Kazajistán se suma a los Acuerdos de Abraham: qué significa esta jugada silenciosa pero estratégica

La adhesión a los acuerdos mediados por Estados Unidos no responde a una afinidad ideológica, sino a una jugada geopolítica para reducir su dependencia de Rusia y China.

Kazajistán se une a los Acuerdos de Abraham mediados por Estados Unidos
Kazajistán se une a los Acuerdos de Abraham mediados por Estados Unidos Foto: Imagen creada con IA

En un sistema internacional saturado de crisis visibles (Ucrania, Gaza, el mar Rojo), algunos de los movimientos más relevantes ocurren lejos de los reflectores. Tal es el caso de la reciente decisión de Kazajistán de adherir a los Acuerdos de Abraham, una medida que recibió escasa atención mediática, pero que encierra profundas implicancias geopolíticas.

En geopolítica existen los llamados Estados pivote: países cuya ubicación y orientación estratégica pueden alterar el equilibrio entre las grandes potencias. Kazajistán es uno de ellos. La pregunta no es solo qué decidió el gobierno kazajo, sino por qué lo hizo ahora.

El problema geográfico de Kazajistán

Kazajistán está condicionado por dos grandes potencias continentales: Rusia al norte y China al este, mientras que hacia el sur se extiende un arco de inestabilidad que históricamente ha limitado su proyección autónoma. Durante décadas, esta configuración convirtió a Asia Central en una región dependiente de corredores de transporte y energía controlados primero por Moscú y, en los últimos años, crecientemente por Beijing. En este contexto, el control de las rutas no es un detalle técnico, sino el principal instrumento de poder sobre el futuro estratégico de la región.

Es en este contexto que cobran sentido los Acuerdos de Abraham, una serie de acuerdos de normalización diplomática firmados en 2020 entre Israel y varios países árabes (Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Marruecos, Sudán) con la mediación de Estados Unidos. Aunque suelen presentarse como un mecanismo de normalización entre Israel y el mundo árabe, en realidad constituyen una arquitectura geopolítica más amplia, liderada por Estados Unidos, que articula seguridad, comercio e infraestructura en Oriente Medio. Para Kazajistán, sumarse a este marco implica anclarse en el orden estratégico estadounidense, reduciendo su dependencia de Rusia y China sin romper con ninguno de los dos.

Una jugada compleja

La maniobra kazaja adquiere mayor complejidad si se observa el rol de Irán. Para Kazajistán, la ruta más directa hacia el Golfo pasa por territorio iraní. Al mismo tiempo, Teherán atraviesa uno de los momentos más frágiles de su historia reciente, tras dos años de guerra indirecta en la región y una pérdida significativa de influencia. El gobierno kazajo podría estar apostando a que la reconfiguración del poder en Oriente Medio, con Estados Unidos, Israel y Turquía como actores centrales, le permita atravesar ese espacio sin quedar atrapada en sus conflictos.

En este punto, Kazajistán observa con atención el ejemplo de Azerbaiyán, que supo aprovechar sus vínculos con Turquía e Israel para proyectar influencia más allá del Cáucaso.

Para Rusia y China, el mensaje es que Asia Central ya no es un espacio automático de influencia exclusiva. Sin discursos grandilocuentes ni rupturas diplomáticas, sobre la base de una relación más estrecha con EE.UU., Kazajistán se desliza hacia una posición más autónoma, con una lógica propia del equilibrio de poder.

Sin embargo, esta autonomía debe administrarse con cautela. Kazajistán es un Estado pivote con vulnerabilidades estructurales, especialmente en sus regiones septentrionales, fronterizas con Rusia, donde persiste una importante población ruso hablante heredada del período soviético. Aunque hoy no exista un conflicto abierto, un deterioro grave de las relaciones con Moscú podría reactivar tensiones territoriales latentes. La experiencia de Ucrania funciona como advertencia: en Eurasia, la combinación de geografía, demografía y discurso identitario puede convertirse rápidamente en un instrumento de presión geopolítica.

Fragmentar Eurasia para evitar una hegemonía

Zbigniew Brzezinski, autor de El gran tablero mundial, advertía que el mayor riesgo para Estados Unidos sería la consolidación de una coalición euroasiática hostil. Movimientos como el de Kazajistán apuntan en sentido contrario. Fragmentan, diversifican y complejizan el espacio euroasiático, dificultando la emergencia de cualquier hegemonía cerrada.

En silencio, la adhesión de Kazajistán a los Acuerdos de Abraham es uno de esos movimientos: discreto, calculado y profundamente revelador de hacia dónde se dirige la disputa por Eurasia.