Turquía y Azerbaiyán podrían reconfigurar el mapa energético mundial con Zangezur: la pérdida de influencia rusa

El denominado “corredor de Zangezur” se ha convertido en un nodo relevante donde convergen disputas por la soberanía, rivalidades regionales y proyecciones transnacionales. La reciente propuesta de “alquilárselo” a una compañía estadounidense por 100 años, impulsada por el embajador Thomas Barrack, desató un profundo rechazo en Armenia.
Se trata de una franja montañosa de 32 km en el sur de Armenia que conecta a Azerbaiyán con su enclave de Najicheván (y por extensión con Turquía) y ha sido históricamente disputada por su valor geoestratégico.

Bajo la apariencia de una iniciativa empresarial, la idea del alquiler implica la cesión de estos kilómetros estratégicos y una vía terrestre directa entre Turquia y Asia Central, habilitando un nuevo capítulo de reacomodamientos de poder en el tablero euroasiático con implicancias profundas.
Este movimiento debe entenderse a la luz de la ambición turca de consolidarse como pivote euroasiático. Como anticipó Zbigniew Brzezinski en El Gran Tablero Mundial, “Turquía estabiliza la región del mar Negro, controla el acceso desde el Mediterráneo, equilibra a Rusia en el Cáucaso y es el pilar sur de la OTAN”. El control sobre los flujos energéticos y comerciales es parte de esa estrategia de largo plazo. La ruta Zangezur no sólo integraría físicamente a los pueblos túrquicos, sino que permitiría eludir a Armenia e Irán en rutas importantes.
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En paralelo, Turquía y Azerbaiyán avanzan en la creación de una nueva columna vertebral energética que va del Caspio al Mediterráneo, con Siria como eslabón inesperado. El acuerdo firmado en julio de 2025 entre SOCAR (la empresa estatal azerí) y el gobierno interino sirio prevé inversiones en gas, modernización de infraestructura y exportaciones a través del gasoducto TANAP. Detrás de este movimiento hay algo más que energía, hay una narrativa de reconstrucción postbélica, anclaje regional e influencia extendida.
Mientras Turquía articula y negocia con actores diversos (incluyendo a Israel, los kurdos y el gobierno sirio interino) Rusia enredada en Ucrania y limitada económicamente, aún conserva sus bases en Siria, pero pareciera contar con menor influencia para dibujar la arquitectura energética regional. Irán, por su parte, debilitado por sanciones y conflictos con Israel, ve erosionado su rol histórico en Damasco.
¿Azerbaiyán se aleja de Moscú?
A este giro energético se suma una transformación geopolítica más profunda, el del progresivo alejamiento de Azerbaiyán respecto de Rusia. Bakú no ha olvidado que Moscú, en la guerra de Nagorno-Karabaj de 2020 y especialmente en 2023, se mostró pasivo ante las demandas azeríes, dando señales de favoritismo hacia Armenia o, al menos, de inacción estratégica. Esto provocó una fisura diplomática que se ha ampliado en 2024-2025, con una política exterior azerí cada vez más autónoma.
En paralelo, Azerbaiyán ha estrechado vínculos con Israel, tanto en materia de seguridad como en cooperación tecnológica y militar, consolidando un eje anti-iraní. Esta triangulación entre Turquía, Azerbaiyán e Israel refuerza la erosión de los tradicionales vínculos con Moscú y Teherán, dos potencias que ven desafiado su rol histórico en el Cáucaso y el Levante.
Una transición geopolítica
El apoyo decisivo de Ankara a Bakú durante la guerra de Nagorno-Karabaj en 2020 no solo reconfiguró el equilibrio de poder en la región, debilitando la influencia rusa, sino que también abrió paso al desarrollo del corredor de Zangezur. Este proyecto, sumado a iniciativas como el Balkans Peace Platform, evidencia cómo Turquía ha pasado de ser percibida como un puente entre regiones a consolidarse como un articulador regional capaz de vincular Europa, el Mediterráneo, el Cáucaso y Asia Central. La capacidad de Ankara para ocupar los vacíos de poder generados por la guerra en Ucrania, la crisis iraní y el retraimiento de Estados Unidos refuerza su proyección como un polo autónomo dentro de la nueva dinámica multipolar.
La posibilidad de que el gas del Caspio llegue al Mediterráneo vía Siria (sin pasar por rutas iraníes o armenias) abre un nuevo mapa de oportunidades y desafíos para la región.
La pregunta que queda abierta es si esta nueva arquitectura servirá para estabilizar la región o si, por el contrario, reproducirá viejas tensiones bajo nuevos ropajes.