De aliado a veneno: las dos frutas más consumidas que pasaron de ser saludables a convertirse en un riesgo para el cuerpo

Las manzanas y las peras, dos de las más populares en todo el mundo, pueden convertirse en un riesgo para la salud, ya contienen cientos de miles de microplásticos por gramo, según un estudio, por lo que la contaminación plástica ya no es un problema lejano, sino que se infiltra en la dieta diaria.
Si bien todavía se estudian sus efectos sobre la salud, ya se detectaron microplásticos en la sangre, pulmones y placenta humana. Este escenario plantea un doble desafío: proteger al ambiente de la invasión de plásticos y reducir la exposición de los consumidores a través de sus alimentos.

Estas partículas se convirtieron en uno de los contaminantes más persistentes del planeta. Estas diminutas partículas, de menos de cinco milímetros, están presentes en mares, ríos, suelos y hasta en el aire. En la actualidad, investigaciones confirman que también invaden los alimentos más cotidianos, comprometiendo la salud y la biodiversidad.
Su origen es variado: provienen de cosméticos, ropa sintética, neumáticos y de la fragmentación de plásticos mayores como bolsas y envases. Una vez liberados, permanecen en el ambiente durante décadas y se integran en los ecosistemas. En el caso de los cultivos, los microplásticos pueden ser absorbidos por las raíces y transferidos a los frutos.
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Manzanas y peras: víctimas silenciosas de la contaminación
Según estudios recientes, un gramo de manzana puede contener más de 195.000 partículas de plástico, mientras que una pera supera las 189.000. Estos valores sitúan a ambas frutas entre las más afectadas por la contaminación invisible, un hecho que preocupa por su consumo extendido en todo el mundo.
La explicación radica en la capacidad de las plantas de absorber microplásticos presentes en el suelo y en el agua. Una vez dentro del sistema vegetal, las partículas viajan hasta los frutos, que luego llegan al consumidor. Este ciclo revela cómo la crisis plástica se infiltra en la agricultura y desafía la noción de alimentos naturales y seguros.
La situación compromete tanto a productores como a consumidores. Para los agricultores, significa la necesidad de replantear el uso de plásticos en los sistemas de riego, empaques y coberturas. Para la sociedad en general, es una señal de alerta sobre la huella ecológica del consumo excesivo de plásticos y su impacto en la cadena alimentaria.

Prevenir la exposición: hábitos que marcan la diferencia
Aunque resulta imposible eliminar totalmente los microplásticos de los alimentos, sí existen estrategias para reducir la exposición. Lavar bien frutas y verduras ayuda a eliminar partículas superficiales, mientras que optar por alimentos frescos frente a los procesados disminuye la contaminación derivada de envases.
También es recomendable filtrar el agua de consumo y evitar calentar alimentos en recipientes plásticos, ya que liberan partículas adicionales. A nivel colectivo, reducir el uso de plásticos de un solo uso y exigir envases biodegradables son pasos fundamentales.
La investigación sobre frutas contaminadas demuestra que la contaminación plástica atraviesa todas las etapas de la vida moderna. En este contexto, la prevención es tanto un acto de cuidado personal como un compromiso ecológico.
Una señal urgente para cambiar el rumbo
El caso de las manzanas y peras, las frutas más consumidas y asociadas a la salud y la nutrición, revela la magnitud del problema ambiental. La contaminación por microplásticos no distingue entre ecosistemas marinos o terrestres: invade desde los océanos hasta los huertos más cercanos.
Frente a esta amenaza silenciosa, es indispensable avanzar en políticas globales de gestión de residuos, fomentar materiales compostables y replantear el vínculo de la sociedad con el plástico. Proteger la biodiversidad y garantizar alimentos seguros exige actuar ahora, antes de que la contaminación sea irreversible.