Considerada una de las festividades más importantes en el Río de la Plata atravesando épocas y generaciones, lo que empezó con costumbres traídas por un puñado de inmigrantes se convirtió en toda una celebración que aún perdura.
La Navidad es una fiesta que si bien se suele asociar a un momento de reunión familiar o con amigos, es ante todo una celebración religiosa. Con el paso del tiempo fue cambiando y hasta comenzado a adoptar un sentido "laico" para la sociedad ya que es feriado y la rutina se altera. Ahora bien, ¿cómo fueron los primeros 24 y 25 de diciembre en la Buenos Aires virreinal?
Desde los inicios de la "Pequeña Aldea" que la religión tomó un rol predominante, en parte por la campaña evangelizadora que tuvieron los conquistadores españoles al llegar a estas tierras. Lo cierto es que el calendario de Buenos Aires en sus inicios se basaba en el litúrgico.
Pero esa Navidad era un poco diferente a la que nosotros imaginamos. Para empezar, el primer árbol llegó en 1828 y fue el irlandés Michel Hines quien lo armó en su casa ya que era una tradición de donde venía. Lo armó como pudo: colgó velitas y manzanas en las ramas y lo dejó cerca de la ventana que daba a la calle, despertando la atención de todos.
La rutina era más o menos la misma cada año. Asistir a los oficios del día y en la misa del Gallo se presentaba el "Manuelito" que era la imagen del Niño Dios y fue impulsado por la beata María Antonia de San José quien pasó a la historia como "Mama Antula" y que en febrero próximo será canonizada.
Tras finalizar la misa del Gallo, que comenzaba a la medianoche, los primeros porteños se iban a dormir. Al otro día, ya en Navidad, se reunían entre familia y conocidos. Eso sí, nada de regalos, eso quedaría en manos del capitalismo.
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Pasó la independencia, las guerras civiles y Juan Manuel de Rosas llegó a la gobernación de Buenos Aires. Gracias al historiador Omar Freixas pudimos saber cómo era la Navidad en tiempos del rosismo:
"Las “naciones” de africanos y sus descendientes se congregaban alrededor del Restaurador y éste les devolvía el gesto. En la víspera de las festividades, cada nación enviaba un delegado para tratar con él y su familia. No había música. Rosas luego enviaba su delegación, incluidas a las damas federales, encabezadas por Manuelita. En Nochebuena estallaba la algarabía. La fiesta consistía en comer, beber, cantar y, también, hacer candombe. Rosas se fundía entre la multitud, aunque al comienzo se presentaba vestido con uniforme y revistaba las filas de alegres bailarines. Más tarde se hacía ver como soldado, engañando y entreteniendo a los negros que al comienzo lo veían desaparecer y, preguntándose dónde estaría, luego lo reencontraban vestido como uno más, tras la pequeña broma. Finalmente, se mostraba ataviado como paisano, y a caballo”.
Nada es para siempre, dicen, porque de a poco esta festividad empezó a tomar otra forma con la llegada de los inmigrantes. Hay que recordar que la gran mayoría de quienes bajaban del barco eran europeos donde sus diciembres son fríos, con ellos trajeron comidas híper-calóricas típicas de la época.
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De todas las cosas que la inmigración europea introdujo en el país se encuentra la del pesebre, aquel adorno que solemos colocar debajo de cada árbol y que se completa el 25 con una figura de Jesús bebé. Lo que se sabe de esto es que fue una creación entre la tradición protestante y católica, de acá también se desprenden los regalos de Navidad como el 6 de enero el día de Reyes.
La misa del Gallo continuó, pero a diferencia de antes, comenzaba a nacer la costumbre de cenar en Nochebuena. La misma podía arrancar de madrugada y extenderse hasta toda la noche hasta que los servicios litúrgicos se adelantaron a los horarios que hoy nos son familiar.
Por Yasmin Ali
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