Bombardear para negociar: la lógica estratégica que Estados Unidos aplicó en Vietnam

EE.UU. no bombardeó Vietnam para ganar la guerra, sino para forzar una negociación que le permitiera retirarse sin capitular.

Dos cazas de Estados Unidos lanzaron feroz ataque con bombas de fósforo en Siria (Reuters)

En la guerra de Vietnam, Estados Unidos lanzó más bombas que en toda la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, no ganó la guerra.

Este dato suele citarse como prueba del fracaso del poder militar estadounidense. Pero visto desde una perspectiva realista, como la que propone Henry Kissinger en la Diplomacia, el objetivo de Washington en los últimos años del conflicto no fue la victoria militar total, sino forzar una negociación en condiciones aceptables.

El dilema de Vietnam

Para comprender por qué Estados Unidos se involucró tan profundamente en Vietnam, es indispensable recordar la llamada Teoría del Dominó. Formulada durante los primeros años de la Guerra Fría, esta idea sostenía que, si un país caía bajo control comunista, sus vecinos lo seguirían inevitablemente, uno tras otro, como fichas de dominó. Desde esta perspectiva, la derrota en Vietnam no sería un hecho aislado, sino el inicio de un colapso regional que pondría en riesgo a toda Asia sudoriental y, por extensión, al equilibrio global frente a la Unión Soviética. Además, abandonar el conflicto sin condiciones habría erosionado la confianza de aliados en Europa

Cuatro presidentes estadounidenses (Harry Truman, Dwight Eisenhower, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson) habían sostenido el compromiso de Estados Unidos en Vietnam a lo largo de casi dos décadas, algunos involucrándose más que otros.

Encontrar una salida a una guerra que ya no podía ganarse se convirtió entonces en una tarea impostergable, y esa responsabilidad recaería en la dupla Nixon–Kissinger.

Negociando por la fuerza

Cuando Richard Nixon llegó a la presidencia en 1969, el diagnóstico estratégico era que Estados Unidos no podía ganar la guerra, pero tampoco podía retirarse de forma unilateral sin pagar un precio geopolítico enorme. Kissinger lo plantea sin rodeos: una retirada caótica no habría sido un acto moral, sino un golpe a la credibilidad estadounidense. La pregunta central no era cómo ganar la guerra, sino cómo salir de ella sin capitular.

Desde esta lógica surge el uso del bombardeo estratégico como instrumento político. Operaciones como Rolling Thunder primero, y Linebacker I y II después, no buscaron destruir Vietnam del Norte como Estado, sino alterar el cálculo estratégico de Hanoi. El objetivo no era aniquilar al enemigo, sino convencerlo de que el costo de seguir combatiendo superaría los beneficios de prolongar la guerra.

Según Kissinger, los dirigentes norvietnamitas negociaban solo cuando percibían que el equilibrio de fuerzas podía volverse desfavorable. Mientras creyeron que el tiempo jugaba a su favor rechazaron sistemáticamente cualquier compromiso.

Los barcos de guerra de Estados Unidos, cerca de Venezuela. Foto: US Navy.

Los bombardeos de diciembre

El punto de quiebre llegó en diciembre de 1972 con la Operación Linebacker II, conocida como el “bombardeo de Navidad”. Durante once días, Estados Unidos lanzó una ofensiva aérea masiva contra Hanoi y Haiphong, empleando principalmente bombarderos B-52. Fue el ataque aéreo más intenso desde la guerra de Corea.

A esta presión militar se sumó un factor decisivo en el plano diplomático, el acercamiento entre Estados Unidos y la China de Mao Zedong. La histórica visita de Nixon a Pekín en 1972, cuidadosamente diseñada por Kissinger, quebró la idea de un bloque comunista unificado. Al explotar la rivalidad sino-soviética, Washington redujo el margen de maniobra de Hanoi, que ya no podía contar con un respaldo automático de Beijing. La diplomacia triangular debilitó uno de los frentes externos de Vietnam del Norte y reforzó el impacto del bombardeo estratégico.

Llegando a un acuerdo

El resultado fue inmediato. Tras años de estancamiento, Hanoi aceptó lo que había rechazado durante una década: alto el fuego, liberación de prisioneros y una solución política sin imposición directa sobre Saigón. Los Acuerdos de París de enero de 1973 no fueron fruto de la buena voluntad, sino del agotamiento estratégico inducido por la fuerza y la geopolítica.

Sin embargo, el uso de la coerción tuvo límites claros. Internamente, el bombardeo profundizó la fractura social estadounidense. Externamente, no garantizó la supervivencia de Vietnam del Sur una vez que el Congreso retiró el apoyo militar y financiero. Cuando Saigón cayó en 1975, la guerra ya había terminado para Washington, pero no para Vietnam.

Ese desenlace explica la conclusión a la que arribó Henry Kissinger, quien lo resumió con crudeza en su libro Diplomacia: en política internacional no hay opciones perfectas, solo elecciones trágicas. Vietnam fue una de ellas. Estados Unidos no bombardeó para ganar la guerra; bombardeó para salir de ella sin derrumbar su posición global.