Estaba asignado a una misión científica en la base soviética Novolázarevskaya. Todo era normal hasta que un día de 1961 sufrió una fulminante peritonitis.
Foto: archivo.
Cuando Leonid Rógozov fue designado para desempeñarse al servicio de la Unión Soviética, jamás llegó a imaginar que el destino le iba a jugar una jugada impensada.
Entre septiembre de 1960 y octubre de 1962, este ruso participó de la sexta Expedición Antártica Soviética como único médico en la base Novolázarevskaya, pero su estadía lejos estuvo de ser un trámite más. El hombre estaba destinado a quedar en los anales de la historia. Mientras estaba asignado a la base rusa sufrió una apendicitis que lo obligó a tomar una decisión urgente y trascendental. Así las cosas, y ante la aterradora evidencia de que no había allí ningún otro médico (quienes lo acompañaban eran otros doce científicos)... se vio forzado a operarse a sí mismo, para salvar su vida.
Leonid Rógozov había nacido el 14 de marzo de 1934 en aldea de Dauriya, al este de Siberia, cercana al noreste de la triple frontera entre la Unión Soviética, Mongolia y China. Su padre murió en algún momento de 1943, víctima del enfrentamiento de los "Rojos" con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y de allí en más Leonid debió abrirse camino por sí mismo. Así lo haría en reiteradas oportunidades, una de ellas -la que nos ocupa- la más significativa. En 1953 entró al Instituto Médico Pediátrico de Leningrado (actual ciudad de San Petersburgo) y luego de graduarse en 1959 como médico general empezó su entrenamiento clínico especializándose en cirugía; algo que agradecería un tiempo después.
En septiembre de 1960, a sus 26 años de edad, su vida cambió para siempre tras decidir incorporase a la sexta Expedición Antártica Soviética como médico. Su historia nunca fue la misma. Estaba a punto de convertirse en un verdadero mojón para la autocirugía.
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Todo era absolutamente normal hasta la mañana del 29 de abril de 1961, cuando Rógozov sintió un repentino debilitamiento general, tuvo náuseas y fiebre, a lo cual se agregó un punzante dolor en el cuadrante inferior derecho de su abdomen. No hubo nada que lo ayudara a dar por terminada esa situación e incluso el 30 de abril quedó claro que se trataba de una peligrosa peritonitis.
Por la noche de aquel día, su estado de salud empeoró de manera alarmante y no hubo mucho más que esperar, o se ponían manos a la obra o el médico moriría irremediablemente.
IMÁGENES SENSIBLES. El momento culminante para salvar su propia vida. Foto: archivo.
El panorama era francamente desolador, ya que la base Mirni era la estación soviética de investigación más cercana al lugar en donde se encontraba, y estaba emplazada a 3.074 kilómetros de Novolázarevskaya. Las duras condiciones hacían presagiar lo peor y para colmo de males, las estaciones antárticas de investigación de otros países no contaban con aviones disponibles para poder trasladarlo. Rógozov no tenía demasiadas opciones si es que -acaso- quería vivir: lo único que quedaba era practicarse una autocirugía.
La operación empezó cerca de las 22:00 horas del 30 de abril de 1961. Rógozov se inyectó una solución de 0,5 % de novocaína como anestesia local en el abdomen, y con la ayuda del conductor de tractores y el meteorólogo de la estación soviética, quienes se transformaron de manera inesperada en improvisados instrumentistas de la operación, y mediante el empleo de un espejo para ver las zonas no directamente visibles, mientras se encontraba en una posición semirreclinada, giró hacia su costado izquierdo. Sin dudarlo ni un instante, se hizo una incisión de 12 centímetros para buscar -y extirpar- el apéndice. Media hora después sobrevinieron otra vez la debilidad general y las náuseas, y se vio forzado a detener su increíble tarea para descansar y recuperarse; pese a que el tiempo apremiaba.
De acuerdo a su propio informe, el apéndice -muy inflamado- tenía una perforación de 2 × 2 centímetros en su base. Rógozov inyectó antibióticos directamente en la cavidad peritoneal. Cuando casi llegaba la medianoche, terminó su auto operación.
Leonid Rógozov. Foto: archivo.
Tras el proceso post operatorio mínimo y necesario, la peritonitis era un vago recuerdo. Rógozov recuperó lentamente su temperatura corporal y cinco días después estaba mucho mejor. A la semana de la operación, él mismo se quitó los puntos de sutura y, en dos semanas, pudo reanudar su actividad normal.
La autocirugía practicada lo catapultó casi al estrellato -cercano al heroísmo- en la Unión Soviética de aquellos tiempos y en 1961 recibió la Orden de la Bandera Roja del Trabajo. Falleció el 21 de septiembre de 2000, pero ya había entrado en la historia mucho antes.
Instagram: @marcelo.garcia.escritor
Twitter: @mdGarciaOficial
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