Rutinas estrictas y aislamiento: así viven en la cárcel los rugbiers condenados por el crimen de Fernando Báez Sosa
Con el lanzamiento de un documental de Fernando Báez Sosa, seis de los ocho rugbiers condenados a prisión por el asesinato del joven en Villa Gesell, en enero de 2020 decidieron romper el silencio. Allí, se animaron a describir sus primeras experiencias tras el ingreso al penal, detallando cómo es su cotidianidad y qué transformaciones atravesaron desde la condena.
Los testimonios muestran el impacto de todo lo que vivieron en los primeros meses de prisión: miedo, incertidumbre y una adaptación abrupta a un ambiente desconocido. Según relataron, la vida carcelaria es estricta, con horarios rígidos, requisas permanentes y existe una necesidad constante en meterse en grupos para evitar conflictos entre internos.

El aislamiento del exterior es otro de los puntos que destacan. Las visitas limitadas, las restricciones dentro del penal y la imposibilidad de proyectar una vida más allá del encierro se convirtieron en factores que, aseguran, afectan su estado emocional.
Máximo Thomsen fue uno de los primeros en hablar y recordó: “No quería que me venga a ver nadie porque tenía mucha vergüenza. Mi mamá me decía: ‘Yo sé que vos no hiciste nada’, pero le dije: ‘Mamá, estuve ahí. No quiero que te lleves ninguna sorpresa’. Desde el primer momento le conté todo lo que pasó, porque entendía que si había hecho algo lo tenía que decir”.
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En ese mismo momento, recordó la noche trágica del asesinato de Fernando: “Habíamos llevado mucho alcohol de Zárate para no gastar tanto en el lugar. Nos instalamos en la playa del centro, estaba llena. Nos pusimos a tomar como a las cuatro de la tarde”.
Enzo Comelli, quien también fue condenado a perpetua, remarcó: “Estoy muy arrepentido de todo lo que pasó, 100%. Y me voy a arrepentir siempre. Sin intención de haberlo causado, pero arrepentido, al fin y al cabo”.

La relación entre los rugbiers luego de la sentencia
Los rugbiers también reflexionan sobre la relación que mantienen entre ellos y todos coincidieron en que en que ya no es la misma que tenían antes del crimen de Fernando Báez Sosa. La convivencia en un contexto hostil y la carga de una condena perpetua —para la mayoría— los obligó a replantear roles, responsabilidades y actitudes puertas adentro del grupo.
Mientras que algunos señalaron que quieren seguir apoyándose mutuamente para atravesar el encierro, otros admitieron que las tensiones, los silencios, el cambio de ánimo y hasta las condenas son distintas y ya forman parte de su día a día.
El documental muestra cómo buscan ocupar su tiempo mediante talleres, trabajos internos y actividades recreativas que funcionan como escape de la sensación de encierro permanente, luego de haber cometido uno de los asesinatos que más horrorizó al país.
















