Belleza en la montaña: los 4 pintorescos pueblos salteños que atraviesa el Tren a las Nubes

El recorrido del Tren a las Nubes comienza en Salta capital con un tramo en bus hasta San Antonio de los Cobres, donde se toma el tren que llega al Viaducto La Polvorilla. Un viaje que combina paisajes, cultura y altura como pocos.
El Tren a las Nubes, uno de los más altos del mundo.
El Tren a las Nubes, uno de los más altos del mundo. Foto: Ministerio del Interior.

El Tren a las Nubes es una de esas experiencias que hay que vivir al menos una vez en la vida. No solo por la emoción de viajar en uno de los trenes más altos del mundo -llega a más de 4.200 metros sobre el nivel del mar-, sino también por el paisaje que acompaña cada kilómetro del recorrido: montañas imponentes, valles multicolores y pueblos que parecen detenidos en el tiempo.

Desde Campo Quijano hasta San Antonio de los Cobres, pasando por El Alfarcito y Santa Rosa de Tastil, cada parada es una postal viva de la identidad salteña, con su gente, sus tradiciones y su fuerte vínculo con la montaña. Todo el circuito está pensado para el turismo, con guías bilingües, información permanente y hasta tiendas de recuerdos en cada punto. La experiencia combina un tramo en bus desde la ciudad de Salta con el viaje en tren que parte desde San Antonio de los Cobres y culmina en el imponente Viaducto La Polvorilla, a más de 4.000 metros de altura.

El Tren a las Nubes, uno de los más altos del mundo. Foto: Ministerio del Interior.

La primera escala importante del viaje terrestre comienza en Campo Quijano, conocido como “El Portal de los Andes”, un pueblo tranquilo ubicado a unos 30 kilómetros de la ciudad de Salta. Este lugar fue clave durante la construcción del ramal C-14, la línea férrea que permitió conectar la capital salteña con la puna. Aquí trabajó el ingeniero Richard Maury, responsable de la obra monumental que hizo posible el paso del tren por las montañas. Caminar por sus calles, visitar la estación y conversar con los vecinos permite percibir el orgullo con que el pueblo mantiene vivo el legado ferroviario. Además, es una parada ideal para probar las clásicas empanadas salteñas o un guiso de lentejas antes de continuar el ascenso.

Más adelante aparece El Alfarcito, un pequeño poblado que se levanta a unos 2.800 metros sobre el nivel del mar. Rodeado de montañas y cardones, la comunidad logró desarrollar proyectos educativos y turísticos que transformaron su realidad. Hoy, los viajeros pueden disfrutar de un desayuno regional con productos locales, visitar la Iglesia de San Cayetano, recorrer el Centro de Artesanías y conocer a los artesanos que tejen y modelan la cerámica como sus antepasados. El aire puro y el silencio del entorno hacen que cada paso se sienta como una pausa en el tiempo.

El Tren a las Nubes, uno de los más altos del mundo. Foto: Ministerio del Interior.

En el camino hacia la puna, el recorrido invita a detenerse en Santa Rosa de Tastil, un sitio arqueológico y pueblo lleno de historia. Allí se encuentran las ruinas de una antigua ciudad preincaica, considerada una de las más grandes del noroeste argentino. Entre sus piedras y senderos se percibe la huella de los pueblos originarios que habitaron la región hace siglos. El pequeño Museo de Sitio ofrece una mirada cercana a esa herencia cultural, mientras que la capilla y las casas de piedra mantienen viva la tradición del lugar. Santa Rosa de Tastil combina pasado y presente en un paisaje imponente, donde la historia se mezcla con la inmensidad de la montaña.

Tren a las Nubes: una aventura que empieza en bus y termina sobre las vías

Finalmente, el recorrido en bus culmina en San Antonio de los Cobres, el corazón de la experiencia. A más de 3.700 metros de altura, este pueblo minero es el punto de partida del tren que atraviesa la puna hasta llegar al Viaducto La Polvorilla, una de las obras de ingeniería más sorprendentes del mundo. Desde allí, el convoy se eleva entre montañas, quebradas y nubes, ofreciendo vistas inolvidables de la Cordillera de los Andes. En el pueblo, los visitantes pueden recorrer el mercado artesanal, probar comidas típicas y sentir la calidez de una comunidad que vive en armonía con la altura y el viento.

De regreso, el tren vuelve a cruzar los pueblos que lo vieron partir, y cada pasajero se lleva consigo algo más que una foto o un recuerdo: la sensación de haber tocado el cielo por un momento. Así, uno de los ferrocarriles más altos del mundo trasciende la idea de un simple paseo turístico. Es una experiencia que une la proeza técnica con la calidez de la gente del norte y el paisaje imponente con la historia y tradición de sus pueblos.