Alemania rompe con su moderación militar y vuelve a las bases con su vieja tradición de proyectarse hacia el Este

Por primera vez desde 1945, Berlín despliega fuerzas militares permanentes más allá de sus fronteras. ¿Cómo impacta este giro geopolítico en Europa del Este? ¿Puede Alemania liderar sin despertar viejos temores?

Por Damian Carca - Geopolítica en acción

Sábado 7 de Junio de 2025 - 08:00

Soldados alemanes en Yibuti. Foto: Reuters/Hannibal Hanschke Soldados alemanes en Yibuti. Foto: Reuters/Hannibal Hanschke

En 2025 estamos siendo testigos de cambios de tendencias que hasta ahora parecían inimaginables. Estados Unidos, con Trump a la cabeza, queriendo desligarse del compromiso europeo, está empujando a las potencias del Viejo Continente a asumir una responsabilidad en materia de defensa que durante décadas delegaron en Washington.

Frente a esta nueva realidad, Alemania ha respondido con una transformación estratégica que rompe con más de ochenta años de moderación militar. El país que, desde 1945, evitó cualquier tipo de despliegue ofensivo, ahora planea convertirse en la potencia militar convencional más fuerte de Europa. No se trata de un simple aumento presupuestario, sino de un giro histórico: el regreso de Alemania como actor armado de peso en el teatro geopolítico europeo.

¿Cómo impacta este giro geopolítico en Europa del Este? ¿Puede Alemania liderar sin despertar viejos temores?

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El viejo impulso oriental

Desde el siglo XVIII, cuando Federico el Grande expandió su influencia hacia Silesia y participó en los repartos de Polonia, la proyección oriental se convirtió en una parte central de la estrategia prusiana y, más tarde, alemana. Este Drang nach Osten (empuje hacia el Este) se mantuvo durante el Imperio alemán y volvió a concretarse durante la Primera Guerra Mundial, cuando, mediante el Tratado de Brest-Litovsk, Alemania obtuvo el control de vastos territorios de Europa oriental. Esta tendencia se intensificó brutalmente bajo el régimen nazi con la ideología del Lebensraum (espacio vital), y fue drásticamente interrumpida tras la derrota de 1945.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, Alemania renunció a la vía militar como instrumento de proyección de poder. Sin embargo, eso no implicó un abandono del interés estratégico hacia el Este. A través de la integración europea —y en particular, tras la reunificación en 1990— Berlín promovió activamente la expansión de la Unión Europea hacia Europa Central y Oriental, incluyendo a Polonia, Hungría, república Checa y los países bálticos.

Este proceso no fue sólo un gesto de reconciliación post-Guerra Fría: fue también una forma de extender la influencia económica germana. Ahora, con el rearme impulsado por el Zeitenwende (giro de época) y el despliegue permanente de tropas alemanas en Lituania, Alemania ha comenzado a complementar su tradicional proyección económica con una nueva dimensión militar, algo que no ocurría desde 1945. El Este europeo, que por décadas fue una zona de influencia económica y normativa, vuelve a ser también un escenario de despliegue físico y estratégico

Misil. Foto: Unsplash.

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El giro geopolítico hacia Europa del este

Europa del este es un espacio clave dentro del tablero euroasiático: frontera histórica entre imperios, zona de paso de conflictos y amortiguador geopolítico. Cualquier cambio en el equilibrio de poder europeo repercute inmediatamente en esta región, donde el pasado aún vive en la memoria estratégica de sus pueblos.

Buque de guerra de Alemania. Foto: Unsplash. Buque de guerra de Alemania. Foto: Unsplash.

El despliegue alemán en Lituania no es sólo un gesto disuasivo hacia Rusia; también tiene una profunda carga simbólica. Vilna, donde hoy se instala una brigada blindada alemana, se encuentra apenas a unos cientos de kilómetros de Kaliningrado, el enclave ruso que antes fue Königsberg, capital de la antigua Prusia Oriental. Fue la ciudad natal de Kant y centro de poder de los Hohenzollern, los monarcas prusianos.

Para muchos alemanes, Kaliningrado no es sólo un punto en el mapa: es una herida histórica, un territorio que formó parte de su identidad y que fue perdido tras la Segunda Guerra Mundial.

Aunque Berlín no reclama actualmente Kaliningrado, el solo hecho de que tropas alemanas estén estacionadas cerca de ese punto neurálgico —hoy fuertemente militarizado por Rusia— representa para Moscú una amenaza latente. Así, incluso si Alemania mantiene una narrativa defensiva, su sola presencia en la región puede activar en Rusia un reflejo defensivo —o agresivo— basado en el peso de la historia.

Volodimir Zelenski junto a Friedrich Merz, Emmanuel Macron, Keir Starmer y Donald Tusk. Foto: REUTERS.

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¿Puede Europa aceptar una Alemania con proyección militar?

El regreso de Alemania como actor militar en el Este europeo no es un retorno al pasado, pero tampoco puede desvincularse de él. Su rearme no responde a impulsos imperiales, sino a una coyuntura geopolítica marcada por la agresión rusa, el agotamiento estratégico de EE.UU. y la necesidad de que Europa asuma su propia seguridad. Es el pasado el que obliga a la prudencia, pero es el presente el que exige acción.

Berlín debe mostrar que se rearma para fortalecer Europa, no para liderarla en solitario. Si la proyección militar alemana se convierte en una herramienta de cohesión, Europa se fortalece. Esto revelaría un error estratégico por parte del presidente Trump, ya que, a largo plazo, podría ocurrir que una Europa articulada bajo la fortaleza germana se convierta en un agente de contrapeso frente a Washington.

Pero, como advertía Henry Kissinger, en la política internacional no importan tanto las intenciones como la alarma que provocan. Una Alemania rearmada y con proyección militar, aunque se presente como garante del orden europeo, puede reactivar viejas desconfianzas en países como Polonia, Francia o el Reino Unido. En ese caso, si la nueva posición de Berlín genera más suspicacias que consensos, el resultado podría ser el opuesto al deseado: una Europa debilitada por divisiones internas y por memorias históricas aún no resueltas.

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