Bolivia vota en medio de la disputa mundial por sus riquezas estratégicas
Este domingo Bolivia acude a las urnas en un clima de incertidumbre que condensa un fenómeno regional: el ocaso de la “marea rosa” y el avance de sociedades fragmentadas, desconfiadas de la política y cansadas de promesas incumplidas.
El Movimiento al Socialismo (MAS), que durante casi dos décadas encarnó la esperanza de las mayorías populares, atraviesa un desgaste profundo. La ruptura entre Evo Morales y sus antiguos aliados fracturó el espacio oficialista, debilitando su capacidad para disputar el poder con solidez.
Escenario electoral: entre la polarización liberal y la izquierda fragmentada
Ocho candidatos compiten por la presidencia, pero tres concentran la atención pública y las posibilidades reales de influir en el rumbo político: Jorge “Tuto” Quiroga, Samuel Doria Medina y Andrónico Rodríguez.
Quiroga, ex presidente y candidato por la coalición Libre, combina un perfil liberal con fuerte apoyo de sectores conservadores. Su propuesta se basa en un “cambio sísmico” que incluye tratados de libre comercio con Europa y China, privatización de empresas estatales deficitarias y el regreso de la DEA para combatir el narcotráfico.
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Doria Medina, empresario y ex ministro de Planificación, se define como socialdemócrata, pero propone medidas de ajuste como la eliminación de subsidios a los combustibles y el cierre de empresas públicas no rentables, manteniendo al mismo tiempo programas sociales contra la pobreza.
Rodríguez, ex dirigente cocalero y actual presidente del Senado, compite por la Alianza Popular tras romper con Evo Morales. Con un discurso de “austeridad inteligente” y gestión eficiente de los recursos, intenta construir un liderazgo propio, aunque su ruptura con el MAS y el llamado de Morales a anular el voto han mermado su base de apoyo.
El prisma de la elección: logros, límites y legado del ciclo MAS
Desde una perspectiva económica y social, la estatización de los hidrocarburos en 2006, emblema del gobierno de Evo Morales, marcó un punto de inflexión. Con la estatal YPFB como eje, el Estado pasó a controlar el 82 % de los ingresos del sector, lo que permitió financiar políticas sociales de gran impacto: la Renta Dignidad redujo la pobreza entre adultos mayores, el Bono Juancito Pinto disminuyó la deserción escolar y la expansión de la red eléctrica y vial integró regiones rurales históricamente postergadas.
El legado de Evo Morales activó a masas sociales y movimientos indígenas históricamente excluidos, colocándolos en el centro de la vida política, y lideró la redacción de una nueva Constitución en 2009 que redefinió a Bolivia como un Estado Plurinacional. Ese cambio institucional y simbólico, sin precedentes en la historia del país, consolidó un ciclo político hegemónico durante 20 años.
Sin embargo, estas políticas no pudieron sostenerse indefinidamente. El agotamiento del modelo extractivista, la caída de precios internacionales y algunos escándalos de corrupción pusieron en jaque la base económica del MAS, mientras las divisiones internas debilitaban su capacidad de proyectar nuevos liderazgos.
Litio y geopolítica: Bolivia en el tablero estratégico global
En el siglo XXI, Bolivia dejó de ser un actor periférico para convertirse en pieza central de la competencia por insumos críticos para la economía mundial. Alberga una de las mayores reservas de litio del planeta, segunda en el Triángulo del Litio junto a Chile y Argentina, además de la segunda mayor reserva de gas natural de Sudamérica. Sin embargo, su producción gasífera cayó un considerablemente desde 2014, lo que implicó un duro golpe para las arcas estatales.
Por otro lado, aunque la transición energética global ha disparado la demanda de litio y, con ella, el interés de potencias como China, Rusia y Estados Unidos, Bolivia no ha sabido explotar sus reservas. Aunque el consorcio chino CATL-BRUNP, líder mundial en baterías, invierte 1.400 millones de dólares en el salar de Uyuni, y mientras que la rusa Uranium One acordó un desembolso de 970 millones (todavía pendiente de aprobación legislativa), lejos está del desarrollo chileno, o incluso el argentino.
A su vez, Washington observa estos movimientos con recelo: la generala Laura Richardson, ex jefa del Comando Sur, advirtió que el litio y otros minerales estratégicos del Triángulo son “vitales para la seguridad nacional” y recordó que América Latina posee “prácticamente todo lo que el mundo necesita”, por lo que sería de interés para la seguridad estadounidense que no queden en manos chinas o rusas. Sin embargo, más allá de estas declaraciones, son empresas de estos dos países las únicas que habrían acercado proyectos concretos, además de algunas europeas…
Pero el litio también es un frente de conflicto interno. Las comunidades del salar denuncian que cada tonelada extraída implica la evaporación de unos dos millones de litros de agua, un recurso escaso en el altiplano. Esta tensión revive los fantasmas de las guerras del agua de 2000 y 2005. En ambos casos, protestas masivas obligaron a revertir las concesiones efectuadas.

China, junto a Brasil, también miran con atención el desarrollo de la situación política en Bolivia con gran interés. El renovado interés por construir los corredores bioceánicos que unan los puertos brasileños en el Atlántico, con aquellos de Chile y Perú en el Pacífico, precisan necesariamente de Bolivia para concretarse. Una Bolivia estable permitiría que los proyectos se desarrollen sin inconvenientes. Una Bolivia en crisis, debido a su ubicación estratégica entre ambos extremos, podría dificultar unir ambas partes.
Brasil, además, históricamente ha abastecido a su sector industrial con gas boliviano a partir del gasoducto GasBol, y está interesado en usar esa misma infraestructura para comprar gas de Vaca Muerta, en la Patagonia argentina.
La situación interna en Bolivia es compleja, y desde afuera son varios los actores que miran con atención. Este domingo 17 de agosto se juega mucho más que una sucesión presidencial.