Bandera de Ucrania. Foto: Reuters.
*Por Martín Campos Witzel
Con cielos despejados y pudiéndose sentir las cómodas temperaturas del verano, es un placer adentrarse en una plaza central que contrasta con el recorrido que hubo que hacer para llegar hasta ella. La periferia de la ciudad es llamativa, y se la conoce mejor desde los trolebuses soviéticos que la patrullan como si no fuesen ya reliquias históricas dignas de un museo.
Los autobuses, en general, tampoco se acercan a la modernidad que a pocos kilómetros, pasando una múltiple frontera pueden divisarse: son bastante antiguos y es muy llamativo que ni medios de pago electrónicos ni mecánicos se disponen, sino más bien es un simple intercambio de un billete por un boleto con el conductor del vehículo. El tránsito es bastante desastroso, al nivel de la metrópolis bonaerense, y poco sorprende a alguien oriundo de esa zona como sí lo hace a sus vecinos de a pocos kilómetros.
Pero la llegada a la plaza es un momento inolvidable. Poco verde, mucha explanada, pero una hermosa torre del reloj encima de la sede comunal, ubicada en el centro de este concurrido espacio público, corona cualquier fotografía que se haga al pintoresco tranvía que pasa por allí cerca o la antigua arquitectura que rodea este sitio planificado en la segunda mitad del siglo XII.
Jóvenes ucranianas exhiben no solo la belleza que la genética de su pueblo les brindó, evidente en el codiciado color de sus ojos, la beldad de sus cabellos o su característica fisonomía facial; sino también en elementos de moda local, semi casera, de folklore aggiornado, que resulta original e imponente a pesar de que las variables económicas no acompañan a este rincón del planeta. Es común que las chicas ornamenten su pelo con distintos pequeños adornos florales de diversos colores, muchas veces en forma de tiara, que además son representados en varias zonas del frente o las mangas de sus vestimentas: blusas o remeras modernas y comunes a cualquier ciudad occidental pero con un toque de decoración que nos recuerda dónde estamos.
Una bellísima Ucrania con mucho por descubrir, con mucho por hacer, con un enorme bagaje histórico, con su propia historia medieval y eslava, con un pasado de granero y fábrica industrial de la Unión Soviética, que hace ya mucho tiempo busca despegarse de ello y emprender un camino un poco más similar al de su prima hoy mucho más desarrollada Polonia, cuya frontera marca también el inicio del territorio de la UE así como de la OTÁN, organismos a los que Ucrania quiere ingresar hace tiempo.
Y siempre habrá quien menosprecie los eventos del Euromaidán y la crisis Ucraniana del 2012 al 2014, donde el pueblo mostró su claro desacuerdo con el golpe de timón que dio su entonces Presidente cancelando el inicio del proceso de ingreso a la Unión Europea tras distintas reuniones con funcionarios rusos, país en el que hoy se encuentra exiliado tras su estrepitosa fuga y posteriores descubrimientos que lo convierten en “buscado por alta traición”, junto a otros funcionarios ucranianos corruptos fugados. Es que esto no viene de ahora. Porque ya desde aquél momento Ucrania quiere entrar en la UE, pero poco parece importarle la voluntad del pueblo ucraniano a su vecino del Este, que frustra sus planes soberanos a través de operaciones oligárquicas, intrusiones militares ilegales y sin identificación, idas y venidas con los negocios gasíferos e incluso la anexión de una parte del territorio ucraniano, escudándose siempre en la población rusoparlante del este del país que, según cada vez más especialistas explican, fue allí implantada de forma muy meticulosa y sistemática durante años. Mucho hay para decir (y recomiendo googlear a Yanukóvich y los sucesos del comienzo del Euromaidán, además de la llegada de las masas a su entonces residencia oficial, hoy museo de la corrupción) pero es mejor sintetizar y volver a este lugar tan hermoso.
Porque, quizás sea por eso que en esta bella plaza del mercado de Leópolis no solo llamen la atención sus bellezas arquitectónicas, como la torre del reloj de la municipalidad, en cuyas bellísimas escaleras centrales del hall de entrada se encuentra emplazada, junto a la bandera nacional y a la de la ciudad, la de la Unión Europea (toda una declaración política por parte de este pueblo). También llama la atención que aquellas chicas ucranianas de tan bellos atuendos, continúan comprando en los numerosos puestos móviles instalados en esta Plaza del Mercado, divertidos rollos de papel higiénico con distintas caras de Vladímir Putin, tanto en fotos como en caricaturas.
Quizás habría que prestar más atención a lo que dicen los ucranianos y ponerse del lado del ejercicio irrestricto de su voluntad soberana y democrática; en vez de escuchar a potencias que marcan falsas “líneas rojas” buscando únicamente beneficiarse -ya sea en lo estratégico, en política doméstica o más aún en lo económico- a partir de conflictos bélicos en territorios ajenos.
*Licenciado en Periodismo con honores por la Universidad Siglo 21.
Conductor de “Noticias de 6 a 8” en Canal 26.
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