Una millonaria venganza contra su marido: el famoso palacio de la Provincia de Buenos Aires, símbolo del matrimonio más infeliz

A casi 100 kilómetros de Buenos Aires, está la ciudad de Lobos. Una zona agropecuaria rica y fértil que se destaca por su actividad láctea y sus derivados. Pero detrás de sus encantos, se levanta una construcción que hoy es una joya para el turismo de fin de semana con una historia de desamor y venganza.
Oficialmente conocido como el Castillo del Silencio, también se lo conoce como el castillo de Tiburcia, mujer que lo mandó a construir con el objetivo de mantener vivo el desprecio que sentía por su marido, incluso después de muerto.
Tiburcia Domínguez y su infeliz matrimonio
Salvador María del Carril fue un político y jurista que tiene el título de haber sido el primer vicepresidente argentino tras la sanción de la Constitución Nacional en 1853. Además, fue gobernador de San Juan, primer ministro de Economía y uno de los primeros 5 integrantes que tuvo la Corte Suprema de Justicia. Se casó el 28 de septiembre de 1831 con Tiburcia Domínguez, mientras estaba exiliado en Uruguay durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Ella era oriunda de Buenos Aires y 16 años menor que él. Tuvieron siete hijos: una mujer y seis varones.

Con un comienzo económico difícil en el exilio, los problemas entre la pareja empezaron cuando del Carril recibió una fuerte herencia familiar y comenzó a compartir negocios con un tal Justo José de Urquiza. El problema era que Tiburcia era lo que en la modernidad llamamos una shopaholic, es decir, una adicta a las compras. No escatimaba en gastos en lo que se refería a joyas, perfumes y vestidos; algo que comenzó a generarle cada vez más deudas a su marido, quien en reiteradas oportunidades le pedía que aprenda a “medirse”.
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Lo cierto es que en algún momento de 1862 el por entonces miembro de la Corte Suprema, ya cansado de que su mujer siga derrochando, decidió publicar una solicitada en todos los medios de Buenos Aires con el objetivo de informar que ya no se haría cargo de los gastos de su esposa. Pero eso no era todo: además, exhortaba a los comerciantes a que cancelaran el crédito del que ella era acreedora por su condición social.

Fue tal la humillación que sintió Tiburcia con el gesto de su esposo que, si bien siguieron casados por 20 años, nunca más en su vida le dirigió la palabra. Del Carril murió el 10 de enero de 1883 a los 84 años, mientras que su esposa lo sobrevivió 15 años más.

La venganza póstuma
Cuando Salvador murió, le encargó al arquitecto francés Alberto Fabré la construcción de una mansión en Lobos con el objetivo de organizar fiestas para sus amigos. Es decir: seguir gastando. El lugar fue inaugurado en 1895, el día de su cumpleaños número 89, con una fiesta fastuosa. Tenía salones de recepción, una biblioteca refinada, capilla privada y habitaciones para decenas de invitados.

El parque que lo rodea fue obra del famoso paisajista Carlos Thays, con más de 240 especies de árboles. Cada 14 de abril, la anfitriona celebraba su cumpleaños con banquetes que se extendían varios días. El interior deslumbraba con arañas de cristal, tapices franceses y enormes espejos. En Lobos la viuda organizaba fiestas que se transformaron en símbolo de la opulencia de fin de siglo.

Doña Tiburcia nunca pudo olvidar aquella humillante solicitada que difundió su esposo. Años después le pidió al escultor italiano Camilo Romairone la construcción de una estatua en el mausoleo en el cementerio de la Recoleta. La primera orden era una escultura de su marido sentado en un sillón mirando hacia el sur y al momento de su muerte, hacer lo mismo, pero con un busto de ella dándole la espalda a del Carril, porque aun después de muerta seguiría furiosa con su esposo: “no quiero mirar en la misma dirección que mi marido por toda la eternidad”, habría dicho cuando le consultaron sobre el porqué ese pedido.

La mujer murió el 19 de septiembre de 1898 y tal como lo pidió, se cumplió su última voluntad de darle la espalda a su marido y así vivir no felices para siempre. Hoy la construcción sigue en pie, pero es propiedad privada y no se puede acceder.