Fueron protagonistas de uno de los amores más resonantes de la Buenos Aires colonial. Ella se rebeló contra sus padres y hasta le pidió al virrey de turno que intercediera por ellos, él recibiría un merecido homenaje 200 años después. Luces y sombras de una historia que terminó de la peor manera.
Antes de que prestara su casa, más precisamente su piano, para que sonara por primera vez lo que conocemos como himno nacional, Mariquita Sánchez de Thompson fue protagonista de uno de los amores más escandalosos de la Buenos Aires colonial.
Martín Thompson no solo fue su primer esposo, era su primo, y la historia para lograr formalizar su amor es tan fascinante como el relato que conocemos, casi de memoria, sobre cómo su figura fue clave para que suene la canción patria más importante. Mariquita y Martín, un romance de 15 años que solo pudo vencer la locura y la muerte.
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Para los 14 años de Mariquita sus papás, Cecilio y Magdalena, ya le habían elegido al candidato "ideal": el español Diego del Arco. Ella se negó, su corazón ya tenía dueño y era su primo segundo Martín Jacobo Thompson, pero había un problema: sus progenitores lo consideraban "indigno" por no pertenecer a su misma clase social.
Su papá intentó por cualquier vía que ella lo olvide, incluso logró que el virrey Joaquín del Pino lo traslade a la ciudad de Montevideo y luego a Cádiz para trabajar en el puerto. Ella seguía negada y recluida en la Santa Casa de Ejercicios Espirituales. Los años pasaron, su padre murió en 1802 y doña Magdalena estaba decidida a que se cumpla la voluntad de su difunto esposo.
Pero parecía que el destino tenía otros planes porque en 1804 Martín regresó al Río de la Plata, más precisamente a Montevideo, para poner en orden la herencia familiar. Los tórtolos se cansaron de estar a escondidas y él recurrió a la Justicia utilizando la “Pragmática Sanción para evitar el abuso de contraer matrimonios desiguales” que se aplicaba cuando el padre no quería que su hija se case al ver la unión como "desigual".
El hombre llevó a su ¿futura? suegra a juicio, ella afirmaba que se oponía al casamiento porque veía a Thompson como un cazafortunas. Del Pino, quien debía decidir, fue reemplazado por Rafael de Sobremonte y el 20 de julio de 1804 falló a favor del Romeo versión Virreinato.
Cuando Mariquita tenía 18 años le envió una carta al virrey Sobremonte para explicarle por qué debía permitir su casamiento con Thompson:
“Me es preciso defender mis derechos: casarme con mi primo, porque mi amor, mi salvación y mi reputación así lo desean y exigen. Nuestra causa es demasiado justa". Vivió como quiso.
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Los enamorados se casaron en 1805 y tuvieron cinco hijos entre 1807 y 1815: Clementina, Juan, Magdalena, Florencia, y Albina. Para esa época Mariquita se encargaba de organizar tertulias en su casa, en una de ellas se dice que sonó el himno por primera vez, y se consolidó como una de las "damas patricias" más importantes de la época.
Su matrimonio fue feliz, pero el tiempo siempre tiene reservada una última carcajada. En 1815 su esposo fue enviado a una misión diplomática a Estados Unidos para dar a conocer la causa independentista del Río de La Plata y conseguir dinero. Pero su visita a esas tierras fue un desastre y el director supremo Juan Martín de Pueyrredón lo echó dos años después.
Thompson estaba enfermo, perdió la razón y cuentan que por las calles de Washington y Nueva York gritaba y decía cosas sin sentido a quienes pasaban, nunca se confirmó pero podría haber manifestado síntomas de sífilis. Terminó internado en un lugar para enfermos mentales y Mariquita, enterada de su situación, le envió dinero para que regrese en un barco donde recibió un pésimo trato.
No se sabe el día exacto, pero murió en altamar. Su cuerpo fue arrojado al agua el 23 de octubre de 1819 y recién meses después se sabría de su trágico desenlace.
Ella volvió a casarse, pero nada fue igual y su segundo matrimonio fue un desastre que terminó en separación en 1837. Ya lo había dicho la misma Mariquita de joven, en una carta dirigida a su primer y único amor: "Seré suya o de nadie".
Por Yasmin Ali
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