De ofrenda imperial a ícono porteño: la historia detrás del Jardín Japonés de Palermo, un puente entre dos culturas
Construido en un tiempo récord de 50 días para recibir a la realeza en 1967, este espacio verde combina el simbolismo zen con especies autóctonas. Un recorrido por los secretos de su fundación, sus rediseños y su consagración como Patrimonio Histórico de la Ciudad.

En medio de la vorágine urbana de la Ciudad de Buenos Aires, existe un espacio donde el tiempo parece transcurrir a otro ritmo. No es casualidad: el Jardín Japonés, emblema de Palermo, fue concebido, desde sus cimientos, como un puente espiritual y cultural. Si bien hoy es reconocido como un “Bien de Interés Histórico y Artístico de la Nación”, su origen se remonta a un gesto de gratitud y a una carrera contra el reloj que tuvo lugar hace más de medio siglo.
La historia comienza en 1967, ante la inminente llegada del entonces príncipe heredero Akihito y la princesa Michiko. Iba a ser la primera visita imperial a la Argentina, un hito diplomático sin precedentes.

Movilizada por el acontecimiento, la colectividad japonesa decidió crear un espacio que simbolizara el vínculo entre ambas naciones y sirviera como agradecimiento al país que había abierto sus puertas a los inmigrantes. El dato sorprendente es la ejecución: la comunidad logró reunir los fondos y construir el jardín en tan solo 50 días.
Finalmente, el 17 de mayo de 1967, los herederos al trono, acompañados por altos funcionarios y el embajador de Japón, inauguraron el predio. Tras la ceremonia, la Embajada donó el terreno al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, sellando así el “puente perdurable” entre las dos culturas.

La evolución del paisaje: entre lo zen y lo autóctono
El jardín que conocemos actualmente no es idéntico al de 1967. Una década después de su inauguración, en 1977, el paisajista Yasuo Inomata dirigió un rediseño integral tomando como modelo el concepto del Jardín Zen, un espacio pensado para la meditación y la contemplación.
La botánica del lugar ofrece un espectáculo cambiante, diseñado para que el visitante encuentre un paisaje distinto en cada época del año. El ciclo natural marca el ritmo: julio y agosto se tiñen con las flores de los cerezos (sakura); septiembre trae las azaleas; el verano destaca por las violetas nenúfares y el otoño por el dorado del ginkgo biloba.

Sin embargo, este rincón de Japón respeta su suelo argentino: especies autóctonas como la Tipa y el Palo Borracho conviven en armonía con la flora oriental, reforzando la idea de integración.
Un elemento central de su arquitectura son los puentes. Lejos de ser solamente adornos, en la cultura japonesa estos representan el paso de un mundo a otro, una transición espiritual que se experimenta al cruzarlos.

Custodios de una cultura
Desde 1989, la administración quedó a cargo de la Fundación Cultural Argentino Japonesa, cuyo objetivo fue potenciar la difusión cultural mediante diversas actividades. Este trabajo constante de preservación le valió importantes reconocimientos: en 2004, la Secretaría de Turismo de la Ciudad lo declaró de interés turístico y, en 2008, el Poder Ejecutivo Nacional lo elevó a la categoría de bien de interés histórico y artístico.
A lo largo de los años, el Jardín ha sido testigo del regreso de la realeza. Akihito y Michiko volvieron en 1997, ya investidos como Emperador y Emperatriz. También caminaron por sus senderos el Príncipe Takamado y la Princesa Hisako (1991), el Príncipe Akishino y la Princesa Kiko (1998), y más recientemente, la Princesa Akiko de Mikasa en 2013.

En la actualidad, consolidado como un gran pulmón verde de la ciudad, el Jardín Japonés sigue expandiendo sus fronteras, incluso al ámbito virtual a través de la galería “Conociendo BA Digital”. Ya sea de forma presencial o remota, el objetivo sigue siendo el mismo que aquel 17 de mayo de 1967: invitar a descubrir la espiritualidad, los mitos ancestrales y la belleza de una cultura milenaria que encontró su hogar en Buenos Aires.


















