José “Pepe” Mujica: la política de la coherencia como antídoto ante el avance de la extrema derecha

“La política no es un pasatiempo, no es una profesión para vivir de ella, es una pasión con el sueño de intentar construir un futuro social mejor, a los que les gusta la plata, bien lejos de la política...”

Por Fátima C. Funes

Jueves 15 de Mayo de 2025 - 17:37

José "Pepe" Mujica. Foto: Reuters/Andres Stapff José "Pepe" Mujica. Foto: Reuters/Andres Stapff

*Artículo elaborado en colaboración con Melike Hocaoğlu y publicado originalmente en el portal turco Centro de políticas de Ankara.

La partida física de José "Pepe" Mujica deja un vacío profundo no solo en Uruguay, sino en toda América Latina y en el mundo. Su figura encarnó una ética política rara en estos tiempos: la de la coherencia radical entre el decir y el hacer. En una región marcada por desigualdades estructurales y liderazgos muchas veces desconectados de las mayorías, Mujica fue un líder atípico. Vivió con sencillez, rechazó privilegios y convirtió su chacra en un símbolo viviente de que el poder no requiere ostentación, sino responsabilidad.

José "Pepe" Mujica. Foto: Reuters/Pablo La Rosa José "Pepe" Mujica. Foto: Reuters/Pablo La Rosa

A contrapelo de la lógica de acumulación que rige tanto a las derechas como a sectores progresistas, “el Pepe” predicó con el ejemplo: donó su salario, vivió como la mayoría y entendió la política no como un medio para enriquecerse, sino como un servicio ético.

Punta Carretas Shopping de Uruguay.

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Política exterior: autonomía, humanismo y crítica al orden global

Mujica proyectó su filosofía de vida hacia la política exterior, donde dejó huellas imborrables. Defensor incansable de la autonomía latinoamericana, se negó a caer en alineamientos automáticos. Rechazó tanto el intervencionismo estadounidense como las derivas autoritarias de gobiernos nominalmente de izquierda. Su visión fue la de un multilateralismo con valores: respeto a la soberanía, solución pacífica de los conflictos y solidaridad entre los pueblos.

Pepe Mujica y Cristina Kirchner Pepe Mujica y Cristina Kirchner

Durante su presidencia (2010-2015), Uruguay se consolidó como un actor internacional con voz propia, que apostaba al diálogo y a la paz. Ejerció un papel silencioso pero eficaz como facilitador en el proceso de paz colombiano entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC, mostrando que la diplomacia regional también puede ser activa sin estridencias.

Mujica también denunció sin ambigüedades la hipocresía del orden global. En foros internacionales como la ONU y la CELAC, cuestionó el gasto militar desenfrenado (“estamos locos de remate si gastamos en bombas en vez de en escuelas”) y vinculó la crisis ambiental con el consumismo capitalista, defendiendo una ética del vivir con lo justo frente al mito del crecimiento infinito.

En un contexto global cada vez más hostil hacia las migraciones, Uruguay bajo su liderazgo impulsó una política migratoria humanista, incluyendo la regularización de familias sirias refugiadas, en un gesto que contrastó con el endurecimiento de discursos xenófobos en varios países de la región.

Pepe Mujica y Cristina Kirchner

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El valor de la coherencia en tiempos de liderazgos hipócritas

En América Latina, donde la desigualdad convive con un creciente desencanto ciudadano hacia la política, la figura de Mujica representa una excepción ética. Como advierte el antropólogo sociólogo argentino Pablo Semán muchos votantes de sectores populares optan por candidatos de derecha no porque ignoren su lugar en la estructura social, sino porque han perdido la fe en un progresismo que no vive como predica. En contextos donde el consumo se vuelve sinónimo de estatus y dignidad, la desconexión entre el discurso progresista y el estilo de vida de sus dirigentes alimenta el desencanto. Mujica, en cambio, logró conjugar su crítica al capitalismo con una práctica de vida coherente: austera, empática y horizontal, lo que lo convirtió en un referente genuino para amplios sectores sociales.

José "Pepe" Mujica en su chacra de Montevideo. Foto: Reuters (Pablo La Rosa) José "Pepe" Mujica en su chacra de Montevideo. Foto: Reuters (Pablo La Rosa)

Esta contradicción se agrava en una región estructuralmente desigual. América Latina posee alrededor del 33 % del agua dulce del mundo, un tercio de los minerales estratégicos (como litio, cobre y plata), el 40 % de la biodiversidad planetaria y el 20 % de las reservas de petróleo (CEPAL, 2022). Sin embargo, también concentra el 27,9 % de la pobreza global, a pesar de tener solo el 8,4 % de la población mundial (Banco Mundial, 2023). Además, es la región más desigual del planeta: el 10 % más rico de la población concentra el 77 % de la riqueza total, mientras que el 50 % más pobre apenas accede al 1 % (Oxfam, 2022).

José "Pepe" Mujica. Foto: Reuters/Mariana Greif

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Un legado urgente para una región en disputa

Uno de los logros más contundentes del gobierno de Mujica fue la reducción histórica de la pobreza, que pasó del 40 % en 2004 a apenas el 12 % en 2014. Este avance no fue aislado: se dio en paralelo a un crecimiento económico sostenido —la economía uruguaya se expandió un 75 % en esa década— y a una mejor distribución del ingreso, consolidando a Uruguay como uno de los países más igualitarios de la región. A diferencia del falso dilema entre equidad y estabilidad, Mujica demostró que es posible impulsar justicia social sin descuidar la macroeconomía.

José "Pepe" Mujica, ex presidente de Uruguay. Foto: Reuters (Cristobal Saavedra) José "Pepe" Mujica, ex presidente de Uruguay. Foto: Reuters (Cristobal Saavedra)

Hoy, ante el avance de gobiernos autoritarios que se presentan como “antisistema”, pero profundizan la exclusión y la concentración del poder, el legado de Mujica se vuelve más relevante que nunca. Su mensaje interpela no solo a los partidos de izquierda, sino a toda la ciudadanía:

  • Que la austeridad no es sinónimo de pobreza, sino una elección ética.
  • Que sin coherencia no hay credibilidad, y sin credibilidad no hay proyecto colectivo sostenible.
  • Que la política no es una carrera para escalar, sino una trinchera donde se decide el destino de las mayorías.

Mujica no fue perfecto, pero fue fiel a su tiempo y a su gente. Su vida entera fue un acto político. Y en estos tiempos de cinismo, desesperanza y violencia simbólica, su ejemplo resiste como un faro. No solo para Uruguay, sino para todo un Sur Global que sigue buscando cómo construir un futuro más justo, soberano y humano.

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