Nació hace 104 años, pero aún sigue viva en el corazón del Pueblo peronista. Ni la muerte física, ni el paso del tiempo lograron convertirla en un ser normal.
Evita, la "Abanderada de los humildes".
El paso de María Eva Duarte por este mundo no fue en vano. Su nacimiento, el 7 de mayo de 1919, en la localidad bonaerense de Los Toldos no fue un día más, sino el comienzo del fin de muchas cosas que estaban mal en la Argentina. Pese a que nadie sospechaba por entonces que esa niña iba a reconfigurar -como nunca antes- la Justicia Social para toda la sociedad, Evita lo hizo.
No tuvo miedo y de chiquita era una de esas pibas que -como luego se diría- "no arrugaba ante nada", iba al frente y a la que siempre le gustó mandar.
Tampoco era blanda a la hora de tomar sus propias decisiones, y así quedó demostrado cuando tras el doloroso abandono paterno, y luego de que su madre decidiera mudarse a Junín, ella armó su valija y -sin vueltas- simplemente se "mandó a mudar".
Así bajó del tren, como quien dice con "una mano atrás y otra adelante", con lo que llevaba puesto y apenas unas cuantas cosas más. Y llegó a Buenos Aires para cambiar las cosas, aunque no solo las suyas, también las de los demás. Fue la palmaria demostración de lo que estaba por venir y de lo que ella era capaz: hacerlo todo desde la nada, sin siquiera dar un paso atrás.
Poco y nada aporta en esta hora el detalle sobre sus relaciones y contactos de aquellos días. Lo que sí importa es que Evita supo muy bien de qué modo aprovechar el poder, siempre en exclusivo beneficio del otro. Pero hay más, y es donde su tarea inigualable adquiere más relevancia y notoriedad: todo, absolutamente todo lo hecho por Eva se dio en tiempos de una sociedad rabiosamente machista, en la que el rol de la mujer era poco menos que una lejana e ilusoria utopía. Ella, ciertamente, supo remar contra la corriente y ser la oveja negra del sistema político y social establecido. Ese es el gran legado de quien fuera conocida como la "Abanderada de los humildes", o para otros, "Santa Evita".
El mensaje quedó grabado, de manera indeleble, hoy y para siempre. Sin miedo, sin temores, sin amagues, ni intereses personales y con el acompañamiento de Juan Domingo Perón. Así capeó el temporal y se lanzó a la loca aventura de vivir y morir por sus queridos "descamisados", la gente del pueblo a quienes ella llamaba amorosamente "cabecitas negras".
Vista en perspectiva, aún con los estándares actuales de la sociedad, la descomunal obra de Evita es -lisa y llanamente- imposible de igualar. Pensar en su enorme valentía para meterse de lleno en ese mundo de hombres, de autoritarismo, de pensamientos retrógrados, de recorte de derechos y de desprecio por lo femenino; conmueve hasta la médula y es el mensaje eterno que nos deja ese ser especial y singular.
Y de ese modo, "a los codazos" en busca de un lugar, se metió "de prepo" en el corazón de la gente, de donde no se ha ido y no se irá jamás.
Si hubiesen podido impedirlo, lo hubieran hecho con gusto; pero la fuerza de Evita era imposible de parar. Todo era cuestión de ganas, de agallas, de "ovarios" puestos sobre la mesa, de determinación sin medir costos ni consecuencias, de guapeza (esa misma que solo se atribuyen "los machos") y del más puro sentimiento de desapego a la propia conveniencia para que -simplemente- vivan mejor los demás.
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