El legendario músico británico brindó un show de casi dos horas en el estadio de River, en la que fue su tercera visita a la Argentina. Acompañado por una banda que estuvo a su altura, las únicas fallas estuvieron en el sonido.
Por Canal26
Sábado 15 de Octubre de 2011 - 00:00
El legendario guitarrista británico Eric Clapton volvió a cautivar anoche con sus clásicos del blues y el rock, a un público argentino devocional y exigente que lo aclamó a lo largo de casi dos horas de show en el estadio de River Plate, a pesar de sufrir deficiencias de audio intolerables en un espectáculo de estas características.
El músico y cantante de 66 años se presentó ayer en su tercera visita a la Argentina -ya había estado en 1990 y 2001- para desatar una fiesta de música que contó con la complicidad de su público y de sus instrumentistas y coristas, cada uno de ellos digno de integrar un seleccionado mundial en lo suyo.
Pero el esfuerzo y talento puestos sobre un escenario despojado de efectos luminosos grandilocuentes se resintió en el camino hacia los oídos de las 45 mil personas que colmaron el estadio Monumental del barrio porteño de Núñez, debido a que las torres de sonido más alejadas reproducían el audio con "delay", lo que originó un desagradable eco y efecto latoso, inadmsibles en un concierto cuyas localidades más caras llegaban a los 1.800 pesos.
Más allá de esta contingencia, agravada por el hecho de que una parte del campo no fue habilitada -la presencia masiva de público absorbe el sonido y evita el "rebote"-, hay que decir que este eximio guitarrista que aquilata más de 40 años de trayectoria hizo todo bien, y que de su mezcla de virtuosismo y garra blusera fluyeron melodías entrañables y frenéticas que ya tienen un lugar de privilegio en la historia de la música contemporánea.
En la previa, la banda platense Guasones ofreció una sólida actuación largamente celebrada por muchos de sus seguidores, que asistieron al estadio mundialista para hacerle "el aguante".
En esta oportunidad, el campo se destinó sólo para localidades con butacas, lo que hizo que el clima fuera más frío que el de octubre de 2001, en la anterior visita de Clapton, en que esa zona fue ocupada por público en general que tuvo mucha más presencia en cánticos y ovaciones.
Con más apariencia de intelectual que de rocker -cabello y barba cortos y canosos, campera oscura con cuello levantado y lentes de armazón gruesa negra-, Clapton apareció en escena apenas diez minutos después de las 21 y arrancó con "Key to the Highway", una célebre pieza compuesta originalmente para piano por Charlie Segar en 1940 y cuya estructura musical formal se convirtió en un estándar del género.
En un repertorio sin sorpresas, el hombre que como sesionista hizo llorar a la guitarra en aquella memorable canción de The Beatles "While My Guitar Gently Weeps" trajo a la apacible noche porteña los espíritus de grandes del blues, desde el mítico Robert Johnson hasta Muddy Waters, el padre del blues eléctrico de Chicago.
Cuando iban 20 minutos de concierto y luego de recordar justamente a Waters con "Hoochie Coochie Man", Clapton decidió "incendiar" por primera vez el show con una demoledora versión de "Old Love", en la que los tecladistas Chris Stainton y Tim Carmon anticiparon lo que iban a ser sus descomunales performances en piano y órgano, respectivamente.
Y enseguida, como para mantener bien en alto la tensión, acometió su ya clásica versión de "I Shot the sheriff", el reggae de Bob Marley que comenzó con su cadencia jamaiquina pero terminó con frenéticos fraseos rockeros de su guitarra Stratocaster, momento largamente celebrado por un público que iba de los veintipico a los 60 años.
Sabio a la hora de ordenar los 16 temas que integraron el set-list, Clapton se tomó y le dio un respiro a sus fans con dos joyas con fuerte raíz jazzera ("Driftin' Blues" y "Nobody knows you when you're down and out") que interpretó sentado y en versión acústica y mostrando que su voz también está a la altura de la calidad del repertorio.
Un poco más tarde, cuando el concierto cumplía su primera hora exacta, volvió a convocar una ovación con "Layla", la canción que hizo con su grupo Derek and the dominos en homenaje a quien iba a ser su esposa, pero que al momento de la composición aún era la compañera sentimental del beatle George Harrison.
Y ya que estaba en el repaso de temas de sus viejas bandas, el siguiente fue el momento de "Badge", que con toda su psicodelia sesentista y sus tres movimientos claramente definidos trajo el recuerdo del trío Cream, que integró junto a Jack Bruce y Ginger Baker.
Para entonces, los problemas de sonido ya eran una realidad asumida por tantos padres e hijos que entre el público escuchaban con fervor el concierto y se aprestaban a gozar de los últimos 40 minutos, en los que -invariablemente- Clapton iba a "atacar" con una batería de clásicos.
Y así fue. La balada "Wonderful tonight" -con el lucimiento de las vocalistas Michelle John y Sharon White- fue un buen preludio para las posteriores y fascinantes interpretaciones de "Before you accuse me", clásico de Bo Diddley rescatado por Clapton, y "Little queen of spade", una de las 23 composiciones que el gran Robert Johnson dejó como legado en sus apenas 27 años de vida.
El baterista Steve Gadd y el bajista Willie Weeks, que trabajaron con Paul McCartney y Harrison, respectivamente, se lucieron en la poderosa base rítmica que le permitió al mejor guitarrista blanco de blues del mundo despedirse con "Cocaine", de J. J. Cale.
Cuando se cumplían exactamente 100 minutos de show y habían pasado nuevas demostraciones del pianista Stainton (The Who) y el organista Carmon (Stevie Wonder, McCartney, Bob Dylan, B.B. King, Santana), Eric le ponía dignísimo fin al concierto.
Pero claro, todavía había tiempo para un doblemente obligado bis: "Crossroads", el clásico de Robert Johnson que habla de una encrucijada, un cruce de caminos, el lugar en el que -dicen- el padre del blues rural muerto en forma violenta en 1938 le entregó su alma al Diablo a cambio de ser el mejor guitarrista de su época.
De la concreción del pacto diabólico no hay evidencias, pero de la calidad instrumental y compositiva de Johnson nadie duda. Sobre todo Clapton, el hombre que revalorizó la obra y el mito del viejo Robert.
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