a la presidencia. La respuesta seguramente sea no.

Es decir, ¿qué interés tiene EE.UU. en llevar la paz a Medio Oriente? Si no precisa sus recursos naturales, si no precisa sus puntos estratégicos para custodiar sus intereses comerciales. Muy por el contrario, quienes tienen intereses económicos y comerciales en Medio Oriente y sus vías de comunicación son fundamentalmente China y Europa. Con esto no queremos decir que EE.UU. esté detrás de los conflictos que se están en desarrollo, pero de mínima debiéramos preguntarnos: ¿por qué se esforzaría EE.UU. en beneficiar a su principal adversario?

Quizás la paz efectivamente llegue a Medio Oriente. Sin embargo, las enemistades internas y los intereses externos siguen siendo factores de peso que marcan la realidad de la región y condicionan su futuro.