Israel, Qatar y la inestabilidad que sacude Medio Oriente
El ataque aéreo de Israel contra líderes de Hamás en Doha es mucho más que un golpe quirúrgico. Es un mensaje político, militar y geoestratégico. Por primera vez, Israel golpea directamente en territorio qatarí, hasta ahora mediador clave entre Tel Aviv y Hamás. Pero este no es el primer impacto que sufre el emirato: con anterioridad, Irán había atacado bases estadounidenses en Qatar.
Así, el pequeño pero influyente país se convierte en el escenario inesperado donde actores externos —Irán, Israel, Hamás y Estados Unidos— dirimen sus conflictos. Qatar está en el centro de un fuego cruzado que no busca, pero tampoco logra evitar. ¿Qué tipo de diplomacia ejerce un Estado que es atacado por dos enemigos irreconciliables entre sí? La pregunta queda abierta.
Israel, EE.UU. y el margen de maniobra
Israel se adjudicó el bombardeo y lo presentó como una operación “independiente”. Sin embargo, la Casa Blanca reconoció que fue advertida previamente y que incluso Qatar recibió un aviso de último momento. Washington no ordena estos ataques, pero tampoco los impide. La alianza con Tel Aviv funciona sobre un pacto implícito: Israel actúa, EE.UU. lo tolera.
Mientras tanto, China y Rusia guardan silencio. Ninguno de los dos busca confrontar directamente con Israel, aun cuando las operaciones modifican equilibrios regionales y tensionan rutas comerciales estratégicas.
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De Gaza a Irán, Siria y ahora Qatar
El ataque en Doha forma parte de una estrategia expansiva que Israel sostiene desde hace casi dos años:
Gaza: ofensiva permanente contra Hamás.
Irán: un conflicto de 12 días en el que Israel lanzó reiterados ataques aéreos sobre infraestructura militar y logística.
Siria: una operación combinada por aire y tierra. Israel cruzó la zona de limitación del Golán y atacó desde el aire múltiples objetivos, incluida la zona del Palacio Presidencial en Damasco, bajo el pretexto de “proteger a los drusos”. Esta acción perjudicó de lleno los intereses de Turquía, ya que el nuevo gobierno sirio, encabezado por Abu Mohammad al-Yulani, es un protegido de Ankara y llegó al poder con su apoyo.
Qatar: salto hacia un territorio que hasta ahora funcionaba como mediador, pero también aliado estratégico de Turquía.
Israel ya golpeó dos veces en espacios donde Turquía busca consolidar su influencia. ¿Se está configurando una rivalidad regional directa entre Ankara y Tel Aviv?
La inestabilidad perjudica a China
Más allá de los objetivos declarados —neutralizar a Hamás, contener a Irán, garantizar seguridad interna—, la única certeza es que Israel fomenta la inestabilidad.
Esa inestabilidad compromete las rutas comerciales que conectan Asia con Europa y África. Los hutíes en Yemen aprovechan el caos para bloquear el estrecho de Bab el-Mandeb, dificultando el acceso al Mar Rojo y al Canal de Suez. En este escenario, China es la gran perjudicada: su poder económico depende de estas rutas, y cada nuevo frente bélico incrementa sus riesgos logísticos y costos estratégicos.
Qatar, epicentro involuntario
Qatar empieza a convertirse en la sede de los conflictos ajenos. Irán lo atacó por albergar bases estadounidenses. Israel lo bombardea por la presencia de líderes de Hamás. Washington, Teherán, Tel Aviv, Ankara y Riad juegan su propia partida… y Doha queda atrapada en el medio.
La única certeza es que Israel consolida un escenario de inestabilidad prolongada. Y en un mundo donde el poder pasa por el comercio, esa inestabilidad golpea de lleno a China y redefine, una vez más, el tablero global.
Qatar mantiene una relación estratégica ambivalente con las dos grandes potencias globales. Por un lado, alberga la base aérea de Al Udeid, el mayor destacamento militar estadounidense en Medio Oriente, esencial para las operaciones de CENTCOM. Por otro, se ha convertido en uno de los principales proveedores de gas natural licuado (GNL) a China, consolidando su rol como socio energético clave de Pekín. Esta dualidad convierte a Doha en una pieza delicada dentro del ajedrez global, sometida a presiones simultáneas y contradictorias.
En este contexto, el emirato no solo se ve atrapado entre los conflictos regionales, sino también entre los intereses divergentes de las superpotencias: mientras ofrece soporte militar a EE.UU., abastece de energía al gigante asiático. Esta posición lo transforma en un nodo geopolítico cuya vulnerabilidad crece a la par del desorden mundial.