La estrategia geopolítica de Estados Unidos varió considerablemente entre la presidencia de Trump y la actual, de Joe Biden. Con el ataque del sábado se abre un nuevo interrogante.
Atentado contra Donald Trump. Foto: EFE
Es sabido que, más allá de ciertas particularidades de cada presidente norteamericano, en general el posicionamiento geopolítico de Estados Unidos no suele variar con los cambios de gobierno. Esa es una característica de las grandes naciones. Siguiendo ese mismo esquema se podría entonces analizar el reciente intento de asesinato al candidato republicano Donald Trump.
La presidencia de Trump (2017-2021) se caracterizó por romper esa regla en algunas cuestiones esenciales de política exterior, promoviendo un aislacionismo incompatible con la política global de los EE.UU. desde la II Guerra Mundial hasta la actualidad. Recuérdese que Nixon decía, parafraseando a Nicholas Spykman, que no hay lugar en el mundo, por lejano que sea, donde no esté en juego la seguridad nacional de los EE.UU.
Tras la llegada de Joe Biden al poder, en enero de 2021, EE.UU. asumió un rol más intervencionista y profundizó el enfrentamiento con China, llevándolo a nuevos niveles: diplomático, tecnológico, militar y cultural, además del económico. ¿Qué consecuencias se derivaron de este hecho?
El Papa Francisco dijo que se está desarrollando una guerra mundial en partes. Los hechos parecieran darle la razón.
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Al proclamar su candidatura a presidente de los EE.UU., Donald Trump anticipó que retiraría su apoyo a Ucrania, no financiaría más a la OTAN, abandonaría a sus aliados e implementaría nuevamente una política de aislacionismo, alejando a EE.UU. de los escenarios internacionales, para favorecer de ese modo, según su parecer, el crecimiento económico de su país.
John Mearshimer -prestigioso académico norteamericano-, anticipó este año que si Donald Trump pretende modificar algunos aspectos de la política internacional de EE. UU., podría enfrentarse al denominado deep state o Estado profundo, que excede por supuesto a Biden o a sus funcionarios. Mearshimer también se pregunta si Trump podría vencer a ese Estado profundo: la respuesta es un no rotundo (para cerrar diciendo “apuesto por el deep state”).
Es que, esencialmente, lo que está en juego en esta disputa es la estrategia norteamericana para enfrentar a China. Un error podría significar la pérdida de la hegemonía alcanzada, y ese riesgo pareciera haber aumentado exponencialmente después del debate Trump-Biden a raíz de las torpezas de este último. Tras el fallido atentado que, lejos de ser un aviso, tuvo la clara intención de asesinarlo, ¿podría Trump llegar a reconsiderar seriamente su posicionamiento geopolítico y su estrategia para mantener la hegemonía norteamericana?
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Al asumir la presidencia de los EEUU en enero de 1981, Reagan invocando su postura anticomunista, intentó modificar la política de acercamiento con China. A mediados de marzo de ese año mantuvo una tensa reunión con el embajador chino en Washington que causó perturbación en EEUU y en China.
Sin embargo, tras el atentado sufrido el 31 de marzo de 1981, retomó la política de Nixon, Ford y Carter a favor de China, aprobando la mejora de su status comercial a los fines de poder transferirles tecnología y armamento. La política triangular de enfrentamiento contra la URSS volvía a sus carriles normales. ¿Hubo también en ese caso un enfrentamiento con el deep state conforme los términos de Mearshimer?
El atentado contra Donald Trump plantea más interrogantes que certezas y reina la incertidumbre. Sólo nos atrevemos a afirmar que la geopolítica prevalece sobre la ideología.
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