Ponerse un condón

Las disculpas que esgrimen son tan rebuscadas que no tienen nada que envidiarle a un novelón. Que les aprieta, que no se lo ponen por amor, que su talla es mayor, que se les enreda, que se les cae, que los irrita, que se les olvida.

Mienten: simplemente no los usan porque este capuchón interfiere con su desempeño y porque el operativo de vestir al eje de su vanidad les mata las ganas. El resto es retórica, que al borde de la cama suena insulsa. Acéptenlo y de paso otras cositas.

La pasarían mejor si dejaran de lado tanta bobada y entendieran que su pelea con el útil condón tiene sus raíces en la ignorancia que acompaña a todo macho que cree haber nacido sabio y desdeña la ilustración necesaria para usar este aditamento, sobre todo con la luz apagada.

Su torpeza puede ser tal que una escena erótica puede dar paso a un risible sainete.

Adictos a la mecánica, a los carros y a la tecnología, devoran manuales de instrucciones que da miedo, pero pocos toman un curso para ponerse un condón correctamente. En eso son autodidactos y ahí está el problema: no saben.

Es que si es difícil instalarlo en un asta firme, mucho más si esta flaquea ante el titubeo. Aquí no se puede dudar, debe actuarse con la seguridad que da la erudición, por eso hay que entrenar: cómo se rasga el empaque, identificar cuál es el derecho y cual el revés, cómo y hasta dónde se desenrolla, cómo se fija, cómo se sostiene y cómo se retira. No, niños, esas instrucciones no vienen con el cereal.

Por supuesto que el lugar indicado para la pedagogía no es bajo las sábanas y en caliente. Así como se ufanan de la velocidad con que desabrochan un brasier, deben volverse expertos 'calzarse' un condón, aún con los ojos cerrados. Eso debe ser una entrada a pits, no una tragedia.

Seguro le tomarán cariño al látex y terminarán por aceptarlo y agradecerle. De paso nos respetan y evitan excusas estúpidas. ¡Ah! Si necesitan ayuda, pues hablen; si la idea es hacerlo con protección, con mucho gusto les enseñamos. ¡Hasta luego!