La decisión del Gobierno de Chile de extender sus límites geográficos sobre Argentina en el extremo austral, derivó en un nuevo escenario de conflicto. Mientras se trata de acordar por vía diplomática, la posibilidad de un choque armado no se debe descartar. Argentina enfrenta una dura realidad.
Fuerzas Armadas de Argentina y Chile.
Desde que los soldados conscriptos regresaron a la Argentina -a escondidas- tras la dura derrota sufrida ante Gran Bretaña y la coalición de la OTAN que la apoyaba en la guerra por las Islas Malvinas en 1982, en el país no solo se instaló la idea de que nunca más habría una hipótesis de conflicto; sino también se dio inicio a un peligroso y sostenido desarme de las Fuerzas Armadas.
A partir de la vuelta de la Democracia fueron muchos y variados los factores que influyeron en la decisión de los sucesivos gobiernos argentinos a la hora de poner freno al poder del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea en un claro intento por quitarle capacidad de maniobra y las herramientas que les permitieran una posible nueva escalada hacia el poder.
Pero claro que la cuestión -si es que eso preocupaba, y con razones- debía pasar claramente por otro lado. La dirigencia política toda tendría que encontrar las maneras para hacer las cosas (sus cosas) bien y al mismo tiempo ir formando en la sociedad una cultura democrática lo suficientemente fuerte y consolidada como para no temer a unas Fuerzas Armadas bien pertrechadas.
Ni una cosa, ni otra sucedió.
El declive se pronunció de un modo Inevitable y la bola de nieve del desarme y la desinversión en equipamiento para defender nuestra soberanía y las fronteras de la Nación, ya fue imparable.
Argentina peco (cuanto menos) de inocente en varias oportunidades. ¿O es que acaso no se trató de inocencia, sino de incapacidad, negligencia o incluso traición a la Patria? El conflicto con Chile por el Canal de Beagle en 1978 y la Guerra de Malvinas en 1982 son los casos más representativos, pero no son los únicos.
Solo basta recordar que la Argentina también sufrió otro tipo de ataques, materializados en las voladuras de la embajada de Israel y la sede de la Asociación de Mutuales Israelitas Argentinas (AMIA) en Buenos Aires en 1992 y 1994 respectivamente; luctuosos sucesos que no muchos percibieron como golpes directos a nuestra seguridad y que Podrían haber derivado en insospechados coletazos. A todo debe sumarse la tradicional política exterior pendular de la Argentina, pivotando de un lado al otro y plegándose en reiteradas ocasiones a bandos antagónicos, mientras se desnudaba una alarmante falta de política de Estado.
Dicho de otro, modo si algo ha necesitado por décadas la Argentina, eso ha sido Fuerzas Armadas modernas, actualizadas, entrenadas y -justamente- "armadas". Pero ninguna de las Administraciones Presidenciales desde 1983 hasta la fecha ha sabido leer el mensaje. El drama se consumó y fue aún más evidente cuando -en noviembre de 2017- el submarino ARA San Juan colapsó en el Océano Atlántico y se hundió con 44 tripulantes a bordo.
La demora, la falta de medios y capacidad para ubicarlo en tiempo y forma, y -como agravante- la falta de información fidedigna sobre las causas que llevaron al naufragio y la tragedia son otro eslabón de esa cadena de errores a la que sigue porfiadamente aferrada la Argentina. Y si para entonces el material disponible por la Fuerza Naval era más que escaso y obsoleto, a partir de ese dramático hundimiento lo fue mucho más.
Claro que la Armada Argentina jamás recuperó el ARA San Juan, pero lo más alarmante es que tampoco logró reemplazarlo. Esto dejó ver solo la punta del iceberg, mientras que el verdadero trasfondo, lo que no quedaba tan a la vista en realidad, se debe al escaso presupuesto destinado al gasto militar. El tema cobra inusitada relevancia en los tiempos que corren ya que -pese a la ceguera auto elegida y la reiterada insistencia sobre la ausencia de hipótesis de conflicto a nivel regional- ahora Argentina debe dirimir una vez más un conflicto limítrofe con Chile.
Estamos en medio del incendio y no hay ni siquiera un vaso de agua para tirar.
Las cifras y los fríos datos de la realidad hacen aún más dramática la coyuntura. Los sucesivos gobiernos chilenos -de distintos signos políticos- destinan sostenidamente desde 2018 un gasto militar estimado en torno a los 4.000 millones de dólares, una cifra que representa el 1,63% de su presupuesto anual. Del otro lado de la Cordillera de los Andes, como auténtica contra cara de lo que sucede en Chile, está la Argentina, donde el presupuesto para las Fuerzas Armadas no solo qué es menor sino que además se ha venido reduciendo a ritmo sostenido desde hace más de 3 años.
Otra vez los números en crudo: en 2018 se destinaron 4.300 millones de dólares, en 2019 se asignaron 3.200 millones, y en 2020 la cifra bajo hasta los escasos y actuales 2.900 millones de la misma moneda. Puesto blanco sobre negro, el presupuesto destinado a gastos militares de la Argentina es equivalente a menos de la mitad del presupuesto de Chile, ese mismo país que vuelve a plantearnos una (¿inesperada?) hipótesis de conflicto.
La ecuación para la Argentina sigue sin cerrar cuando se advierte que comparte con Chile una de las más extensas fronteras de toda Sudamérica, con una longitud de más de 5.300 kilómetros. Y otro dato más: el país de la región que mayor gasto militar destina cada año es Brasil, otra Nación que claramente muestra el modo en que deben trazarse determinadas políticas de Estado. El presupuesto para las fuerzas armadas brasileñas se mantuvo inamovible con gobiernos de izquierda y de derecha indistintamente.
Así las cosas, si se plantea un ranking regional, a la Argentina le sigue yendo mal. Brasil destina 22.000 millones de dólares anuales a equipamiento de sus Fuerzas Armadas; Colombia 9.400 millones; México 5.300 millones; y Chile la mencionada cifra de 4.000 millones de dólares (Datos de Antonio D'Eramo/NA). Lejos -muy lejos- quedan los insuficientes 2.900 millones de dólares incluidos en el presupuesto de la desarmada Argentina.
El problema pasa a mayores cuando se advierte que nuestro país no está a la vanguardia en ninguno de los casilleros a completar. En directa comparación con Chile, Argentina tiene menos efectivos integrando sus filas, menos cantidad de reservistas y también -para ser coherentes con estas políticas- menos presupuesto para el pago de sueldos del personal.
Así mismo, cuenta con menos aviones de combate, menos fragatas, submarinos y buques patrulleros; en todos los casos fundamentales y más que necesarios llegado el caso de fracasar la diplomacia y tener que hacer una indeseable demostración de fuerza para amedrentar.
Por más que quisiera, la Argentina no podrá.
Ahora, como tantas otras veces, solo queda encomendarse a la deidad en que uno crea y rogar que los jefes militares chilenos no aconsejen a su Gobierno mover fichas... e ir por más.
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