Comer carne de perro: qué países aún conservan esta práctica tabú para la mayoría de las culturas

En muchas culturas del mundo, los perros son considerados parte de la familia y compañeros inseparables. Sin embargo, en otras regiones se los percibe como ganado y su carne es parte de la dieta. Aunque en Occidente esta práctica genera rechazo, en Asia y África aún forma parte de tradiciones ancestrales y rituales.
El consumo de carne de perro no es nuevo: se remonta a miles de años atrás y en algunos países todavía ocupa un lugar central en la cocina local. Según estimaciones, cada año se sacrifican más de 30 millones de perros en todo el mundo para su consumo.
China y Vietnam encabezan la lista de países con mayor demanda. En China, unos 10 millones de perros son sacrificados anualmente, mientras que Vietnam alcanza cerca de 5 millones, impulsados por creencias medicinales y costumbres culturales. En Corea del Sur, un millón de perros se consume al año, aunque la reciente ley que entrará en vigor en 2027 prohibirá totalmente esta práctica.
Países como Nigeria, Ghana o Liberia, en África, mantienen rituales donde la carne de perro se considera símbolo de unión o medicina tradicional. En América, aunque con menor frecuencia, también persisten prácticas aisladas en comunidades indígenas o bajo vacíos legales en países como Canadá, Brasil o Chile.
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Países donde sigue siendo legal o común
Indonesia permite el consumo de carne de perro, aunque la tendencia es a prohibirlo en más ciudades. En India y Malasia también es legal, mientras que en Camboya se estima que cada año se sacrifican entre dos y tres millones de perros. En Rusia, además de consumirse, se crían san bernardos para exportarlos a China.
Europa, por su parte, posee tabúes más fuertes, pero existen excepciones. En Alemania y Suiza el sacrificio está prohibido, aunque el consumo ocasional aún ocurre en zonas rurales, mientras que en el Reino Unido, es legal consumir carne de un perro propio siempre que el sacrificio esté justificado con un fin “humanitario”.
En Oceanía, Australia prohíbe la venta de carne de perro y gato, aunque en la mayoría de sus estados no existe una prohibición explícita de consumo. Algo similar ocurre en América Latina, donde países como Brasil y Chile no penalizan comer perro, aunque sí el sacrificio y la venta.
Impacto ambiental y riesgos para la salud
Más allá del debate cultural, el consumo de carne de perro tiene consecuencias ambientales significativas. La cría intensiva de animales, incluidos los perros, genera emisiones de gases de efecto invernadero, consumo excesivo de agua y deforestación para la producción de alimento balanceado. Esto incrementa la huella ecológica en regiones donde ya existe presión sobre los ecosistemas.
Los riesgos sanitarios también son considerables. Los perros criados en condiciones insalubres o capturados en la calle pueden ser portadores de enfermedades como la rabia, parásitos intestinales y virus zoonóticos que se transmiten fácilmente al ser humano. En países como Liberia, la carne de perro fue vinculada a brotes de ébola, debido a las malas condiciones de sacrificio y manipulación.
La Organización Mundial de la Salud advirtió que estas prácticas incrementan el riesgo de aparición de nuevas zoonosis. El contacto con fluidos durante el sacrificio y la ausencia de controles sanitarios agravan los peligros para comunidades enteras. Además, el transporte ilegal de perros entre países, como ocurre en Vietnam, potencia la propagación de enfermedades a gran escala.

Una práctica en retroceso
Si bien el consumo de carne de perro persiste, la tendencia global apunta a su disminución. La presión internacional, el activismo ambiental y animalista, junto con el cambio generacional en la percepción de los perros como mascotas, redujo la popularidad de este consumo en varios países asiáticos.
La transformación cultural en torno a los animales de compañía, sumada a las crecientes pruebas de los daños ambientales y sanitarios, refuerza la idea de que esta práctica se encamina hacia la desaparición. Sin embargo, su erradicación requerirá no solo leyes, sino también alternativas sostenibles que respeten las tradiciones sin comprometer la salud ni al planeta.