Desde hace ya siglos, las grandes potencias sacrifican a estados considerados menores para alcanzar acuerdos rápidos con sus rivales. El diálogo entre Trump y Putin podría modificar el escenario global. El rol de China y de Europa.
Por Damian Carca - Geopolítica en acción
Sábado 1 de Marzo de 2025 - 08:00
Donald Trump y Vladimir Putin. Foto: archivo Reuters/Kevin Lamarque
En el ajedrez geopolítico mundial, cada movimiento redefine el tablero. La posibilidad de un acuerdo bilateral entre Rusia y Estados Unidos para poner fin a la guerra en Ucrania, dejando a Kiev al margen, abre interrogantes sobre la reconfiguración del orden internacional. Este escenario, evocador de pactos pasados entre grandes potencias a expensas de actores menores, encierra profundas implicancias para los aliados de Washington y la posición global de Europa.
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La historia está marcada por episodios en los que las grandes potencias sacrificaron a estados considerados menores para alcanzar acuerdos rápidos con sus rivales. En el siglo XVIII, Federico el Grande y Catalina la Grande consolidaron sus fronteras desmembrando a Polonia. Más recientemente, los Acuerdos de Múnich de 1938 hicieron lo propio con Checoslovaquia, en un intento fallido de apaciguar a Hitler.
Donald Trump y Vladimir Putin. Foto: AFP.
Si se concretara un acuerdo que excluya a Ucrania, se evidenciaría un retorno al realismo clásico: los intereses de las grandes potencias se impondrían sobre las aspiraciones de los estados medianos y pequeños. Para Washington, poner fin al conflicto podría ser un medio para redirigir su atención hacia la contención de China. Moscú, por su parte, buscaría blindar sus intereses de seguridad. Como parte de la negociación —y sin ceder un solo centímetro de territorio ucraniano— ofrecería a Estados Unidos la posibilidad de proyectarse en el Ártico, un espacio estratégico donde rusos y chinos compiten por la hegemonía territorial.
Esta eventual convergencia entre Rusia y Estados Unidos, marginando a Kiev, enviaría una señal inquietante a otros aliados de Washington: la lealtad estadounidense podría ser transaccional. Para los países de Europa tal percepción encendería alarmas. La idea de que, llegado el momento, sus intereses podrían sacrificarse en el altar de la realpolitik amenaza con erosionar la confianza en las garantías de seguridad brindadas por Estados Unidos, pilares esenciales para la cohesión de la OTAN.
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Si Estados Unidos prioriza un acuerdo con Rusia, las potencias europeas enfrentarían un dilema estratégico: continuar bajo el paraguas estadounidense o explorar una autonomía estratégica, que podría incluir un acercamiento a China. Francia y Alemania, promotores de una mayor soberanía europea, podrían intensificar sus lazos económicos con Pekín, especialmente si consideran que Washington está dispuesto a negociar a expensas de los intereses europeos.
Emmanuel Macron junto a Donald Trump y Volodimir Zelenski. Foto: Reuters
China, por su parte, vería en la división transatlántica una oportunidad para ampliar su influencia en Europa a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta y sus inversiones en sectores críticos. Un acercamiento europeo a China podría reconfigurar alianzas y debilitar la unidad occidental frente a los desafíos globales.
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Un acuerdo Rusia-Estados Unidos que ignore a Ucrania también podría sentar un peligroso precedente: el de aceptar cambios territoriales impuestos por la fuerza. Esto podría alentar a otros actores revisionistas a desafiar el status quo, debilitando los principios del derecho internacional y la seguridad colectiva.
En suma, la posibilidad de un pacto bilateral que excluya a Kiev no solo redefiniría la dinámica en Europa, sino que también podría tener efectos colaterales en la arquitectura de seguridad global. Como advirtió Brzezinski, la estabilidad mundial depende de la habilidad de las grandes potencias para gestionar sus rivalidades sin sacrificar la legitimidad y los intereses de los estados intermedios. Ignorar esta premisa podría precipitar un orden internacional más fragmentado e impredecible.
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